Pasó a la historia con su segundo apellido, Picasso, de origen italiano (su bisabuelo materno era originario de Génova); y fue una suerte que no lo hiciera con su nombre, porque se llamaba Pablo Diego José Francisco de Paula Juan Nepomuceno María de los Remedios Cipriano de la Santísima Trinidad Mártir Patricio Clito Ruiz Picasso. Así se le registró cuando nació en Málaga a finales del siglo XIX, en 1881, sin saber que se convertiría en uno de los artistas más influyentes del siglo XX y que seguiría de actualidad en el XXI, cuando se acaban de cumplir 50 años de su muerte (falleció el 8 de abril de 1973).

Una Málaga que presume con razón de él, pero en la que el genial pintor sólo pasó sus primeros nueve años de vida, suficientes para que de la capital costasoleña se marchara con la pasión por la pintura inoculada gracias su padre, profesor de dibujo. De hecho a los ocho años ya creó ‘El picador amarillo’, que pintó al óleo tras asistir a una corrida de toros.

Nació en Málaga y pasó por La Coruña y por la Barcelona modernista antes de instalarse en París y triunfar.

El joven Pablo fue viviendo en diferentes ciudades según los destinos de su padre, que pidió el traslado a A Coruña y lo consiguió en 1891. Fueron cuatro años en la ciudad gallega en la que, al contrario que su familia, Pablo sí se sintió feliz, reflejando en sus pinturas, de gran realismo, las playas coruñesas y personajes populares, y realizando su primera exposición en el escaparate de una tienda de muebles.

Barcelona y el modernismo

En 1895 llegó un nuevo traslado, esta vez a Barcelona. Un cambio triste ya que ese año falleció una de sus dos hermanas, Conchita. En la Ciudad Condal, en la que vivió nueve años, cambió su firma para siempre: pasó de Pablo o Pablo Ruiz a solamente Picasso. Fue admitido en la Escuela de Bellas Artes y el lienzo ‘Ciencia y caridad’ (1987) le abrió más de una puerta.

Tras un intento fallido de vivir y estudiar en Madrid regresó a Barcelona. El modernismo de la capital catalana le interesaba mucho más y allá frecuentó la cervecería Els 4 gats, centro neurálgico de la bohemia modernista. Allí se relacionó con artistas y entró en contacto con el anarquismo y con la miseria que reinaba en los barrios bajos.

Del cubismo evolucionó al surrealismo antes de interesarse por la escultura y la cerámica.

Azul, rosa y vida en Francia

Comenzó entonces su llamado periodo azul (1901-1904), debido a que ese era el color que predominaba en su gama cromática. Una etapa que arrancó tras el suicidio de su amigo Carlos Casagemas, con quien había viajado a París en 1900 para asistir a la Exposición Universal. De hecho su obra ‘El entierro de Casagemas’ plasma perfectamente la atmósfera melancólica de su pintura en aquellos años, en los que realizó varias incursiones en la capital francesa.

En París se estableció definitivamente en 1904, pensando que sólo así podría triunfar fuera de España, y recibió las influencias de Degas y Toulouse-Lautrec, con la miseria humana como eje central de su composición: mendigos, prostitutas, alcohólicos... 1904 y 1905 fueron los años de su periodo rosa, coincidiendo con su primer amor, Fernande Olivier. Su paleta viró hacia colores rosas y rojos y su pintura reflejó el mundo del circo, como en ‘Familia de acróbatas’. Entabló relación con Guillaume Apollinaire y Max Jacob y los Stein (Gertrude y su hermano Leo) se convirtieron en mecenas suyos.

Vivió casi 70 años (desde 1904) en Francia, pero rechazó la nacionalidad gala cuando se la ofrecieron.

Cubismo, surrealismo y muerte

Poco después llegó una de sus obras más reconocidas, ‘Las señoritas de Aviñón’, en 1907, un protocubismo incomprendido con una gran influencia de la escultura africana. Fue el preludio del inicio del cubismo, establecido a posteriori en 1908, cuando él y Georges Braque pintaron unos paisajes que parecían hechos con pequeños cubos a ojos de un crítico. El volumen, los objetos fracturados mostrados desde varios lados para mostrar la bidimensionalidad del lienzo y la monocromía son sus señas de identidad, con la naturaleza muerta, los retratos de amigos y los instrumentos musicales como temas.

Tras flirtear con el clasicismo durante la Primera Guerra Mundial, con la que se perdieron muchas de sus obras, en torno a 1925 Picasso evolucionó hacia el surrealismo, con figuras de mujeres agresivas, además de temas recurrentes como el minotauro y el pintor y la modelo.

Una mujer contempla ‘Las señoritas de Aviñón’ en el MoMA. Efe

Tras vivir de lejos la Guerra Civil española con el encargo del ‘Guernica’, que se convirtió en un símbolo antibelicista, la Segunda Guerra Mundial supuso para él un punto de inflexión interesándose por la cerámica, y su implicación en política (se unió al Partido Comunista) le hizo centrarse menos en su pintura, que oscureció su paleta y tuvo a la muerte como el tema más frecuente.

Su última pintura, ‘Embrace’, llegó el 1 de junio de 1972. Murió menos de un año después, el 8 de abril de 1973, a los 91 años en Mougins de un edema pulmonar e insuficiencia cardiaca, y fue enterrado en el castillo de Vauvenargues, de su propiedad. Sus últimos 70 años de vida los pasó en Francia, pero no aceptó la nacionalidad gala cuando le fue ofrecida. Él la había pedido en tiempos de guerra para protegerse y no se la concedieron, y después pensó que ya era demasiado conocido como para necesitarla.

Siete mujeres y acusaciones de misógino

La pintura de Picasso no puede entenderse sin las mujeres que lo acompañaron en su vida, que aparecieron en su obra evolucionando a la par de ella. Fotógrafas, bailarinas, pintoras, artistas..., siete son las mujeres que marcaron la vida del malagueño. Su primer amor fue Fernande Olivier, entre 1904 y 1912, modelo de artistas, seguida por Eva Gouel, coreógrafa y modelo, con la que estuvo entre 1912 y 1915, cuando ella murió de tuberculosis. En los años siguientes mantuvo varias relaciones simultáneas hasta que en 1917 conoció a la bailarina Olga Khokhlova, con la que se casó, tuvo a su primer hijo, Pablo, y convivió hasta 1935. Eso sí, desde 1927 tuvo una amante, Marie-Thérèse Walter (cuando la conoció ella tenía 17 años), y llevó una doble vida hasta que dejó a Olga en 1935, meses antes de que naciera Maya, fruto de su relación con Walter, modelo que se convirtió en musa de sus obsesiones eróticas y con la que convivió en fases hasta 1944.


En 1936 comenzó una relación de ocho años con la fotógrafa Dora Maar, de la que se acabó cansando con el tiempo. Hay testigos que afirman que lo vieron pegándole palizas e incluso un chófer relata que la subió inconsciente a un coche tras una pelea.


Un año antes de romper con Dora Maar comenzó otra relación de diez años con la pintora Françoise Gilot (vive actualmente con 101 años), con la que tuvo dos hijos, Claude y Paloma, y con la que no acabó nada bien. De hecho Picasso rechazó ver a sus dos hijos en común.


En 1953 conoció a Jacqueline Roque cuando él tenía 72 años y ella 26. Estuvieron juntos hasta la muerte del pintor, 20 años, y se casaron en 1961, en el que fue su segundo matrimonio tras el de Olga Khokhlova, con la que siguió casado por cuestiones religiosas hasta que ella murió en 1955.


En los últimos años se han extendido las voces que acusan a Picasso de ser un misógino y un maltratador de mujeres, e incluso hay universidades que rechazan al pintor en sus cátedras. Infidelidades, maltratos físicos y psicológicos y desprecios al final de sus relaciones habrían sido la tónica habitual en su vida de pareja.

El ‘Guernica’, pintado en 1937.

El simbolismo del ‘Guernica’

El ‘Guernica’ no sólo es la obra más conocida de Picasso, sino que se considera una de las obras más importantes e influyentes del siglo XX, del cual se convirtió en un icono. Lleva el nombre de la localidad vizcaína bombardeada el 26 de abril de 1937 por la Legión Cóndor alemana y la Aviación Legionaria italiana, aliadas del ejército franquista durante la Guerra Civil española, pero en la pintura no hay ninguna referencia expresa a esta masacre. De hecho fue un encargo del Gobierno de la Segunda República antes del bombardeo sobre la población civil, que causó 126 muertos y destruyó casi toda la villa. Una delegación española integrada entre otros por el director general de Bellas Artes, el pintor Josep Renau, y por el escritor Max Aub viajó a París, donde había establecido Picasso ya su residencia definitiva, para convencerle de crear una obra de gran formato para la Exposición Universal de París, en un intento de conseguir adeptos a la causa republicana en plena Guerra Civil española gracias al prestigio internacional del malagueño. Una pintura mural que debía cubrir un espacio de 11x4 metros y que en un principio provocó las reticencias del pintor andaluz, que tardó varios meses en comenzar la obra y que la terminó semanas después de la inauguración de la exposición.


Los primeros bocetos surgieron el 18 de abril, ocho días antes del bombardeo de Gernika, y los esbozos iniciales del cuadro definitivo son del 1 de mayo, diez días antes de comenzar a trabajar directamente sobre el lienzo, de 776,6 centímetros de largo y 349,3 de alto concebido en forma de tríptico en blanco y negro y escala de grises y que terminó el 4 de junio. En el cuadro aparecen personas y animales con un enorme contenido simbólico: el toro, la madre con el hijo muerto, la paloma, el guerrero muerto, la bombilla, el caballo, la mujer arrodillada o herida, la mujer del quinqué, la mujer en llamas, el hombre o la mujer implorando y la flecha oblicua. Aunque se han realizado diferentes interpretaciones de esos símbolos y de la obra en general, hay acuerdo en que es un icono antibelicista, un reflejo del horror que la guerra inflige a los seres humanos.


Tras la exposición parisina, el cuadro visitó Noruega, Dinamarca, Suecia, Inglaterra, Estados Unidos, Italia, Brasil, Alemania, Bélgica y Países Bajos. Picasso decidió que la obra fuera custodiada por el Museo de Arte Moderno de Nueva York (MoMA) y que no sería trasladada a España hasta que no se restauraran las libertades públicas. En 1977 el Senado y el Congreso aprobaron pedir a Estados Unidos la devolución del cuadro, que llegó a Madrid el 10 de septiembre de 1981. Actualmente se encuentra en exposición permanente en el museo Reina Sofía de Madrid, pese a los intentos de Gernika de que se instale en la localidad que le da nombre.