VEINTE años del 11-M. El tópico procede. Parece, literalmente, que fue ayer. Y eso que, trabajando estos días sobre el aniversario, he comprobado cómo nos traicionan los recuerdos. El primero que me viene a la cabeza, y doy fe de que en este caso es real, es mi sensación de absoluta irrealidad según se iban sucediendo los diferentes botes informativos y la llamada, no más allá de las diez de la mañana, de una persona muy cercana con una fuente directísima en la Guardia Civil. “No ha sido ETA”, me dijo, antes de dejarme claro que si me daba por contarlo, me enfrentaría a todos los aparatos del Estado español que, a cuatro días las elecciones generales, no les interesaba en absoluto que la autoría fuera yihadista. Ahí está la tremenda frase atribuida al gurú de Aznar, Pedro Arriola: “Si es ETA, barremos; si son los islamistas, nos vamos a casa”.

Como me decía el otro día Emilio Olabarria, gladiador, entre otros, junto a Uxue Barkos, de la comisión de investigación del Congreso sobre los atentados, al final, triunfó la justicia poética. El pueblo, que según cantaba José Afonso, “es el que más ordena”, se pronunció contra la mentira del Gobierno del PP dándole la vuelta a los vaticinios y concediendo la victoria en las urnas al imberbe candidato socialista José Luis Rodríguez Zapatero. Por medio, como seguro que también tienen fresca en la memoria, la movilización ciudadana vía un SMS (entonces guasap no era ni proyecto) que rezaba “Pásalo”. El ultramonte político y mediático llevó fatal esa derrota. Su venganza fue la difusión de una serie de lisérgicos bulos que, resumiéndolo mucho, pretendían que hubo una conjura entre ETA, las cloacas del estado al servicio de Ferraz y unos magrebíes que pasaban por ahí -los pelanas de Lavapiés, los bautizaron- para cometer un atentado salvaje que devolviera Moncloa al PSOE. Dos decenios después, hay quien se lo traga.