La República Checa ha conmemorado este pasado fin de semana el 30º aniversario de la llamada Revolución de Terciopelo, que terminó con 40 años de dictadura comunista en la entonces Checoslovaquia, en medio del creciente descontento con un sistema político que ha aupado a un magnate populista al poder.
El único recuerdo que queda hoy de la histórica marcha estudiantil del 17 de noviembre de 1989 en la Avenida Nacional de Praga, escenario de una fuerte represión policial que causó un muerto y numerosos heridos, es una placa en altorrelieve con varias manos que muestran el signo de la victoria. La placa, en la sede de la Cámara de Abogados, está instalada a ras de suelo, lo que permite depositar ofrendas florales y velas, en un lugar conocido por sus arcadas, donde algunos de los estudiantes se refugiaron aquel fatídico día de otoño para evitar los porrazos de los antidisturbios. Esa represión, sucedida pocos días después de la caída del Muro de Berlín en la vecina Alemania, generó repulsas en todo el país y una ola de solidaridad que hizo insostenible el régimen de partido único, que acabó desmoronándose en pocas semanas.
Así, el 17 de noviembre de 1989 pasó finalmente a llamarse Día por la Libertad y la Democracia, mientras que la transición hacia la democracia entró en la historia como Revolución de Terciopelo, debido a su carácter pacífico y no violento.
Han transcurrido tres décadas de esa victoria de los estudiantes en Praga, pero algunos consideran hoy que queda un largo camino por recorrer para consolidar los logros y evitar que la democracia se quede “más en la fachada que en los contenidos”, advierte a Efe Jiri Pehe, uno de los politólogos checos más reputados. “Creo que tenemos razones para celebrar el hecho de que somos una sociedad más o menos libre, con un régimen democrático, pero al mismo tiempo está claro que tenemos todavía un camino por recorrer”, añade el que fue asesor de Vaclav Havel, el disidente y dramaturgo que en diciembre de 1989 se convirtió en el primer presidente democrático del país tras la época comunista. El problema es que la “vieja generación poscomunista está más preocupada por la seguridad y el bienestar económico que por la libertad. Somos en cierto modo una democracia sin demócratas”, asegura Pehe, director de la filial praguense de la Universidad de Nueva York (EEUU). El analista concede espacio a la esperanza gracias a las jóvenes generaciones “mucho más europeas y prodemocráticas” que sus padres y abuelos, que vivieron en carne propia el comunismo.
Por su parte, el eslovaco Peter Weiss, también protagonista de la transición democrática checoslovaca, destaca que tanto checos como eslovacos (que desde 1993 viven en dos estados separados) tienen motivos para celebrar. “La Revolución de Terciopelo fue una gran cambio revolucionario, y la oportunidad de usar la libertad y la democracia”, señala el hoy embajador eslovaco en Praga. “Después de las primeras elecciones libres la gente empezó a decidir sobre su propio futuro”, recuerda.
A pesar del pleno empleo, estabilidad, seguridad y un creciente bienestar económico, hitos incuestionables logrados desde la Revolución de Terciopelo, la situación política actual en la República Checa es compleja. El país tiene un Gobierno populista en minoría y vive un creciente descontento social con su clase política. Si durante la transición política de 1989 se vieron actos de repulsa multitudinarios contra el régimen y huelgas generales para recuperar las libertades, escenas parecidas se reprodujeron este año en las calles de todo el país, con las mayores concentraciones desde la caída del comunismo.
El sábado se celebró una nueva protesta multitudinaria como “ultimátum” al primer ministro, el magnate Andrej Babis, para que resuelva sus supuestos conflictos de interés e interferencias con la Justicia. La agrupación cívica Un millón de momentos por la democracia ha aglutinado y organizado las protestas de este año. Para estas voces críticas, en su mayoría jóvenes, es inadmisible que alguien como el multimillonario Babis, segunda fortuna del país con un patrimonio superior a los 4.000 millones de euros, presida el Gobierno y al mismo tiempo domine las principales cabeceras de prensa y de radio locales.
También la Comisión Europea ha llamado la atención sobre este particular y ha cuestionado que Babis sea propietario del emporio empresarial Agrofert, cuyos beneficios dependen en parte de ayudas públicas decididas por el mismo aparato gubernamental liderado por el magnate.
El primer ministro tiene como principal aliado al presidente checo, el controvertido Milos Zeman, a su manera también populista. Este le prometió el indulto incondicional en caso de que la Justicia le sentara en el banquillo de los acusados por el supuesto abuso con fondos europeos, algo que finalmente no fue necesario ya que la fiscalía decidió paralizar la causa contra Babis.
Los críticos consideran además “irónico” que 30 años tras los cambios políticos un antiguo colaborador de la temida Stb, como Babis, tenga en sus manos las riendas del país. El propio primer ministro se defiende diciendo que su colaboración fue “inconsciente”.
“Es irónico pero no sorprende. Nunca tratamos abiertamente nuestro pasado, y barrimos muchas cosas debajo la alfombra, lo que ha contribuido a un cierto grado de relativismo moral”, dice Pehe. En todo, agrega con resignación, “a la mayoría de la sociedad checa no le parece importar estas cosas”. Eso explicaría que el movimiento gubernamental de Babis, la llamada Alianza de Ciudadanos Descontentos (ANO), sigue encabezando a pesar de todo las encuestas con más de un 30%. A gran distancia se encuentra otro partido protesta, los Piratas, con un 12%, y el conservador ODS (10,5%). Ni el Gobierno ni la Presidencia checa han organizado ningún acto oficial por el aniversario de la Revolución de Terciopelo.