Javier Sierra ha hecho una nueva incursión en la literatura para traernos, tras El maestro del prado (2013), una nueva historia en El plan maestro, con él como narrador y protagonista.
¿Siente que El plan maestro es la digna sucesora de El maestro del prado, que con esto ha respondido a sus lectores?
-Siento que es el complemento del universo que yo esbocé en El maestro del prado. Esa fue una novela muy atrevida en muchos conceptos, pero sobre todo en el cierre de la obra, porque lo dejé abierto. Quedó abierto de par en par. Yo lo que buscaba era desconcertar al lector y a la vez convertirlo en cómplice de la búsqueda, y que de alguna manera la ficción no se acabara ahí, sino que el propio lector, tratando de buscar respuesta a aquel acertijo, continuara con la investigación. El efecto que tuvo eso fue que recibí cientos de cartas, correos y mensajes de lectores que me proponían su resolución del enigma. Me divertí tanto durante muchos meses que decidí sintetizar muchas de esas historias en mis cuadernos y recurrir a ellas cuando tuviera que redactar El plan maestro. Y hay una parte de la novela que es casi un homenaje a esos lectores intrépidos.
¿Siente que cuando visitemos museos después de leer este libro los vamos a revisitar de una forma diferente, con otros ojos?
-Mi esperanza de verdad es que revisites el museo y que lo hagas con un amigo de menos de siete años. Puede ser tu hijo, tu nieto..., pero que tenga esa mirada que todavía es inocente, que no ha sido sesgada por la educación y que establezca libres relaciones entre los rasgos, los colores, interprete la simbología sin la presión de la cultura y de ahí saques esa mirada primitiva e instintiva que estaba en los orígenes del arte y que sin embargo hemos ido perdiendo con los siglos.
Solemos pensar que la del arte es una pasión que inculcamos los padres a los hijos, pero nos enseña que los más pequeños tienen muchísima sensibilidad por el arte, ven cosas que a simple vista nosotros no vemos.
-Yo eso lo aprendí de Jean Clottes (arqueólogo francés), que fue el primero que se dio cuenta de que muchas de las cuevas rupestres de todo el mundo han sido descubiertas por niños. No porque no hubieran entrado antes en esas cavernas adultos, sino simplemente porque los adultos no entendían que allí pudiera haber arte. Y sin embargo los niños lo encontraron. Esa visión me impactó tanto que decidí, antes de que mis hijos perdieran la inocencia, llevármelos de cuevas. Precisamente la novela parte de una excursión con mis hijos a una cueva para ver si eran capaces de ver lo que los adultos no éramos capaces. Y descubrí que con la misma facilidad con la que encontraban patrones en las nubes ellos veían cosas en las cuevas.
En su novela viajamos a Francia, Cantabria... ¿Ha tenido oportunidad de conocer Santimamiñe, en Bizkaia, una cueva descubierta también por unos jóvenes?
-No he estado. He leído sobre ella pero no la conozco. Hay un misterio, de todas formas, que tiene que ver con el territorio, que es: ¿Qué pasó en esta parte del planeta hace 70.000 años entre la Cornisa Cantábrica y el otro lado de los Pirineos para que el arte naciera aquí? ¿Qué ocurrió en la capacidad cognitiva del neandertal, que no del sapiens, para que ellos sacralizaran santuarios con la pintura y pintaran como si fuera una pared infinita, generación tras generación, imágenes encima de imágenes, durante miles de años? Yo no tengo respuesta todavía a esa pregunta, pero me resulta de lo más intrigante.
La ciencia aún tampoco ha podido responder a esa incógnita.
-No, pero a lo mejor es más fácil que la encuentre la imaginación que la ciencia. Yo creo que el gran poder de mis novelas es que proponen soluciones imaginativas a preguntas que son racionales y sensatas.
Son muchas las preguntas que nos brinda la historia. ¿Esa curiosidad por conocer, por obtener respuestas, es lo que también le acercó a Cuarto Milenio?
-El caso de Iker Jiménez -que lo conozco desde que éramos muy jovencitos y nos une una gran amistad- y el mío tienen un punto de convergencia. Los dos partimos del asombro, buscamos el asombro y cuando lo encontramos no podemos evitar compartirlo con los demás. Iker además viene de una familia que está vinculada al arte. Sus padres son conservadores de arte y tienen una galería muy importante de arte, y él ha crecido con eso. Yo no crecí con esa cultura, porque mis padres eran funcionarios, pero los dos hemos derivado nuestra pasión por el misterio a través del arte, de la expresión artística. Hablamos mucho del arte que nos asombra.
"A Iker Jiménez lo conozco desde que éramos muy jovencitos"
¿Cree que llegará un momento en el que respondamos a todas las dudas del universo?
-Es imposible. Cada vez que encontramos respuesta a algo surgen nuevas preguntas. Pero esa es la aventura del conocimiento, y eso es lo que nos hace estar donde estamos. Si fuésemos una especie conformista, probablemente nos hubiéramos quedado en la edad del fuego y haciendo siempre lo mismo, pero quisimos dominar el fuego, quisimos orientarlo, quisimos que estuviera a nuestro servicio e inventamos una tecnología para ello. Eso es lo que nos hace avanzar. Incluso cuando hemos conseguido dominar el fuego hemos querido dominar el resto de elementos, y en ello estamos.
Además, de conseguir responder a todo, ¿la vida no pasaría a ser aburrida?
-Sí, pero no contemplo ese escenario. Estamos a las puertas de una revolución que nos va a cambiar por completo, que es el salto definitivo al espacio. Quizá no somos muy conscientes de eso, vemos la noticia de Elon Musk, Calleja..., pero en un lapso de tiempo de unos pocos años vamos a tener colonos en la Luna y gente preparándose para misiones a Marte. Eso lo va a cambiar todo. Lo que veremos allí, lo que descubriremos, las preguntas que generarán esas visitas y esa permanencia en esos mundos nos va a abrir a otra conciencia y está a las puertas.
El arte selénico sería muy diferente al terrícola, ¿no?
-Claro, tú imagínate que encontráramos cuevas con arte rupestre en Marte. ¿Adónde nos llevaría eso? Sería impresionante, pero entra dentro de lo plausible. Había un químico muy importante, Haldane, que decía que el universo no solo es más fantástico de lo que imaginamos, sino mucho más fantástico de lo que llegaremos jamás a imaginar. Ese es el espíritu que me mueve. Aunque lo imaginemos siempre nos superará, y es maravilloso que así sea.
¿Tiene algún deseo para el futuro?
-Yo lo que pido es poder seguir escribiendo, seguir trabajando para mis cómplices, que no mis lectores, y seguir generando esta energía de la curiosidad y el asombro que es muy bonita, porque nos hace darle un sentido a la vida. A veces nos empeñamos en quitarle el sentido a la vida, en quitar la esperanza, y yo creo que el trabajo de alguien con la proyección que pueda tener yo es mantenerla. Por eso mis obras siempre se escriben en positivo, nunca en negativo.