Cojimíes: 10.000 personas en 12 barrios del núcleo urbano, más 89 comunidades rurales.100km de punta a punta y unos 20 km de anchura, rodeando un estuario de 22 km de longitud. “Cuando recibimos el encargo de formar la Cáritas de Cojimíes hablamos de este extenso territorio”, recuerda Iñaki Rey, histórico trabajador de Cáritas de Pamplona, ya jubilado y vinculado a esta parroquia de Cojimíes, perteneciente al cantón Pedernales (provincia de Manabí, Ecuador) desde hace años.

Actualmente, trabajan en unas 25 comunidades de manera directa, las cuales han perdido su medio de vida, que era principalmente la pesca a lo largo del estuario, a causa de la progresiva expansión de las camaroneras (piscinas de cultivo de camarón). Este boom camaronero ha provocado una pérdida de biodiversidad por la contaminación y la deforestación del manglar que flanqueaba la ría.

“Optamos por trabajar en base a tres grandes ejes. En primer lugar, generar vida, a través de la creación de espacios de encuentro y de relaciones positivas. En segundo lugar, responder a las necesidades de la población, partiendo desde las más urgentes. Y, por último, promover redes para que toda la sociedad se implique en la transformación de la zona”, desglosa Iñaki.

Imagen de un taller de comunicación en Guadual (Cojimíes) Edurne Navarro Bueno

En lo práctico, se traduce en talleres de capacitación y charlas sobre organización, comunicación, cuidado del medio ambiente y reciclaje, planes de negocio y pautas de ahorro con la consiguiente creación de una caja comunitaria para prestarse dinero entre ellos.

Además, se impulsan huertos comunales y particulares para asegurar una nutrición saludable y variada, así como préstamos para negocios de emprendimiento y la instalación de 35 baños para quienes no dispusieran de uno.

Asimismo, se les apoya en el proceso de regularización de sus tierras, ya que muchos carecen de escrituras públicas que atestigüen su propiedad, por lo que se encuentran en riesgo de perder sus terrenos. Según cifras del ingeniero agrónomo y topógrafo de Cáritas, Cristian Figueroa, solo un 20% posee la documentación a nivel cantonal.

Después del terremoto de 2016, la abogada Ketty Vidal fue la encargada de diagnosticar la situación de las comunidades del estuario de Cojimíes por el entonces responsable de Cáritas a nivel provincial, Alfredo De La Fuente. “Se veía la pobreza desde el mismo bote”, recuerda Ketty, que visitó cinco comunidades (Guadual, El Churo, El Aguacate, Colorado y el Toro) para elaborar un estudio sobre las necesidades de la población.

Ketty le recuerda a doña María, vecina de Colorado (Cojimíes), cómo escribir su nombre. Edurne Navarro Bueno

LOS OBJETIVOS

Fomentar el asociacionismo, la solidaridad y la resiliencia son algunos de los valores que promulgan en sus reuniones con las comunidades. En ocasiones, se enfrentan a la falta de compromiso y puntualidad en algunos grupos, sobre todo a la hora de pagar cuotas o préstamos de la caja comunitaria. Toca ponerse serios y recordarles que, según la participación y la responsabilidad del colectivo, podrán optar a las ayudas de emprendimiento.

En las reuniones mensuales de Cáritas, insisten en la obligatoriedad de ser organizados, transparentes, puntuales en los pagos de cuotas, préstamos e intereses y dejar todo por escrito en un acta y las cuentas claras y al día. Que toda la directiva, presidente, secretario, tesorero y vocales, estén implicados, con un reglamento en el que queden claros los derechos y deberes de los socios.

“Tratamos de que los objetivos sean los que ellos decidan”, precisa Ketty. Esa última idea es básica y la ‘sufrieron’ en sus carnes. Por ejemplo, la instalación de los baños en viviendas, primordial para el equipo de Cáritas, “para algunos beneficiarios no lo fue y, tres meses después, siguen sin construirlo, porque no lo ven como una necesidad”, ejemplifica la abogada.

Cristian supervisa la creación del huerto comunitario de Mache (Cojimíes) Edurne Navarro Bueno

El cuidado del medio ambiente es otro de sus caballos de batalla: “Es un tema que hay que trabajar diariamente. No tirar basura, clasificarla y reutilizar. También ellos tienen su responsabilidad en la contaminación del estuario y del entorno, que es de dónde sacan sus recursos. Convencerlos de cambiar estas conductas está costando, porque no tenemos esa cultura. “¿Qué queremos dejar en herencia a nuestros hijos?”, lamenta la abogada, con dos hijos de 27 y 23, que trabajaba en costura antes de decidirse a estudiar Derecho.

Llegó a Cáritas por su vinculación con la Fundación Santa Marta, perteneciente a la Pastoral de la Mujer de la entidad. “Yo me enamoré de Cojimíes. El resto de compañeros dicen que soy la culpable de estar aquí”, bromea la letrada.

Braulio, durante una de sus capacitaciones en Mache (Cojimíes) Cedida

De la gestión de las finanzas se encarga Braulio Vergara, ingeniero en Auditoría de Portoviejo (capital de la provincia de Manabí), de 41 años. Principalmente, lleva la contabilidad del propio proyecto y toda la parte financiera. Pero también enseña en las comunidades cómo gestionar un negocio, desde la elaboración del plan financiero, al control de la caja y el balance de resultados.

“El negocio es sagrado y el dinero es solo para eso”. Es su enseñanza vital, ya que, explica, en otros proyectos se han dado casos en los que beneficiarios han usado el préstamo para saldar una deuda o comprarse un teléfono, en lugar de invertirlo.

Advierte que, al arrancar un negocio, el resultado nunca es favorable por el desembolso inicial, y hay que tener paciencia. Pero, si dichas pérdidas se mantienen en el tiempo, puede ser una señal de que el negocio no se está gestionando bien. Aconseja una competencia leal y no dejar ningún pago para la fecha límite , sino adelantarlo poco a poco.

“Empecé con un cruce de información con los beneficiarios, ya que muchos ni llegaron a estudiar la Primaria, por lo que busqué un lenguaje lo más sencillo posible. Aunque al final aprendimos unos de otros. No tienen formación académica, pero sí experiencia y, por ejemplo, manejan las matemáticas y algunos ya llevaban algún proyecto de emprendimiento pero sin los conocimientos técnicos”, expone Braulio.

“Veo que están poniendo en práctica estos conocimientos y se están empoderando de su propio negocio. Me voy con esa alegría”, agrega el contador.

Previamente a la entrega del denominado ‘medio de vida’, los socios recibieron su capacitación e instauraron la caja comunitaria. Primero se aporta una cuota inicial de unos 5$. Más adelante, cada uno pone 1 o 2 dólares al mes y los préstamos están a un interés de un 1% aproximadamente, que se queda en la caja para aumentar su fondo. También se organizan rifas y bingos con ese fin. Los socios, que suelen solicitar entre 20 y 50$, deben devolver el dinero al siguiente mes. Esta iniciativa es una oportunidad para todos aquellos que no pueden enfrentarse a los requisitos de un banco.

Jorge monta un baño en la comunidad de Colorado (Cojimíes) Edurne Navarro Bueno

LAS DIFICULTADES

Invertir en material de pesca, compra de pollos o de un chancho (cerdo), incluso montar un pequeño negocio de comida o ropa suelen ser las principales apuestas de los beneficiarios del préstamo.

La orografía y miles de piscinas de camarón que salpican el territorio no ayudan. Para llegar a las comunidades hay que sortear socavones y protuberancias de las pistas de tierra que las unen con la carretera principal que enlaza Cojimíes con Pedernales. O ir en lancha por el estuario, en dependencia de la situación de la marea. Los buses “pasan cuando quieren” y la dispersión de las casas también dificulta el trabajo del equipo de Cáritas a la hora de poder visitar a los grupos.

El aislamiento y el arduo acceso a las comunidades es uno de los muchos ejemplos de las dificultades a las que se ha enfrentado el albañil de Cáritas Jorge Pazmiño, de 42 años, durante la instalación de 35 baños en distintas comunidades del estuario.

“Es difícil explicar cómo te sientes al llegar a algunas comunidades y ver tanta insalubridad. Pensar que hasta ahora tenían que salir de sus casas para hacer sus necesidades, en medio del campo, por las noches, bajo la lluvia, con viento y animales en los alrededores. El cambio es radical”, compara Jorge, que trabaja desde hace muchos años en albañilería, tanto para el sector público como para el privado. Su vinculación con Cáritas se remonta a la construcción de casas del Miduvi (Ministerio de Desarrollo Urbano y Vivienda) para los damnificados por el terremoto de 2016.

Dos habitantes de la comunidad de Colorado (Cojimíes) y Jorge, trabajador de Cáritas, preparan cemento para construir un baño. Edurne Navarro Bueno

El traslado de materiales para los baños desde abril de 2022 fue todo un desafío. Fueron necesarios, para cada baño, 8 sacos de cemento, un metro cúbico de ripio, medio metro de arena, 500 ladrillos, barillas de hierro, tablas de madera para el techo, tuberías y el juego completo de inodoro, lavado y ducha.

El desconocimiento y la falta de medios de las familias fue otro obstáculo. Jorge debía darles las explicaciones pertinentes y enseñarles cómo construirlo, pero la mano de obra principal debían ser los propios beneficiarios, aunque contaron con el apoyo de unos jóvenes voluntarios franceses durante tres meses.

“Fue muy complicado. Es difícil cambiar la forma de vivir y de pensar de la gente. Costó en algunos casos convencerles de hacer el baño pegado a la casa. Todos aceptaron el proyecto al instante, pero luego, muchos no fueron constantes en la obra. Hay que entender que se les hacía duro porque no sabían de albañilería y tampoco tenían el dinero para contratar más ayuda”, lamenta el trabajador. O se excedieron en las dimensiones y luego les faltó material.

Pero, aclara, sí que hubo quienes querían su baño y realizaron enormes esfuerzos para tenerlo cuanto antes. Especialmente, personas de la tercera edad y mujeres. Pone como ejemplo a una chica de la comunidad de Colorado. Su marido trabajaba y ella, aunque no sabía, se encargó de enlucirlo como pudo.

Imagen del patio de la Casa del Niño de Cojimíes, con la iglesia al fondo Edurne Navarro Bueno

CULTURA DE PAZ DESDE LA CASA DEL NIÑO

El Padre Juantxo Donés (62 años, Agurain/Salvatierra, Álava), al frente de la Iglesia de la parroquia de Cojimíes desde agosto de 2021, distingue una diferencia muy marcada entre el modo de vida campesino (agricultor y/o ganadero) y el pesquero.

En los primeros existe una previsión natural y mayor conciencia de ahorro. Quienes viven de la pesca, van al día, no cotizan y, por tanto, no tienen derecho ni protección alguna. Este desamparo provoca un deterioro acelerado de sus condiciones de vida (retiran a los niños de la escuela, empeoran su dieta, se endeudan…). “Hablamos de ingresos de entre unos 3 y 4 dólares al día”, cifra Juantxo.

El párroco vasco se encuentra en su segunda etapa en Ecuador (primero del 91 al 2001 en la provincia de El Oro), un destino que tenía claro desde el seminario por la influencia de las misiones diocesanas vascas. A su llegada a Cojimíes, quiso impulsar, entre otros, dos propósitos: componer Cáritas Cojimíes y dar vida a la Casa del Niño, un edificio de dos plantas y una decena de salas al lado de la iglesia de Cojimíes.

El Padre Juantxo Donés, en una charla en la Casa del Niño Cedida

Una base de operaciones para fomentar actividades de la cultura de paz a través de la música, baile, teatro, pintura o el apoyo escolar. “Desde la parroquia se les intenta ofrecer alternativas y un horizonte más amplio. Queremos trabajar en la prevención de adicciones como el alcohol y las drogas, que en situación de pobreza pueden ser la salida fácil. También trabajamos la educación afectiva y nos reunimos con los padres, enfocado en prevenir embarazos precoces”, enumera el Padre

La poca o mala convivencia familiar acostumbra a estar detrás de estas problemáticas. Niñas de 13 y 14 años que creen escapar de un infierno familiar para acabar en uno conyugal. Dejan de estudiar, solo trabajan en la casa y dependen económicamente de su pareja. “El machismo es enorme”, acota el Padre, “las denuncias por maltrato no llegan a nada y no hay protección ni centros en el cantón. El Estado no invierte nada en estas zonas”.

“Estamos acostumbrados al poco interés de las autoridades”, asume Gustavo Portocarrero, natural de Cojimíes, de 30 años recién cumplidos. Desde junio dispone de un aula en la Casa del Niño para dar clases de música dos veces por semana. Antes alquilaba patios y casas en los barrios más pobres del pueblo.

Gustavo les enseña a dos de sus alumnos con un teclado. Edurne Navarro Bueno

“Tuve la oportunidad de ir a estudiar a la universidad de las artes en Guayaquil, pero por temas económicos tuve que regresar. Estando aquí me empecé a dar cuenta de los problemas de la juventud (drogas, delincuencia…), me veía a mí mismo y no quería que pasasen por lo mismo que yo”, confiesa el joven, que combina trabajos de pescador, albañil e incluso barbero para ganarse la vida. De los once menores a los que enseña, de entre 7 y 15 años, la mayoría proceden de hogares disfuncionales, como fue el suyo: “Por eso los elegí. Quiero que puedan ver la vida de otra manera y, además de aprender figuras musicales y los instrumentos, trato de inculcarles valores durante el curso”. Tiene dos horas, en las que intercala la teoría y la práctica, siempre salpicadas con bromas y canciones para que no les resulte monótona.

Bienvenidos es la palabra que cada martes y viernes, a las dos de la tarde, encuentran escrita en la pizarra. “Es mi lema, significa que, en cada clase, van a conocer algo nuevo del mundo de la música”, explica Gustavo, que, por el momento, solo cuenta con dos pianos y un amplificador, ya viejitos, para dar clase. Aspira a lograr un equipo musical completo y que más voluntarios se sumen a las actividades de la Casa del Niño: “Cuando era niño, me abrieron las puertas de este lugar. Aquí fui educado por maestros misioneros. Ahora, siento que debo devolver todo lo que hicieron por mí”.

Katherine, en una clase de apoyo escolar en la Casa del Niño Edurne Navarro Bueno

Retomar la iniciativa de un centro de atención para la gente, basado en los principios de la cultura de paz, es el propósito de Katherine Tuárez, licenciada en Ciencias de la Educación. Actualmente, da clases de apoyo escolar y secunda a la abogada Ketty en el acompañamiento a los grupos de Cáritas. Pero tiene en mente volver a activar el proyecto de Fincopaz, Sembradores de Paz, impulsado por Cáritas Colombia y Portoviejo. Se trata de formar a los jóvenes para convertirlos en promotores locales de salud, medio ambiente, etc y que trabajen en pro de sus respectivas comunidades. Pero, reconoce, no es fácil acercarse a los jóvenes y el acceso a las comunidades, aisladas, es costoso.

Las clases de refuerzo escolar son un primer acercamiento a los más pequeños, donde lamentablemente se comprueban las carencias del sistema educativo y las difíciles circunstancias de las familias: “Hay una deficiencia bien alta. Me he encontrado niños en sexto o séptimo año de escuela que no saben ni leer, ni escribir, ni sumar ni restar…”, lamenta Katherine. No solo los menores, también sus propios padres, lo que dificulta el aprendizaje de estos.

Para Katherine, “el sueño en un futuro es tener un centro de atención y actividades en cada comunidad, porque están totalmente abandonadas. Hacen falta más voluntarios y recursos, porque queremos hacerlo todo pero no podemos hacer nada”.

Katherine, en una de las reuniones con el grupo de El Churo (Cojimíes) Edurne Navarro Bueno