El contrato de Vicente Moreno con Osasuna no tenía letra pequeña. Firmó por un año y con una premisa: dejar al equipo donde se lo confiaron. No poner al club en peligro de descenso. “Nos contrataron para lograr la permanencia”, ha venido repitiendo como un argumento a beneficio propio y tengo para mi que también como una justificación en voz baja de su comportamiento durante la temporada y de la inexplicable toma de decisiones en algunos partidos. Posiblemente, Moreno encontró a Osasuna en la encrucijada en la que lo dejó Jagoba Arrasate si atendemos a las primeras palabras de este cuando llegó al Mallorca: en Pamplona no había “proyecto”. El horizonte volvía a ser cortoplacista en el verano de 2024: permanencia y prioridad en la alineación para los fichajes a costa de escamotear minutos de juego a los canteranos. Estas eran las reglas de juego que aceptó Moreno cuando estampó su firma en el documento. Ha cumplido. Asumía lo que en la convivencia de las parejas se conoce como una ‘relación abierta’; en este caso, ser el entrenador oficial no era impedimento para que Braulio Vázquez tratara de seducir a otros técnicos, como en el caso de Íñigo Pérez.
Así las cosas, Vicente Moreno ha sido un entrenador disciplinado: ni una mala palabra, ni un mal gesto, ni un reproche. No ha engañado a nadie; los futbolistas sabían de su gusto por acorazarse con trece o catorce jugadores de manera prioritaria y que no acostumbra a crear falsas expectativas. Aún con este manejo de la plantilla, en el vestuario valoran de forma positiva su preparación de los partidos y la convivencia del grupo en general. La noticia de que no continuará la recibieron en una breve charla en el vestuario. Moreno quiso que lo supieran antes de la rueda de prensa y fue una sorpresa para todos. El grupo sabía cómo estaban las cosas, que el club había tanteado a posibles sustitutos, pero también sopesaban la posibilidad de que lograr el pasaporte para una competición continental abría una puerta para la continuidad del técnico.
Dice que quiere irse de Osasuna “sin hacer ruido”. Será difícil. Porque ruido ha habido mucho en los últimos meses. En este capítulo habría que distinguir entre los defensores de su labor, que da para poco, y los que se subían a ese carro solo para denostar a los críticos y repartir carnets de osasunista con las bendiciones (cuando no con la colaboración) impartidas desde los despachos de El Sadar. La defensa pública del club ha sido todo lo tibia que cabía esperar cuando las cartas están marcadas. El propio Braulio programó una comparecencia a su medida para aventar una especie de complot que solo estaba en su cabeza. Eso sí, cautivo de un contrato con fecha de caducidad, se cuidó mucho de reflotar el barco que en una crisis anterior puso a disposición de Arrasate. Da que pensar que el míster comunicara una decisión tan importante sin la compañía de los altos cargos del club. Así que no nos engañemos.
En todo caso, este desenlace no tiene ni vencedores ni vencidos. La no continuidad de Vicente Moreno es lo mejor para Osasuna: por su interpretación del juego, por el manejo de la plantilla, por su conservadurismo, por relegar a un tercer plano a la cantera, por el reparto de minutos, por su poca conexión con la grada… Pero siendo honesto, hay que decir en su beneficio que no ha alimentado conflictos, que no ha dramatizado en los tiempos difíciles ni se ha colgado medallas en las buenas rachas, que ha alcanzado la permanencia sin aprietos, que sostiene el pulso hasta el final por ampliar los objetivos, que deja un balance de resultados como entrenador muy positivo… Y todo eso hay que reconocerlo, de la misma forma que él expuso que en esta etapa ha “evolucionado” como entrenador.
Escribí en agosto que Vicente Moreno encontraría en Pamplona “críticos, pero nunca enemigos”. Espero que sea esa la impresión que se lleve.