EL otro día nos enteramos de que un navarro, Javi Martínez, jugador del Athletic, ha sido incluido en la lista definitiva de seleccionados para la Copa del Mundo de Sudáfrica. La prensa se ha apresurado a congratularse y a calificarlo como el sexto o séptimo navarro que va a jugar un Mundial (según leamos un periódico navarro u otro). Yo me alegro enormemente por el chaval, un futbolista de los pies a la cabeza y un prodigio de fuerza y autentico motor del mediocampo bilbaíno y de mi equipo de la Wii, donde mi Osasuna lo ha repescado.

No obstante quisiera recordar a otro navarro que ha sido seleccionado, no por Del Bosque, sino por la propia FIFA: se trata de Alberto Undiano Mallenco. Uno de los 24 mejores árbitros del mundo (se dice fácil).

Estamos acostumbrados a hablar de los árbitros como meros jueces en los encuentros deportivos, generalmente para criticar su labor y comentar sus errores, muchas veces magnificándolos y haciéndolos responsables de victorias o derrotas, como si los fallos de los jugadores tuviesen una menor incidencia en el resultado. Nadie cuenta los kilómetros que recorren en un partido ni la presión a la que se ven sometidos antes, durante y después de los mismos por parte de prensa, afición, jugadores, directivos e, incluso, por parte del propio estamento arbitral. No caemos en la cuenta de que ellos sólo tienen dos ojos, con un único ángulo de vista. Que no tienen repeticiones ni cámara lenta. Nadie critica a sus chicos por tirarse en el área, meter manos subrepticiamente o simular agresiones. Nadie sanciona esas actuaciones, antideportivas por definición. El deportista debe ser pícaro y jugar con los límites del reglamento. Eso sí, si el trencilla de turno no lo ve, media España se le echa encima mientras la otra media calla de forma vergonzante, tapando así el comportamiento indigno de sus futbolistas.

Se piden ayudas técnicas como el vídeo, y las altas esferas (que no se visten de corto ni sufren el acoso público) dicen que no, que eso le quitaría espontaneidad al fútbol. A nadie le importa un pimiento la justicia o el fair play. Ya tenemos a los de negro como chivos expiatorios sobre los que volcar la ira o la frustración, mientras los gerifaltes del villarato, el platininato o el blatterato de turno, se lo pasan pipa en las salas VIP de los estadios.

Mientras, el árbitro tendrá que entrenar, mantenerse en forma y dominar una técnica deportiva, que cualquiera que haya probado alguna vez a coger el silbato para impartir justicia, aunque sea sólo entre amigos, sabrá valorar en su medida y dificultad. El árbitro es un deportista más, con una labor diferente, ingrata a menudo, pero un deportista al fin y al cabo. No tiene seguidores ni peñas. Nadie le dora píldoras ni le pide autógrafos. Pero debe tener un dominio de su parcela similar, si no superior, al de los deportistas a los que controla.

Desde aquí quería felicitarle, a él y a su juez de línea, Fermín Martínez, por ser elegidos para Sudáfrica, y desearles toda la suerte del mundo. Será un aliciente más para ver los partidos.

(*) Médico del Deporte.