El resultado esperado, un apoyo masivo a Bukele y hasta histórico en el conjunto americano, junto al espaldarazo a su política de mano dura contra la violencia, harán que muchos líderes fijen sus miradas en lo que ya se conoce como el modelo Bukele. Un nuevo estilo de hacer política que no solo suscita aplausos y apoyo entre las masas, sino también muchas sospechas y miedos en numerosos expertos y organizaciones de derechos humanos.

Pero, ¿quién es Nayib Bukele? El actual presidente salvadoreño es el resultado de la turbulenta historia política reciente de El Salvador. Hijo de un exitoso empresario de origen palestino, cercano al FMLN, el bloque hegemónico de izquierdas del país, donde Bukele dio sus primeros pasos políticos pasando por la alcaldía de Nuevo Custlacán hasta lograr hacerse con la capital, San Salvador. Ante la negativa del FMLN a presentarlo a la candidatura presidencial, Bukele consiguió que lo expulsasen del partido, logrando así evitar las leyes antitransfuguismo y poder presentarse con el pequeño partido GANA a la primera magistratura del país, consiguiendo la victoria en 2019.

Tan fulgurante ascenso se explica por muchas razones. Bukele es un auténtico animal mediático, capaz de transmitir una imagen moderna y juvenil. Jamás lleva corbata, siempre viste ropa moderna y su capacidad comunicativa, tanto ante las cámaras como en las redes sociales, es apabullante. Sus inicios, en una empresa de comunicación, apuntaban ya su apuesta por la comunicación. Una imagen que, sobre todo, atrae a los más jóvenes, un apoyo clave para entender los enormes índices de seguimiento de Bukele entre la población.

Pero hay otras razones que no deben olvidarse para entender el fenómeno Bukele. En primer lugar, muchos expertos apuntan a que el presidente salvadoreño es el producto del fracaso histórico de la transición política que sufrió El Salvador tras los acuerdos de paz que pusieron fin a la guerra civil de los años 80. Unos acuerdos que prometían además de paz, también la democracia y la prosperidad para El Salvador, uno de los países más castigados por la violencia política del continente. Pero este sueño jamás se hizo realidad.

Una mujer enseña un cartel con desaparecidos en el estado de excepción decretado por Bukele. E.P.

Muchas son las lacras históricas que arrastra El Salvador. Una de ellas, quizás la más importante, es que la riqueza nacional ha estado en manos de unas pocas familias adineradas, las conocidas como “14 familias” (aunque realmente superen ese número). Estas élites económicas, junto al ejército, cerraron a las clases populares el acceso a los recursos y a la participación política. En los años 80 la situación degeneró en una guerra civil entre un gobierno apoyado por estas élites y las fuerzas armadas y una guerrilla, el Frente Farabundo Martí de Liberación Nacional (FMLN), que aglutinaba a los distintos movimientos de izquierda del país. La violencia de los 80 estremeció al continente americano, con sus más de 35.000 muertos.

El modelo Bukele presenta muchas sombras. La lucha contra la violencia de las maras ha producido múltiples denuncias.

La guerra civil salvadoreña registró episodios tremendos como la matanza del Mazote, una de las más atroces del continente, donde un millar de civiles fueron asesinados a manos de las fuerzas especiales de seguridad, o el asesinato mientras oficiaba misa de monseñor Óscar Romero, arzobispo de San Salvador, magnicidio que indignó al mundo entero. Precisamente, fue otro brutal asesinato, el de los jesuitas de la Universidad Centroamericana (UCA), en la que moriría el jesuita portugalujo Ignacio Ellacuria, el que empujó a guerrilla y gobierno a un acuerdo de paz en 1992, iniciando una nueva era en el país.

Los acuerdos de Chapultepec dieron comienzo a un periodo democrático en el que los dos protagonistas de la guerra civil, el partido de la derecha ARENA y el FMLN de izquierdas, acordaban liderar el país, optando por la vía democrática. Pero lo que parecía un nuevo futuro para el Salvador, acabó en pesadilla. Por una parte, tanto ARENA como FMLN no colmaron las esperanzas del pueblo salvadoreño. La derecha optó por unas políticas neoliberales y continuar con el apoyo a las élites del país, abandonando a las clases más desfavorecidas. El FMLN, por su parte, se embarcó en una lucha interna entre la vieja guardia y las nuevas generaciones, que frenó su avance y su capacidad para lograr el desarrollo de El Salvador.

Camisetas a la venta con la imagen del presidente Nayib Bukele, en San Salvador. Rodrigo Sura (EFE)

Por otra parte, la violencia no desapareció del pequeño país centroamericano, sino que aumentó. Si la guerra civil salvadoreña fue de una crueldad exacerbada, la violencia que vendría tras la paz fue peor. Grupos de salvadoreños que huyeron de la guerra civil a Estados Unidos conocieron allí el mundo de las bandas violentas, organizando las suyas propias. Con la deportación por parte de las autoridades norteamericanas de estos grupos violentos a su país de origen, se les proporcionó la oportunidad de florecer en una región en la que la extendida pobreza resultó el caldo de cultivo adecuado para ello. De este modo nacieron las tristemente famosas maras, bandas organizadas, cuyo poder fue aumentando paulatinamente hasta llevar al país a una nueva guerra civil, con más víctimas incluso que las habidas durante la pasada guerra civil.

La victoria contra las maras

Bukele surgió en este desolador panorama. El presidente salvadoreño no se identifica con la derecha tradicional y las 14 familias, que ya rechazaron a su padre por su origen palestino, como tampoco se casa con el FMLN, que no fue capaz de apostar por él debido a las reticencias de la vieja guardia. Bukele, por tanto, se erige en algo distinto a la política tradicional, cosa que recalca el nombre mismo de su partido político, Nueva Ideas. Una fórmula que también ha recogido con gran éxito Javier Milei en Argentina, emplazándose como alternativa a las fuerzas históricas de la política argentina.

Bukele se erige en algo distinto a la política tradicional, cosa que recalca el nombre mismo de su partido político, Nuevas Ideas.

Pero es la lucha contra las maras la gran victoria de Bukele. Históricamente, tanto la derecha como la izquierda han sido incapaces de lidiar con el problema. Incluso con intentos de negociación y acercamiento, que llevaron a un fortalecimiento de las maras hasta tal punto de que parecían tener más control de las calles que el propio Estado. Bukele ha sido claro en la solución, mano dura. Para ello, ha declarado el estado de excepción y ha encarcelado a unas 75.000 personas, creando para ello las famosas mega-cárceles, las más grandes del mundo. Estas medidas le han supuesto pacificar las calles y han sido claves a la hora de lograr el apoyo masivo de la población.

Bukele, por tanto, ha logrado erigirse en una nueva forma de hacer política en el continente, alejado de las fuerzas políticas tradicionales salvadoreñas. Con una imagen moderna y juvenil, cool, como le gusta decir a él; junto a una enorme capacidad comunicativa a todos los niveles y unas políticas populistas basadas en erigirse como única voz del pueblo capaz de salvar a este del pasado violento y de la pobreza; Bukele ha sabido ganarse el favor del pueblo. Algunos ya califican su política como ciberpopulismo millennial.

Un modelo con muchas sombras

Pero no todo son logros en la gestión de Bukele. El modelo Bukele presenta también muchas sombras. La lucha contra la violencia de las maras ha producido múltiples denuncias de mano de las asociaciones de derechos humanos. Las protestas ante las encarcelaciones de inocentes han sido continuas y es difícil predecir cuál puede ser el futuro de un país del que el 1,6% de la población se encuentra entre rejas, sin olvidar las dudas sobre la legalidad constitucional de un estado de excepción que parece no tener fin.

Otra de las grandes sombras de Bukele es su conocida tendencia autoritaria. En febrero de 2019 ya realizó un primer intento de amedrentar al Congreso con su aparición junto a fuerzas militares. Aquel episodio que parecía aislado, se ha convertido en norma al lograr hacerse con todos los resortes del poder, jubilando a jueces o acosando a la oposición con la persecución legal, llegando incluso a que varios medios periodísticos hayan tenido que huir a Costa Rica ante el acoso de Bukele.

Reclusos en una de las polémicas cárceles de El Salvador. AFP

Quizás el hecho más grave en esta escalada para hacerse con todo el poder haya sido el de su candidatura a la reelección presidencial. La constitución de El Salvador no permitía dos mandatos a la misma persona. Sin embargo, Bukele ha demostrado su capacidad prestidigitadora con las leyes, forzando su interpretación hasta hacer que las normas digan lo que le interesa, de manera que, haciendo toda la ingeniería legal necesaria con la letra y el espíritu de la constitución, ha logrado ser inscrito como candidato a la presidencia salvadoreña. Este hecho para algunos analistas puede significar que Bukele siga el ejemplo de otros autócratas americanos como Nicolás Maduro en Venezuela, Daniel Ortega en Nicaragua o Miguel Díaz-Canel en Cuba, que tratan de eternizarse en el poder. Habrá que ver si Bukele ingresa en este club.

Lo que está claro es que Bukele y su ciberpopulismo millennial están atrayendo a muchos líderes y movimientos de derecha del continente. Bukele, al igual que Milei, ha sabido crear un populismo al margen de la derecha tradicional al uso, con un relato y discurso nuevos, que ataca al sistema pasado y que busca el apoyo en un mesianismo político que engancha sobre todo al electorado más joven. La lucha contra la inseguridad se convierte en su medida estrella, lo que sirve para ocultar la erosión de las instituciones democráticas. El tiempo nos dirá a dónde conduce el modelo Bukele, modelo que probablemente rebase las fronteras salvadoreñas muy pronto.