El salto perfecto de Bob Beamon en México
El 18 de octubre de 1968, el récord de salto de longitud pasó de 8,35 a 8,90 metros
Durante los más de 22 años que estuvo en vigor como récord del mundo, se le llamó el salto perfecto: justo al límite del viento a favor permitido (2 metros por segundo); en el Estadio Olímpico de México, a 2.246 metros de altitud, lo cual se traduce en una menor resistencia del aire; y 19 zancadas en 6 segundos, y una batida impecable, y un vuelo hasta 1,97 metros de altura... Todo ello para reventar la plusmarca anterior de una manera tan apabullante que se consideró un récord de otra época, un registro sideral. Porque una cosa era superar el 8,35 que ostentaba hasta entonces el soviético Igor Ter-Ovanesyan -gran animador de la longitud en los años 60 por sus duelos con el estadounidense Ralph Boston- y otra cosa era ridiculizarlo con un añadido ¡de 55 centímetros!
Dicen las crónicas que Bob Beamon afrontaba con mucha tranquilidad la competición, porque ni siquiera era favorito, ya que esa responsabilidad recaía sobre los citados Boston y Ter-Ovanesyan y sobre el campeón olímpico y de Europa, el británico Lynn Davies.
Además, cuando le tocó saltar casi nadie en las gradas estaba pendiente de él, porque a esa misma hora (las 15.46, hora local) iba a comenzar la final de 400 metros lisos.
Después de su salto, Beamon era consciente de que había hecho una hazaña, pero tardaría unos cuantos minutos en conocer el calibre de la misma. En México se aplicaba por primera vez un medidor óptico que no se había diseñado para una distancia como ésa, por lo que los jueces se vieron obligados a utilizar la cinta métrica de toda la vida. Cuando dieron a conocer que el salto había sido de 8,90 metros, el estadio entero pegó un grito de asombro... mientras Beamon buscaba a alguien (fue el mismísimo Ralph Boston) que le tradujera esa distancia a la que él entendía: 29 pies y 2 pulgadas y media.
Dicen las crónicas que el atleta estadounidense casi se volvió loco: se puso a bailar y le dio algo muy parecido a un ataque cataléptico, porque cayó desplomado. Nada grave, porque se recuperó por completo para la ceremonia del podio, en la que, como muchos otros atletas negros estadounidenses en esos Juegos, reivindicó los derechos civiles en su país. No solo lo hizo con el característico puño en alto cuando sonó el himno, sino poniéndose calcetines negros por encima del chándal.
Esa estratosférica marca no solo tardó casi 23 años en caer, sino que el salto de 8,95 metros de Mike Powell en 1991 es la única vez en 45 años en la que alguien ha superado el registro de Bob Beamon.