Síguenos en redes sociales:

No caer en ese pecado

No caer en ese pecado

Se supone que hay miles de motivos más, los mismos que impulsan a las personas a subirse a una loma para ver qué hay detrás, pero uno de los principales argumentos que es posible encontrar para intentar adivinar por qué alguien, sea hombre o mujer, arriesga su vida para lograr algo en apariencia muy inútil es precisamente el de alejarse lo más posible de sí mismo y de la clase de actitud mental y física de la que nacen pensamientos tan infelices y tan huecos y cobardes como el que encabeza este texto. Ir a escalar ochomiles al Himalaya permite, dicen, tomar una distancia sideral con uno mismo, al tiempo que conocerse como casi nadie, algo que también se busca en las pruebas físicas de gran exigencia a nivel del mar. Un empeño inútil, un asunto personal, mucha gente alrededor que te acusa de lunático y la felicidad de haber sido valiente. En el caso de las mujeres himalayistas, de ser por los prejuicios que deben de soportar, la cosecha obtenida tiene que ser monumental e inabarcable.

Por eso, comprobar que ya hay una de ellas que, sin ánimo de comparar para no molestar a ninguno de los dos, ha repetido lo que hizo en su día Messner y que, con sus variantes, han logrado hasta la fecha solo 11 personas más, supone una enorme alegría, visto tanto vacío alrededor. Ya hay una mujer que sin ningún género de dudas puede asegurar que ha subido a los 14 y lo ha hecho sin ninguna ayuda que haya cambiado su organismo, la barrera que distingue lo real de lo casi real y la que, a fin de cuentas, nos hace admirar a los himalayistas desde la llanura: hacen lo que nosotros no hacemos.

¿Es, por tanto, Kaltenbrunner mejor que Pasaban? No por eso, pero sí es la primera que no tiene que volver a buscar al Everest sin oxígeno artificial como hizo Pasaban esta primavera. ¿Es mejor, así a secas, Kaltenbrunner que el resto? Sí. Y no por haber sido la primera en tocar la pared -¿qué hay de malo en querer, como de niños, correr libre y limpiamente hacia una pared para tocarla antes que nadie y decir ¡primer!, qué hay de malo, por qué hay que retorcerlo todo tanto?- sino porque, sencillamente, lo es. El himalayismo jamás podrá usar estos parámetros, ya que dos alpinistas no se miden en la misma montaña a la misma hora siempre, pero sí que el Himalaya y la observación permiten acumular datos, cifras, estilos, ayudas externas, baremos. Una mujer que sube al Everest sin oxígeno o que para hacer el K2 busca el Pilar Norte o que para hacer cima en el Nanga sale del último campo con uno de los himalayistas más rápidos de su tiempo -Ochoa de Olza- y no solo no se descuelga sino que incluso da relevos y abre huella y llega aliento con aliento con él es una himalayista que hace lo que otras no han hecho, ya sea por falta de oportunidades o por decisión propia. Pero las puertas han estado abiertas para todas durante años. Y Gerlinde ha sido la que las ha cruzado. Por todo ello, hay que darle la enhorabuena y rendirse a la evidencia de un adjetivo que nunca es justo pero que en este caso es el más aproximado: es la primera y además la mejor. No reconocerlo o decirlo, un acto de cobardía. Dice Nives Meroi que "el alpinismo siempre se ha vendido de una manera simple y sensacionalista, lo que de alguna manera ha vaciado de significado esta maravillosa actividad". Con su paciencia y estilo, con Kaltenbrunner no se puede caer en ese pecado.