En la crónica de sus viajes por América, al presidente argentino Domingo Sarmiento le sorprendió gratamente la cantidad de euskaldunes que encontró en Montevideo a finales de 1843: “Los vascos, por sus anchas espaldas y sus nervios de fierro, explotan por millares las canteras de piedra… Todos los idiomas viven, todos los trajes se perpetúan haciendo buena alianza la roja boina vasca con el chiripá. Descendiendo a las extremidades de la población, escuchando los chicuelos que juegan en las calles, se oyen idiomas extraños, a veces el vascuence… a veces el dialecto genovés”.

Montevideo era una torre de babel y cada quien se hacía entender como mejor podía. Así lo atestigua la queja elevada por un vasco preocupado por las insalubres costumbres de sus vecinos, que fue publicada en El Correo de Montevideo el 24 de febrero de 1830. La persona que escribió la nota era euskaldun y apenas hablaba castellano, aunque estaba aprendiendo: “S. Editores del Correo. Yo habisando Sra. Policía, juntos á Fuerte S. José mula muerto está, sino sacando arrayua pronto peste habiendo, también handando mulas dos atadas pescuezos y unas solas por calles todo pueblo, tirando patadas perros, y disparando para atropellar gente, por que carretilleros no echan mulas fuera porton como en mi tierra puede rabia, viscaynos burros echan fuera. Perdonen señores que no sabe mejor castilla. Un Viscaino”.

Tras décadas de asentamiento, la lírica popular y la literatura rioplatense generó una imagen del vasco, de robusta complexión, fuerza sorprendente, profunda religiosidad y gran honestidad: gente trabajadora y ruda pero honrada, exasperantemente terca, y con una palabra que se valoraba más que el mejor de los documentos. “Palabra de vasco” era un dogma que se aplicaba a los vascos dedicados a cualquier oficio… excepto a los lecheros. Y que esto último no lleve a confusión, porque nadie se habría atrevido a dudar de la honestidad de un lechero vasco en cuestión de pagos, cobros u otras transacciones, donde su honradez estaba fuera de duda, sino en lo referente a la calidad de su producto. Su fama era tal que, hacia fines de siglo XIX, Joxe Mendiage Larregain, escritor aldudarra radicado en Uruguay en 1863, conocedor de la idiosincrasia del gremio de los lecheros, les dedicó un bertso satírico que más tarde fue publicado en la recopilación de sus bertsos editada en Buenos Aires en 1900 bajo el título de Zazpiak Bat.

Letxeroak eta ostalerak

Amerika hotako esne-saltzaliak,

libertizionerako parerik gabiak,

giristinotasuna dira ikasiak:

bataiatzen dituzte guziek esniak;

ez dira enpatxatuko haur sortu-berriak.

Erreparto egiterat goizetan badoazi

beren “kardinetarik” einez zenbait jauzi;

batian hartu eta bertziari utzi,

“tarroan” ura frango eta esne guti;

erakiturik ere, ez da joaiten goiti!

Omore ona dute goizetik, ardura,

nork daki zenbat aldiz, trenpatuz zintzurra.

Bortaz borta, oihuka: «Vendo leche pura!»!

Hiruetarikan bat, segurikan ura;

ez du balio ezartzia berotzera, sura.

“Manteca” kendu-eta esnia flakatu,

ur zorta batekilan berriz emendatu;

bortz «tarro» eros, eta zazpi-zortzi saldu;

holako tratulantak ez dezake galdu.

Oi, zer negozioa! Beti irauten balu!

Lecheros y hostaleros

Los lecheros de América,

libertinos sin igual,

han aprendido cristianamente:

bautizan a sus hijos con leche,

pero no se empacharán los recién nacidos.

Van a hacer las entregas por la mañana

dando saltos en sus cardinetes;

tomando de unos y dando a otros,

un poco de agua y poca leche en el jarro;

¡Incluso cuando hierve, no sube demasiado!

Tienen buen humor de mañana, y mucho cuidado,

¡a saber cuántas veces mojan la garganta!

De puerta en puerta van gritando: “¡Vendo leche pura!”

De cada tres medidas una de agua, seguro;

de nada sirve calentarla al fuego.

Retirar la “manteca” y desnatar la leche,

añadiendo luego otro poco de agua;

compra cinco “tarros” y vende siete u ocho;

el que así hace tratos no puede perder;

¡Ay, qué negocio… si durara para siempre!

Obligatoriedad de saber y hablar euskara

El compromiso de Mendiage con la cultura vasca no sólo quedó reflejado en sus bertsos y en otros escritos publicados en euskara. Fue también propietario de una cancha de pelota y, en 1887, miembro fundador, junto a su hermano Martin, Antonio Karlosena, Diego Artola, Jose Aranbarri, Jose Urruzun, Luis Sorhuet, Manuel Urrutia, Eugenio Cornu, Juan Paperan, Atanasio Zabala y Felipe R. Galdos, del centro vasco Euskaldunak Bat de San José de Mayo, ubicado a poco más de cien kilómetros al noroeste de Montevideo. Esta euskal etxea tuvo la singularidad de haber recogido en sus estatutos la obligatoriedad de saber y hablar euskara: “Art. II – Bere beamuga da gordatzea eta erakutzirik zabalzea gure itz-kuntza maitea; orregatik izangoda bera bakarrik itz-egingo dana gure bilguretan oraiñ eta beti” (Art. 2: Su objetivo será conservar y, mediante su enseñanza, difundir nuestro querido idioma; por eso será el único idioma que se hablará en nuestras reuniones ahora y siempre). Sus integrantes editaron, a modo de órgano institucional, una revista escrita íntegramente en euskara, la primera publicación periódica americana escrita en lengua vasca. Lamentablemente, no ha sobrevivido ningún ejemplar. Es indudable que en la euskal etxea se compartía con entusiasmo el pensamiento de uno de sus promotores, Felipe R. Galdos, natural de Villabona, ferviente carlista y años más tarde fundador del primer batzoki en Uruguay, cuyo lema era “Guzian gaiñ Jaungoikua, eta gero euzkera. Gorde gure itzkuntza zar, erria beziñ zarra dan euskera” (Por encima de todo Dios y luego el euskara. Conservad nuestro viejo idioma, el euskara que es tan viejo como nuestro pueblo).

El estereotipo del vasco lechero estaba tan arraigado que durante la presidencia de Juan Idiarte Borda, hijo de Pedro Idiart, natural de Armendaritze, y de Maria Soumastre, de Donibane Lohizune, el partido de la oposición, haciendo referencia a sus orígenes, lo comparaba invariablemente con éstos tildándolo de tozudo, trabajador… y deshonesto.

En la euskal etxea se compartía con entusiasmo el pensamiento de uno de sus promotores, Felipe R. Galdos, natural de Villabona, ferviente carlista

La asociación de la imagen del vasco con la industria lechera perduró hasta bien entrado el siglo XX. Cuando en 1948 la Cooperativa Nacional de Productores de Leche del Uruguay, la Conaprole, estuvo necesitada de obreros para sus “tambos”, volvieron la mirada hacia Euskal Herria. Las gestiones realizadas por el leitzatarra Rafael Zabaleta, directivo de la empresa y ministro de agricultura, y el ministro de interior de Uruguay Alberto Zubiria, lograron atraer a un contingente de 62 vascos entre las que se contaba Ignacio Argiñarena: Uruguay ganó un peón rural y Navarra perdió un magnífico bertsolari.

En la recopilación de sus obras, publicada ocho años después de su fallecimiento, Argiñarena relató los duros momentos que le tocó vivir como emigrante. Su vida no fue fácil, pero al cabo de los años la fortuna premió su sacrificio y llegó a ser propietario de dos establecimientos agropecuarios dedicados a la producción de lácteos. El euskara no dejó de ser nunca su lengua y, hacia el fin de sus días, nos confesó que en los momentos de mayor tristeza y soledad componía bertsos mientras ordeñaba: Sus vacas fueron su único y acaso indiferente público, pero a decir de muchos, su leche era mucho mejor que la de la mayoría de los productores del país.