Un joven de 26 años murió en la madrugada de este jueves por heridas de bala durante las celebraciones por el 'Scudetto' conseguido por el Nápoles, que también han dejado otros tres heridos.

El joven de 26 años fue ingresado en el hospital Cardarelli, donde falleció poco después a causa de unas heridas de bala, según informaron los medios locales.

Otros tres aficionados fueron también heridos de bala en la plaza Garibaldi, cercana a la estación central.

Aunque las autoridades aún no han dado más detalles de la investigación, se presupone, según informa la citada cadena, que en medio de la euforia de las celebraciones alguien podrían haber disparado una pistola, alcanzando accidentalmente a las víctimas.

Además, tres aficionados más fueron ingresados en el hospital por heridas causadas por petardos o bengalas.

Celebraciones 33 años después de Maradona

Las calles de Nápoles se inundaron durante la madrugada de este jueves de aficionados partenopeos celebrando la consecución del tercer 'Scudetto' de su historia, el primero sin Diego Armando Maradona y después de 33 años sin conseguirlo.

Con dos focos principales como los aledaños del estadio Diego Armando Maradona, en los que celebraron las casi 55.000 personas que acudieron a ver el partido ante el Udinese (1-1), y la céntrica Plaza del Plebiscito, Nápoles no tuvo ni una sola calle en la que no hubiera un aficionado celebrando el título italiano desde que terminara el encuentro.

Toda la ciudad estuvo en la calle con banderas, bufandas y camisetas. Una ciudad en la que el humo de las bengalas y el que dejan las motos también fue protagonista, nublando la vista en una larga noche.

Y es que esta noche poco les importó a los napolitanos que este viernes fuera un día laborable. Esta noche lo único que importaba era celebrar que se había hecho historia y que la ciudad volvió a ser campeona de Italia.

Los jóvenes de entre 15 y 30 años fueron el sector más presente en la jornada nocturna de festejos, acompañando siempre su presencia con cánticos de victoria; pero niños, padres y abuelos celebraron juntos en la ciudad sureña lo que parecía ser la fiesta de año nuevo.

Pero no solo fueron las calles, es que el cielo también estuvo festejando y teñido de colores por los incontables fuegos artificiales que tenían cabida al mismo tiempo desde diferentes puntos de la ciudad, que no solo ofrecieron el espectáculo visual sino que ayudaron con el sonido a generar esa sensación de que la ciudad estaba más despierta que nunca.

Cumplió el equipo en el verde con el empate y cumplió la ciudad con la esperada fiesta que estuvo preparándose desde febrero. Pero todo esto no fue más que un aperitivo de lo que está por venir, ya que este domingo la celebración podrá ser con los jugadores en el campo y el próximo 4 de junio ser hará la fiesta oficial ya con el título entre los brazos.

Una victoria más allá de lo futbolístico

Italia es un país radicalmente dividido. Las diferencias entre el norte y el sur son más que palpables. Todos los italianos son conscientes de ello hasta el punto de que hay hasta cierto recelo entre unos y otros. La riqueza se queda en el norte, mientras que la pobreza se ceba con el sur. Es como si fueran dos países diferentes.

El PIB per cápita, según datos del Eurostat de 2019, va disminuyendo progresivamente desde la zona del norte hasta la parte final de la silueta con forma de bota. En concreto, Campania, la región en la que se encuentra Nápoles, es una de las que posee un menor PIB per cápita, con poco más de 20.000 euros anuales; un dato que contrasta radicalmente con el anterior ganador de la Serie A, el Milan, cuya renta media anual de la ciudad es de más de 55.000 euros.

Por eso la victoria de los pupilos de Luciano Spalletti va mucho más allá de los futbolístico. Es una victoria social, la del pobre sur contra el todopoderoso norte italiano. Es la victoria del pequeño contra el grande. Es la de David contra Goliat. Y el fútbol ha sido, una vez más, el hilo conductor de una historia con final feliz.

Esta brecha ha afectado históricamente, de manera inevitable, al propio fútbol. En los últimos 20 años, tres equipos se habían repartido todo el protagonismo en el campeonato doméstico italiano. Inter, Juventus y Milan habían levantado de manera alterna el trofeo. Y en el presente siglo, solo el Lazio y el Roma -ambos equipos de Roma, considerada como centro italiano-, en 2000 y 2001, respectivamente, evitaron la hegemonía total del norte.

Es más, en toda la historia de la Serie A, solo el Cagliari en los 70 y el Nápoles de Maradona habían llevado el 'Scudetto' al sur. Esta será la cuarta vez que el premio viaje por debajo de Roma.

Y esto ha sido algo que se ha notado a lo largo de este año en la ciudad sureña. Poco a poco, cuando la distancia del Nápoles sobre el segundo era algo más que una simple racha, cuando se atisbó que era más complicado echarlo todo a perder que vencer, la superstición que siempre ha reinado en Nápoles fue dejando espacio, sin desaparecer nunca por completo, a un color azul que, si ya formaba parte de la ciudad, acabó por inundar todo recoveco posible.

Los vecinos, más hermanados que nunca, fueron entrelazando en sus balcones plásticos azules y blancos para colorear la urbe, y en las estrechas calles de los Barrios Españoles, el corazón de la ciudad, fueron apareciendo camisetas, máscaras, tartas y figuras homenaje a un equipo que pasará a la historia. Todos pusieron su grano de arena para vestir de gala a una ciudad a la que ahora le toca disfrutar de una fiesta a la altura de la gesta.

El 'Scudetto' ha vuelto al sur 33 años después de que Maradona lo consiguiera allá por 1990. Lo logró también en 1987. Dos hazañas que le elevaron al nivel de un Dios. Esta vez la heroica ha sido posible gracias a la fuerza de un grupo que, eso sí, ha estado liderado por Kvaratskhelia y Osimhen, los herederos del astro argentino al que nadie se plantea sustituir.

Este es un 'Scudetto' especial. Es el primero del siglo XXI que trasciende lo propiamente futbolístico. Es el 'Scudetto' de una ciudad volcada con su equipo y que le ha plantado cara al norte. Una ciudad a la que le gustaría seguir soñando viva siempre.