La flor de Hiroshima
El 6 de agosto de 1945, a las 8.16 horas, la primera BOMBA ATÓMICA SE LANZÓ SOBRE | Hiroshima. En unos segundos causó 160.000 muertos y desde entonces el mundo nunca volvería a ser el mismo.
Ayer se cumplieron 70 años del lanzamiento de la primera bomba atómica sobre la ciudad japonesa de Hiroshima y los rezos y el “nunca más” de sus habitantes , y de otros muchos millones de personas en el mundo, se unieron en el recuerdo de lo que se puede considerar el efecto de ese presunto infierno en la tierra. Estalló exactamente a las 8 horas, 16 minutos y 10 segundos, hora que quedó marcada por vida en un reloj recuperado entre un desierto de ruinas y en unos segundos causó 160.000 muertos y al menos otros 70.000 heridos que morirían días, meses y años después a causa de las quemaduras y la radioactividad, y desde aquel día el mundo jamás ha vuelto a ser el mismo.
Está documentado que el capitán Robert Lewis, copiloto del bombardero que manejaba Paul W. Tibbets, al ver el hongo atómico que se elevaba tras la deflagración y mientras el avión Enola Gay se alejaba a toda velocidad de la ciudad, exclamó horrorizado: “Dios mío ¿Qué hemos hecho?”, y la narración del artillero de cola y fotógrafo Bob Caron muestra el mismo sentimiento atormentado de su compañero. Aunque se calcula que únicamente se fisionó el 1.38% de su material, se estima que en un instante la temperatura alcanzó más de un millón de grados centígrados y quemó todo el aire circundante, creando una bola de fuego de 256 metros de diámetro aproximadamente que en menos de un segundo se expandió a 274 metros.
explosión Un ruido ensordecedor e infernal que, sin embargo no se percibió en el epicentro, seguido de un centelleante resplandor que iluminó el cielo, provocó una inmensa bola de fuego que aniquiló todo rastro de vida y generó una onda expansiva con un viento huracanado que recorrió 13 kilómetros en segundos. Según testigos que milagrosamente lograron sobrevivir, la deflagración derritió los cuerpos humanos como si fueran de mantequilla y desmoronó casi todos los edificios de la ciudad.
“Una llamarada blanca y luego el infierno, y al instante un calor sofocante y continuos remolinos de aire causados por la onda explosiva, las llamaradas surgían por toda la ciudad y luego la lluvia negra comenzó a derribar a las personas que todavía corrían desesperada e inútilmente en busca de salvación”, dijo un testigo presencial. En 1987 y en la película El imperio del sol de Steven Spielberg, un jovencísimo actor (el niño que crecía demasiado deprisa) Christian Bale, pronuncia una frase que, de no ser por la tragedia a la que se refiere, se podría calificar de preciosa: “ha sido como si Dios hubiera hecho una fotografía”.
En dos kilómetros a la redonda, la catástrofe fue absoluta. El fuego y el intensísimo calor mataron al instante a todos los seres humanos, animales y plantas, y en esa zona no quedó en pie ni una sola edificación y además se quemaron y derritieron las estructuras de acero de los edificios de hormigón. La onda expansiva hizo derretirse o estallar los cristales situados a ocho kilómetros del epicentro de la explosión, los árboles fueron arrancados de raíz y quemados por el calor y en los muros de algunos edificios quedaron grabadas de forma sobrecogedora las “sombras” al carbón de las personas que se desintegraron repentinamente por la deflagración.
testimonio
“Como la lava de un volcán”
Un piloto del avión
“Parecía como si la lava de un volcán cubriera toda la ciudad”, contó después uno de los pilotos del bombardero. El avión fue bautizado por el piloto principal Paul W. Tibbets como Enola Gay por el nombre de su madre y el de la bomba de uranio se decidió por Little Boy (jovencito), en comparación con el otro ingenio llamado Fat Man (hombre gordo) por su diseño más ahuevado y grueso que el día 10, cuatro después, se lanzaría sobre Nagasaki con efectos igual de catastróficos.
La acción fue militar pero el objetivo, por supuesto, era político. Buscaba la rendición de Japón y fortalecer la posición de las fuerzas estadounidenses y aliadas. Estados Unidos conocía sobradamente que el uso de la bomba atómica (vistas las detonaciones de prueba en Álamo Gordo en lo que se llamó Proyecto Manhattan, con intervención y ayuda de alemanes nazis que habían colaborado con Adolf Hitler y fueron perdonados por sus estratégicos conocimientos) incidiría de forma determinante.
Años después de los lanzamientos sobre Hiroshima y Nagasaki, el presidente Harri S. Truman, carcomido por la conciencia (¿?) ante semejante brutalidad (Japón ya estaba vencido sin remedio) justificó el carácter militar de Hiroshima (falso) porque la bomba se lanzó sobre una ciudad casi intacta y desarmada, a diez kilómetros del acuartelamiento más cercano, por lo que las víctimas fueron al 100% civiles. Hoy, Hiroshima está reconstruida, amante y defensora de la paz, pero no olvida su pasado. Desde el día 6 de agosto de 1945, su símbolo oficial es el de una flor, la adelfa, la primera que floreció después del estallido, sobre las cenizas de sus muertos. Se han cumplido 70 años de aquel día que cambió el mundo y todos vivimos en peligro. Pendientes de un botón.
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