Sin sorpresas en San Mamés. El derbi copero se reveló como un trámite asequible para el Athletic, que alternó buen juego con alguna laguna que no le pasó factura. La eficacia rematadora de Villalibre plasmó la desigual relación de fuerzas y sirvió asimismo para compensar las discretas aportaciones de algunos compañeros. Ocurre que el equipo funciona hasta cuando su inspiración es intermitente, pues mantiene una disposición laboriosa que complica la existencia a cualquiera. Anoche un Alavés que tuvo que rendirse a la evidencia y, pese a que quiso rebelarse y provocó un par de sustos tras el descanso, terminó entregado, impotente ante el mayor cuajo del conjunto local.

No es ningún secreto que, al calor de su larga lista de éxitos, los hombres de Valverde han interiorizado que están sobradamente capacitados para desplegar sobre la hierba argumentos muy sólidos. Esta vez se demostró que ni el hecho de que enfrente hubiese un equipo de la misma categoría les desvía de su camino, aunque faltasen la mitad de los elementos más asiduos en la pizarra. Desde luego, no cabe hablar de un comportamiento espectacular ni nada por el estilo, pero el pragmatismo y el grado de acierto, de nuevo salieron a relucir en dosis suficientes para garantizar el cumplimiento del pronóstico.

Valverde García Plaza no se quedaron cortos a la hora de agitar la plantilla. Introdujeron seis y ocho cambios en relación al fin de semana previo, reflejo de su interés por garantizar la frescura y, para qué negarlo, de paso preservar los bloques habituales con miras a la siguiente jornada liguera. Preveían una ronda exigente en el plano físico, pero más que por ahí el partido se desequilibró por una mera cuestión de calidad. Y de contraste de inercias. Son conjuntos que se desenvuelven en planos distintos en el orden competitivo. Bien que se notó. El Alavés solo logró que la cosa fuese equilibrada muy al principio, en ese rato que los protagonistas pueden necesitar para romper a sudar, situarse correctamente y deducir el signo de las intenciones ajenas.

Cierto que se ha de adjudicar al visitante la única acción profunda en el arranque: un cambio de juego de Blanco que Hagi, sin excesivo ángulo, culminó con un tiro raso bien respondido por Agirrezabala. Alguno se acordaría entonces de lo sucedido en Ipurua y esa evocación halló sentido más adelante, cuando cerca de la media hora entró en acción Villalibre. Se revolvió en el área, superó la marca de Tenaglia y lanzó un obús al que Sivera no reaccionó, pese a que la pelota entró por su palo.

Pese a la discreta celebración del delantero, la aportación certificaba el desarrollo del juego. El Athletic poco a poco se había adueñado de la iniciativa e insistía en ir hacia arriba. Pivotando sobre la figura de Sancet, cuya movilidad se convirtió en un problema irresoluble para el rival, fue amasando posesión (un 70% a esas alturas) dejando al Alavés el rol de sufridor. Sin opciones de estirarse, con su dúo ofensivo, Samu-Giuliano, absolutamente desconectado por la celeridad y constancia del Athletic en labores de zapa, se asistió a una sucesión de avances en dirección a Sivera.

Ya hubo antes un par de remates muy desviados a cargo de Muniain Herrera, pero el Athletic fue corrigiendo su punto de mira y el Alavés perfectamente pudo despedirse de la Copa antes de la llegada del descanso. Lo impidió en primera instancia Sivera, aunque sería más correcto decir que su parada a Berenguer, a quien Sancet dejó solo en posición ideal, fue fruto de que el extremo apuntó al muñeco. Siguió un robo de Villalibre desperdiciado por Sancet, un corte providencial de Tenaglia con Villalibre a su espalda, presto para empujar un magnífico centro raso de De Marcos. Y aún se contabilizó un último chut de Muniain, de nuevo mal dirigido.

Consciente de su inferioridad, de que la dinámica le condenaba a despedirse del torneo, el Alavés saltó al segundo acto con actitud renovada, dispuesto a enredar. Testigo privilegiado de ello, Agirrezabala, forzado a tirar de reflejos en dos aproximaciones con aroma a gol. Pero ni Samu ni Giuliano aprovecharon sendos balones en el área chica. Fue la fase más floja de los rojiblancos, que acaso dieron por muerto a su oponente antes de tiempo. Minutos de despiste, dando facilidades que amenazaron con romper la armonía previa.

Bueno, la bajada de tensión no tuvo mayores consecuencias, el Athletic recuperó el nervio y en un santiamén volvió a aflorar su tremenda pegada. De Marcos progresó hasta la línea de fondo y su centro bombeado halló a Villalibre desmarcado. Había cogido la espalda a los centrales y se lanzó en plancha para marcar a bocajarro. Impresionante índice de efectividad. Participa poco, habitualmente en la Copa, pero canjea cada titularidad firmando dos tantos. Anoche, a su dominio del área agregó un buen trabajo de descarga en favor de los compañeros y Valverde le mantuvo hasta la conclusión.

El margen de dos goles fue decisivo. El Alavés comprendió que rascar algo era imposible. Así todo, Hagi todavía puso un centro venenoso, resuelto por Vivian en boca de gol. Fue el último coletazo visitante. García Plaza confirmó la resignación que transmitían sus futbolistas y concedió minutos a Guridi Marín, pero también a varios chavales que apenas suelen intervenir. Por el contrario, Valverde optó por asegurar la consistencia del bloque con Yuri Nico Williams. Era hora ya de pensar en la liga y no forzar más a Lekue Berenguer. Luego, llegó el turno de los chavales. La historia de la eliminatoria ya estaba escrita.

El Athletic avanza firme en su competición fetiche, la que más ilusión genera en el entorno. El viernes su nombre estará en un bombo donde habrá de todo, caramelos y huesos. No estaría mal que la fortuna le hiciese un guiño, aunque en este punto de la temporada se comporta como un grupo imparable.