Con solo dos años Leles Jimeno le pidió a sus padres poder ir a la guardería de debajo de su casa, desde dónde escuchaba el alboroto de los niños y niñas. Era el año 1975 y unos pocos profesores se reunían de forma ilegal en La Higuera de Tafalla para dar clases en euskera a unos pocos alumnos.

Fermin Gale, tutor de la primera procmoción de la ikastola, junto con sus alumnas Leles Jimeno, Ana Fernández y Raquel Baigorri.

Ana Fernández llegó con su familia desde Estella y sus padres decidieron que también entrara en aquel pequeño proyecto por su afinidad con la cultura euskalduna. Los padres de Raquel Baigorri vieron en esas clases algo diferente y decidieron probar. Las tres forman parte de la primera promoción de la Ikastola Garcés de los Fayos junto a otros diez: Idoia Pelarda, Iñigo Baztan, Raquel García, Carol Arizmendi, Nerea Vélez, Fernando Sánchez, Gorka Amado, Gotzon Cortés, Nekane Nielfa e Inma Pérez. Ellos y ellas vivieron un centro muy diferente al que es hoy y sus padres y madres fueron los encargados de hacer que aquel pequeño proyecto saliese adelante.

Eso primeros años, relatan, no tenían nada que ver con lo que es la ikastola ahora. “Al ser tan pocos, éramos como una piña, una familia. Todo se realizaba en auzolan y los fines de semana nuestros profesores nos llevaban a sus caseríos”, recuerda Leles. “Estábamos muy a gusto y hacíamos muchos planes. Alquilaban autobuses e íbamos todos a la Sierra de Urbasa a pasar todo el día”, añade Raquel.

En aquellos años, los Nafarroa Oinez tenían una gran importancia para el alumnado y, en especial, para las familias, quienes se volcaban en ayudar a los demás centros. “Recuerdo que en el primero de Sangüesa nos fuimos con la tienda de campaña a dormir allá para ayudarles. Llovió tanto que nos metieron en una casa porque el agua se llevaba la tienda. Eso se te queda dentro y ahora es diferente”, recuerda Ana.

Aunque guardan muy buenos recuerdos, las tres aseguran que pertenecer a la Ikastola no era fácil en ciertos momentos por la opresión que sufría el euskera entonces y, muchas veces, tenían que escuchar comentarios a la salida de la clases. “Mi madre siempre me decía que ellos eran muy jóvenes y tenían mucha incertidumbre, porque no sabían qué iba a pasar con nosotros. Pero que el hecho de vernos tan felices y cómo nos trataban nuestros profesores, merecía la pena”, relata Leles. “Por ese motivo y el recuperar el euskera, claro”.

Dada la condición de alegalidad que tenía esta y el resto de ikastolas, el alumnado estaba matriculado en las escuelas comarcales de Tafalla. “Cuando tenían que vacunarnos, nos hacíamos pasar por alumnos del colegio comarcal y los mensajes los recibíamos de allí también”, relatan las exalumnas.

En quinto curso, Fermín Gale llegó a la ikastola como tutor de esta promoción y todavía guarda una estrecha relación con el grupo. El profesor, que ha impartido clases en el centro durante 36 años, relata que los comienzos no fueron fáciles. “En cuanto a medios materiales no tenía nada que ver con lo que hay hoy. No había libros, ni pantallas de ningún tipo, ni calculadora. Lo que sí había era mucha ilusión y muchas ganas por parte de los padres y de todo el profesorado por sacar adelante este proyecto porque nuestros alumnos fueran euskaldunes y estuviesen bien preparados”, recuerda. Al ser alegal, los docentes pedían los libros y otros medios en la escuela pública hasta que lograron la legalización en el año 87. “Eran unos años complicados, no solo aquí, en toda Navarra. Porque el euskera no estaba valorado. Los de la ikastola eran como los apestados del pueblo pero eso cambió rápidamente”, explica Gale.

Cuando los jóvenes salían del centro a cursar bachillerato, “ahí se aceptó y se superó. Ahora es un centro de prestigio dentro de Tafalla”.

El docente se muestra orgulloso de todo lo logrado por el centro y asegura que mucho de ello ha sido gracias a la implicación de los padres y madres. “Es un orgullo porque la hemos visto crecer, la hemos ayudado a crecer y hemos dado el callo por la ikastola. Nos conocíamos todos, los padres y madres estaban muy implicados y hacían todo en auzolan. Si había que arreglar cosas, aquí estaban. Este grupo eran 13, así que estábamos como en familia y la relación era muy buena. Los padres tenían claro qué querían, que la ikastola siguiera adelante”, asegura.

La relación entre el grupo y su tutor no quedó ahí, sino que todavía se siguen juntando cada año para realizar una comida y, con el motivo del 50 aniversario de la ikastola, están pensando en realizar una versión de su viaje de estudios. “Cuando celebramos el 50 urteurrena se me ocurrió la idea de poder organizar otra vez el ikasbidaia, ya que el año que viene cumplimos 50 años. Sería bonito que sirviese de precedente para las otras generaciones. Se lo comenté a nuestro tutor Fermín y me dijo: ¿pero habréis contado conmigo para eso no?”, relata Leles. l