El quinto cónclave más rápido
La fumata blanca más corta fue en 1939, cuando el Papa Pío XII necesitó un día y tres votaciones
PAMPLONA. Por fin hubo fumata blanca. Al segundo día y cinco votaciones, Jorge Mario Bergoglio logró la mayoría de dos tercios de los votos necesarios desde que el papa Alejandro III estableciera, en 1179, la regla de la mayoría cualificada, aunque los cónclaves no se impusieron hasta el siglo XIII cuando Celestino V ordenó el encierro de los cardenales hasta que tomaran una decisión.
Durante varios siglos, los cardenales reunidos en el cónclave eran privados de la paga, compartían los aseos, dormían en camastros y veían gradualmente restringida su dieta (a partir del noveno día, a pan, agua y vino). Como puede imaginarse, tenían muchos incentivos para llegar rápidamente a un acuerdo y abandonar el lugar. Una decisión tomada bajo unas condiciones tan apremiantes tendía a ser precipitada y el resultado ha sido a menudo inesperado y sorprendente, ya que los cónclaves solían durar semanas, meses, a veces años. De hecho, durante un largo cónclave del siglo XIII murió uno de los principales candidatos.
Sin embargo, los ocho cónclaves celebrados en el siglo XX y el de 2005, que eligió como pontífice a Joseph Ratzinger, apenas han durado unos días. El primer día se realiza una votación, pero en los días siguientes se realizan dos rondas por la mañana y dos por la tarde. Además, desde 2005, los cardenales no tienen que dormir en la Capilla Sixtina sino en una cómoda residencia, lo cual facilita los intercambios de información y las negociaciones. Todo ello ayudó a que tras cuatro rondas en dos días se escuchara la proclama en latín desde el balcón de la basílica: Habemus papam (Tenemos Papa) en la figura de Joseph Ratzinger, ahora Papa emérito.
No obstante, el cónclave más rápido hasta la fecha tuvo lugar en 1939 cuando Eugenio María Pacelli se convirtió en el Papa Pío XII al día siguiente del inicio del cónclave y a la tercera votación. La fumata blanca también apareció muy pronto en el cónclave de agosto de 1978. Quizá porque era agosto y no está permitido abrir las ventanas de la Capilla y el calor era casi insoportable en el cónclave más grande reunido hasta esa fecha. De hecho, para acomodar a los 114 electores, los tradicionales tronos con dosel fueron reemplazados por doce mesas largas. Sin embargo, al segundo día y con tan solo cuatro votaciones la figura cálida y sonriente del cardenal de Venecia, Albino Luciani (Juan Pablo I), se impuso a los otros aspirantes, los también italianos Giuseppe Siri, Corrado Ursi y Giovanni Benelli.
LOS MÁS LENTOS. En el otro extremo, la fumata negra casi desesperó al mundo en 1922. Se trataba de sustituir a Benedicto XV y ese cónclave fue uno de los que presentó mayor división entre sus electores en muchos años. Mientras que dos de los tres últimos cónclaves habían durado tres días o menos, el de 1922 duró nada menos que cinco días. Catorce votaciones necesitó Achille Ratti, arzobispo de Milán, para llegar a la mayoría de los dos tercios necesarios para la elección, y posteriormente instalarse como el Papa Pío XI, un pontífice, junto a su predecesor Benedicto XV, considerado como uno de los "papas olvidados" del siglo XX.
La fumata negra también tardó más de la cuenta en 1958. Quizá porque habían varios papables, pero ningún favorito para sustituir a Pío XII. Los principales candidatos, además del conservador Giuseppe Siri, arzobispo de Génova, y el liberal Giacomo Lercaro, arzobispo de Bolonia, eran Giuseppe Roncalli, Valerio Valeri, Alfredo Ottaviani, Ernesto Ruffini y el Patriarca de Cicilia, el armenio Gregorio Agagianian. Sin embargo, el no ser italiano jugó en contra de Agagianian, y a Siri su corta edad le cortó el camino al trono pontificio. La disputa fue tan reñida entre Roncalli y Agagianian que el primero llegó a confesar que "en el cónclave, nuestros dos nombres iban arriba y abajo en las votaciones como garbanzos en agua hirviendo". El ganador inesperado fue finalmente Angelo Roncalli (Juan XXIII) que se convertía así en el segundo Patriarca de Venecia en ser elegido Papa tras Pío X. Muchos interpretaron la elección de un cardenal de 77 años de edad como la elección de un Papa de transición, cuyo pontificado duraría pocos años. Hay que tener en cuenta que la elección del aclamado Juan XXIII vino tras el pontificado más largo del siglo XX (19 años) puesto que el Papa León XIII, a pesar de que murió a principios de siglo y comenzó su reinado en el XIX, se considera como el primer Papa del pasado siglo. Acertaron y efectivamente no fue un pontificado largo (solo cinco años) pero estuvo determinado por un acontecimiento decisivo que cambiaría la vida de la Iglesia: el Concilio Vaticano II.
CÓNCLAVE CON TENSIONES. En estos últimos cónclaves también destaca el que tuvo lugar en 1914. Una diferencia importante con los anteriores fue que esta vez ningún monarca secular podía utilizar un veto sobre algunos de los cardenales, para impedir su elección como Papa, como resultado de la legislación promulgada por Pío X (Constitución Apostólica), que establece que todo aquel que trate de introducir un veto en el cónclave estaría incurriendo en automática excomunión. Por primera vez en siglos los cardenales podían votar y decidir ellos solos la elección.
El cónclave se inició un 31 de agosto. Desde el comienzo estaba claro que sólo había tres posibles ganadores. Domenico Serafini, un benedictino y asesor en el Santo Oficio que se ganó el apoyo de la Curia por su propuesta de continuar la campaña anti-modernista de Pío X como su principal prioridad. El arzobispo de Pisa, Pietro Maffi, que era considerado muy liberal, pero tenía la ventaja de estar muy cerca de la Casa de Saboya y Giacomo Della Chiesa, arzobispo de Bolonia, que representaba el punto intermedio entre Maffi y Serafini. Después de cuatro días y 10 votaciones, los partidarios de Maffi dieron todos sus votos a Della Chiesa, siendo elegido Papa bajo el nombre de Benedicto XV. Sin embargo, la polémica llegó porque Della Chiesa había sido elegido por un voto. De acuerdo con las normas vigentes de la época, las papeletas de votación poseían una numeración en el reverso, de modo que, si la elección se había decidido por un solo voto, se podría comprobar si la persona elegida había votado a favor de sí mismo, en cuyo caso la elección sería anulada. De acuerdo a esa cuenta, el cardenal Rafael Merry del Val, quien había sido secretario de Estado de Pío X, insistió en que las papeletas fueran revisadas para asegurarse de que Della Chiesa no había votado a favor de sí mismo, lo que no fue cierto.
La tensión subió de tono cuando los cardenales ofrecieron su homenaje al nuevo Papa y Benedicto XV contestó la desconfianza de Merry del Valcon con esta frase: "La piedra que desecharon los arquitectos es ahora la piedra angular". A lo que Merry del Val respondió con un versículo del Salmo 118: "Esa fue la obra del Señor, estamos maravillados". La tensión se mascaba en el ambiente.
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