Saltos y codos, una mala imagen del fútbol
recibir un codazo en la cara es sumamente desagradable y si además se produce de manera voluntaria, se hace imposible de justificar.
Seguramente los codazos en los saltos han existido siempre en la historia del fútbol, pero en los últimos años la calidad de las imágenes en cámara lenta ha ayudado a entender la magnitud del problema y exigir una solución.
Cuando se produce un salto entre jugadores para disputar un balón por alto, es inevitable que los brazos se muevan para tratar de conseguir un mayor impulso y defender un espacio. Hasta ahí todo es normal, incluso resulta aceptable el lógico forcejeo para dificultar al contrario y facilitar el toque del balón en mejores condiciones.
La infracción comienza cuando se empuja con el brazo al adversario y se agrava cuando lo que se realiza es un golpeo. Importa mucho dónde se produce el contacto, la intensidad de éste y la intención con que se hace.
Los árbitros diferencian en el uso de los brazos si estos se utilizan como una “herramienta” o como un “arma”. En el primer caso se apoyan contra el adversario para impedirle moverse o le empujan y el árbitro debe amonestar. En el segundo caso le golpean y el infractor debe ser expulsado.
Las cámaras reflejan una jugada que se repite desgraciadamente mucho más de lo aceptable: Un jugador sitúa antes del salto su objetivo con una mirada de reojo, salta y a la vez proyecta el codo hacia atrás para impactar en la cara de su adversario. Esta situación, que se ve perfectamente en las imágenes, es menos clara en directo sobre todo para el público que lo único que aprecia es a un jugador con el rostro ensangrentado.
Los árbitros deben entrenar su percepción para detectar estas situaciones y castigarlas con la mayor severidad. Son actuaciones sin ninguna justificación, aquí no caben paños calientes, no vale aquello de los nervios y las pulsaciones, hay que desterrar estos actos de nuestro deporte.
Los aficionados, los comentaristas e incluso las asociaciones de jugadores tienen mucho que opinar olvidándose de colores. El que agrede lo hace contra un adversario, sí, pero también sobre un compañero de profesión y el ejemplo que se da a los jóvenes jugadores no precisa comentarios.
El autor es vocal de Formación y Relaciones Sociales del Comité Navarro de Árbitros de Fútbol