El miércoles 26 de julio amanece a las cuatro y media de la mañana en Klaksvik, Islas Feroe. Está nublado, amenaza lluvia pero apenas caen un par de chispitas, y el abrigo resulta más que necesario, porque el termómetro marca ocho grados. Arranca un día grande, histórico en la localidad: su equipo de fútbol recibe al Hacken, campeón sueco, en la segunda ronda previa de la Champions League. Pasan las horas, el pueblo va despertando y en sus pequeños comercios no se habla de otra cosa, del partido. El partido con mayúsculas. Aunque la hazaña del verano posiblemente ya haya quedado escrita. Data de hace solo una semana, y muestra al modesto KÍ Klaksvik ganando 0-3 en el campo del Ferencvaros húngaro. Budapest, enorme urbe centroeuropea, cuenta con 1,7 millones de habitantes. Aquí en el norte, en el segundo municipio más poblado del archipiélago, viven solo 4.500 personas.

UN JUEGO IMPREVISIBLE

El fútbol es enorme porque se juega hasta en los lugares más recónditos del mundo y da pie a situaciones como la descrita. Este deporte resulta también así de popular por su carácter imprevisible, permitiendo victorias como la de nuestros amigos feroenses en la capital de Hungría. Se plantaron allí el miércoles pasado tras haber empatado (0-0) el partido de ida, disputado en su campo de césped artificial con capacidad para 2.500 espectadores. Viajaron con un plantel tasado en 2,6 millones de euros por Transfermarkt, para intentar hacer frente a un Ferencvaros cuyo valor total de mercado asciende a los 53 kilos según el citado portal. Y terminaron consiguiendo una victoria que resultaría impensable en otras disciplinas como baloncesto o balonmano, juegos de tanteos altos en los que la teórica superioridad de un equipo termina plasmándose en el marcador. En el fútbol no. El fútbol es otra cosa.

LO DE HUNGRÍA. Supe de la victoria del KÍ Klaksvik unas horas después de que terminara el partido: vi el 0-3 en la aplicación del teléfono y mi acto reflejo implicó acudir raudo a Youtube para buscar el resumen. Bingo, ahí estaba. Y me quedó claro que lo sucedido en el Generali Arena hizo honor a todo lo expuesto en el párrafo anterior. El equipo nórdico se adelantó en el minuto ocho gracias a un penalti absurdo de un defensa local, en la misma esquina del área por confiarse al despejar la segunda jugada de un córner. El 0-2, ya en el 32, llegó tras una gran transición visitante cuyo origen, eso sí, estuvo en una pérdida infantil del lateral derecho del Ferencvaros. Y el 0-3, en el descuento de la primera mitad, se lo comió con patatas el portero local, a quien le colaron un tímido disparo desde 40 metros. No, no tiene pinta de que los feroenses vayan a acompañar a los grandes de la Liga en el sorteo de la fase de grupos el 31 de agosto. Pero con su victoria de la semana pasada se aseguraron, por muy mal que les vaya en Europa a partir de ahora, terminar disputando el play-off final de la Conference League, último paso previo a la fase de grupos. Si accedieran a la misma, serían el primer equipo en la historia de su federación que disputa liguilla continental.