- La ofensiva militar en Gaza, que este viernes llegó a su fin al aceptar Israel una tregua con las milicias palestinas, ha concedido una vida más al primer ministro israelí, Benjamín Netanyahu, que en once días pasó de observar cómo sus rivales discutían los detalles de un gobierno opositor, a tener posibilidades concretas de revalidar su mandato.

Durante las primeras horas del lunes 10 de mayo el debate político en Israel giraba en torno a qué cargo ocuparía cada miembro del por entonces probable “gobierno del cambio”. Después de tres elecciones infructuosas, el mandato de Netanyahu para formar gobierno tras los cuartos comicios en un año había expirado hacía casi una semana y el centrista Yair Lapid, figura principal de la oposición, avanzaba raudo en las negociaciones con los partidos que no habían jurado lealtad al mandatario.

El fin de 15 años de gobierno de Netanyahu (1996-99 y 2009-21), acorralado además por varios casos de corrupción, estaba cerca. Las tres figuras principales de esa “coalición del cambio” (Lapid, el ultranacionalista Naftali Benet y el islamista Mansour Abás) que pondría fin a la era Netanyahu tenían previsto reunirse ese mismo 10 de mayo para avanzar en sus conversaciones.

Sin embargo, ante el aumento de la tensión en las calles de Jerusalén, la reunión fue postergada y nunca llegó a concretarse tras la explosión de la escalada bélica con las milicias palestinas de Gaza asociadas a los movimientos islamistas Hamás y Yihad Islámica.

En cuestión de días, incluso horas, manifestaciones de ciudadanos árabes -descendientes de los palestinos que se quedaron dentro de la frontera del Estado de Israel cuando se creó en 1948- en ciudades mixtas del país y en rechazo a la represión policial en Jerusalén, mutaron en enfrentamientos a puño limpio con sus vecinos judíos. “Una guerra civil”, describió el presidente, Reuvén Rivlin, mientras a la quema de vehículos se sumaban ataques a sitios de culto y linchamientos de unos y otros en las calles de Israel.

Si bien los protagonistas de estos incidentes fueron grupos marginales, esta violencia identitaria rompió las costuras del endeble tejido social israelí, y también del plan de un gobierno opositor que buscaba encastrar a partidos árabes con formaciones sionistas de derecha, ultraderecha y ultranacionalistas en un extraño puzle que ahora parece difícil de conformar.

Benet, líder del partido Yamina y pieza clave de cualquier gobierno con el actual Parlamento, decidió abandonar el barco, argumentando que ante tales circunstancias le era imposible coexistir en un Ejecutivo con el islamista Raam, liderado por Abás.

“¿Por qué la llama siempre se enciende precisamente cuando es más conveniente para el primer ministro?”, se preguntó de forma retórica Lapid el domingo, a través de su cuenta de Twitter y en alusión a los posibles beneficios políticos que la reciente escalada de violencia en la zona podría otorgar al mandatario.

“Las posibilidades de Netanyahu de permanecer en el poder no han aumentado ni disminuido”, menciona Gil Hoffman, encargado de política del diario Jerusalem Post, quien descarta motivaciones políticas del mandatario al embarcarse en la escalada bélica y opina que un “gobierno del cambio” que incluya a Benet aún está sobre la mesa.

Tres nombres propios. El centrista Yair Lapid, el ultranacionalista Naftali Benet y el islamista Mansour Abás ya negociaban para sustituir al veterano mandatario. Las quinielas incluso hacían cábalas sobre qué puesto ocuparía cada uno.

Para el encargado de política del diario Jerusalem Post el conflicto con los palestinos no afectaría a la formación del Gobierno.