No es una leyenda que, faltándole dos años para tener derecho a sufragio, la adolescente Nadia Calviño aprovechó el revuelo causado por la aparición de su padre, el polémico expresidente de RTVE José María Calviño, para colar de matute una papeleta en la urna del referéndum sobre la integración de España en la OTAN de 1986. ¿A favor o en contra? Ahí ya sí entramos en lo mitológico. 

Ella sostiene que, por supuesto, fue contrario, lo que termina de redondear su perfil y el dicho clásico: quien no es de izquierdas a los 16 años no tiene corazón; quien lo sigue siendo pasados los 50 no tiene cabeza. Aunque siguiera militando en el PSOE, incluso en el de Pedro Sánchez, mucho antes de la cincuentena, Nadia Calviño ya se había reconvertido en una pluscuamliberal con bandera de conveniencia socialdemócrata.

Lo cierto es que no pudo ejercer como tal más que de boquilla. Ahora le llega el premio a haber tragado carros y carretas: presidenta del Banco Europeo de Inversiones. Glups.

Aitor Zabaleta

Aplaudo con entusiasmo el enorme trabajo de Noticias de Gipuzkoa para conservar viva la memoria del aficionado de la Real Aitor Zabaleta, asesinado por un fascista sin matices tal día como ayer en Madrid hace 25 años. 

Los testimonios de amigos y familiares no han podido ser más desgarradores. Ni más esclarecedores. “El Atlético de Madrid se portó como un club de hijos de la gran puta y de ratas sarnosas”, le dijo Iker, el hermano de Aitor, a Mikel Recalde, en una entrevista descarnada en la que también aseguró que el asesinato de Zabaleta probablemente evitó las muertes de otros errealtzales. No comparto ni remotamente, sin embargo, la aseveración de Esteban Ibarra, eternizado como portavoz de un autodenominado movimiento contra la intolerancia, de que el episodio “está ayudando a mantener la dignidad en el fútbol”

Puro voluntarismo no apoyado en los hechos. En este cuarto de siglo no hemos avanzado ni un milímetro. El fascismo de este o aquel signo sigue campando a sus anchas en los estadios, incluidos, para nuestra profunda vergüenza, los que nos son más cercanos. Pero queda mal decirlo.