Pamplona. EL pasado domingo, mientras Usain Bolt volaba por la calle siete hacia un nuevo oro olímpico en los 100 metros con una marca de otra galaxia (9,63, récord olímpico), a su derecha, en la calle contigua, Ryan Bailey (13-4-1989, Salem) cruzaba la meta quinto, con un registro de 9,88 que igualaba su mejor marca personal, lograda en 2010 en Rieti. Mientras a los Bolt, Blake, Gatlin y Gay todo el mundo les veía en la pugna por los puestos de honor, de Bailey solo los más acérrimos del atletismo tenían noticias. Y es que la trayectoria de este velocista de 23 años no se asemeja en absoluto a los estándares del deporte de elite. Basta decir que en 2006 sus carreras tenían como escenario las peores calles de Salem, la capital del Estado de Oregón, donde era miembro de una banda callejera.

La vida de Bailey no ha sido en absoluto sencilla. Con su padre desaparecido desde su infancia, la responsabilidad de sacar adelante a toda la familia recayó sobre los hombros de su madre, Debra Galban, que, además, debía pasar largas temporadas sin trabajar como consecuencia de su delicado estado de salud (padecía fibromialgia y una artritis degenerativa), lo que hizo que Ryan y ella, con los bolsillos vacíos, tuvieran que verse obligados a abandonar su casa. El propio velocista ha contado incluso que pasaron una larga temporada durmiendo en un coche, concretamente en un Suzuki Esteem. "Metíamos todas nuestras pertenencias en la parte de atrás y nosotros dormíamos en los asientos de delante", reconoció el año pasado.

Teniendo en cuenta ese panorama de pobreza, no fue de extrañar que Bailey acabara atrapado en las garras de las bandas callejeras. Las malas compañías empezaron a guiar su vida -en su año júnior llegó a ser expulsado del instituto- hasta que en 2006 llegó el acontecimiento que cambió su vida. Mientras estaba en la calle con sus amigos se produjo una discusión con miembros de una banda rival. La trifulca empezó a pasar a mayores y en el momento en el que Ryan intentó abandonar el lugar fue apuñalado. Tres cuchilladas: dos en la espalda y una en el hombro. Bailey fue trasladado al hospital, donde permaneció varios días ingresado, y acabó teniendo suerte, ya que ningún órgano vital se vio afectado, pero se dio cuenta de que algo tenía que cambiar en su vida, que no podía seguir por ese camino. Pero salir de una banda callejera no es en absoluto tarea fácil, no basta con no presentarse un día. Si en su día Ryan tuvo que recibir una paliza para demostrar que merecía ser miembro, el modus operandi para abandonar fue bastante similar, hasta el punto de que regresó a casa con toda su cara empapada de sangre y cortes encima de sus ojos.

Superada esa etapa de su vida, Bailey regresó al instituto para cumplir su año sénior. Sus notas mejoraron considerablemente y empezó a tomarse más en serio el atletismo bajo la tutela de un técnico, John Parks, que acabó siendo lo más parecido a una figura paterna que ha tenido en su vida. Sus marcas no tardaron en reflejar su trabajo sobre el tartán. Comenzó a ser tenido en cuenta en las competiciones júnior y, en agosto de 2010, en Rieti, dio muestras de sus posibilidades como velocista al lograr una marca de 9,88 con poco más de 21 años. En los trials de este año logró el billete para Londres'12 al terminar tercero, por detrás de Gatlin y Gay, quienes también le superaron en la final.

Pero Bailey, que hoy reaparecerá en escena como integrante del relevo estadounidense de 4x100, está saboreando la experiencia olímpica por encima de las marcas y los puestos, algo lógico si se tiene en cuenta su pasado. "Mi madre guardaba como talismán una moneda conmemorativa de los Juegos Olímpicos y siempre me decía que algún día yo correría en este evento. Hay veces que me parece increíble haber conseguido llegar hasta aquí. Hay ocasiones en las que echo la mirada hacia atrás y pienso que yo podría haber terminado como muchos de mis amigos de la infancia: muerto o en la cárcel. Podría haber seguido su mismo camino, pero no lo hice", destaca Ryan, orgulloso padre de un niño pequeño llamado Tyree, rememorando aquellas épocas de bandas callejeras en las que su hogar llegó a ser el asiento delantero de un Suzuki Esteem.