Revuelta inesperada - Hace dos meses y cuatro días, la siniestra policía de la moral iraní mató a golpes a la joven kurda Mahsa Amini porque llevaba mal puesto el velo. El régimen de los ayatolás no esperaba que la enésima tropelía de sus esbirros provocara una ola de indignación que llevó a las calles a decenas de miles de mujeres y hombres para denunciar el asesinato y clamar por la libertad. Y menos entraba en los planes que las protestas se extendieran por todo el país y, pese a la brutal represión, se prolongaran durante ya nueve semanas. El saldo de víctimas mortales es incalculable. Hay estimaciones que hablan de 300 personas fallecidas a manos de los Guardianes de la Revolución, mientras que los detenidos podrían llegar a 20.000. Más allá de los espantosos números, está la realidad de una revuelta justa que apenas recibe atención en la mayoría de los medios occidentales, incluyendo aquellos que suelen hacer bandera de las causas más nobles.

Doble Moral - Si no nos conociéramos, llamaría la atención esta ausencia de interés por unos hechos tan relevantes. Quizá, en primer término está la pereza general que nos provocan acontecimientos que en lo geográfico nos pillan a desmano. De hecho, si somos justos, habremos de reconocer que hay muchos otros conflictos que todavía salen menos en los medios que este. Por lo demás, y pese a que Irán es uno de esos países -igual que estamos viendo ahora con el Mundial de Catar- que se prestan al ejercicio de la doble moral. Nadie reconocerá que simpatiza con su régimen medieval, pero los negocios son los negocios, y los intereses comerciales acaban pesando más que la defensa de los Derechos Humanos. Más que nada, porque si uno va de casto y puro, no va a cambiar la realidad y, sin embargo, perderá una oportunidad que será para otro. Ahí nos duele. 

Lo incomprensible - Lo que acabo de enunciar no sirve para justificar pero sí para comprender a estas empresas o gobiernos que callan para no perjudicar la cuenta de resultados o la balanza de pagos. Más difícil es hacerse una idea cabal sobre el silencio clamoroso de buena parte de las organizaciones y personas que en nuestro entorno defienden la causa feminista. ¿Por qué apenas hemos visto un puñado de gestos de solidaridad con unas mujeres que literalmente se están jugando la vida para reclamar su derecho a llevar la cabeza descubierta? Quizá porque, como hemos comprobado, incluso en políticas destacadas, hay quien sostiene que el velo no es un símbolo de sumisión a los hombres sino una muestra de libertad de quienes lo portan.