Cada día que pasa nos da más miedo que el caso Negreira se quede en nada, y que el Barça se vaya de rositas de haber tenido en nómina al vicepresidente de los árbitros durante un montón de años. Y lo que da esa mala espina son los bandazos del juez de instrucción, que comenzó investigando un caso de corrupción deportiva pero, al necesitar pruebas contundentes para demostrarla –como mínimo, acreditar que se compró a algún árbitro–, ha decidido tirar por la vía del cohecho, que es, como en esos juguetes infantiles, intentar meter una pieza cuadrada en un hueco triangular. Porque para que haya cohecho hace falta considerar funcionario a Negreira. Un extraño funcionario que ni ganó una oposición, ni fue contratado por la Administración Pública, ni ejercía desde esa vicepresidencia ninguna función pública. Y si en el juicio cae la carta del cohecho, se va al suelo todo el castillo de naipes.