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Fascistas, nazis y ultras, la nueva ola

Europa parece rememorar viejas pesadillas. Neonazis, fascistas y ultras vuelven a copar las primeras páginas de los periódicos. ¿Están tomando las calles de Europa de nuevo?

Fascistas, nazis y ultras, la nueva ola

Mientras en Alemania se enjuicia a un grupo de extremistas que intentaba dar un golpe de estado en el país y regresan las agresiones físicas a miembros de partidos de izquierda; en Italia, la bisnieta de Benito Mussolini celebra el aniversario de su bisabuelo más arropada que nunca, mientras aumenta la consternación ante las cada vez más públicas y visibles demostraciones fascistas a lo largo de todo el país. ¿Está la extrema derecha tomando las calles en Europa de nuevo? ¿Están en auge estos movimientos? ¿Son cada vez más y están mejor organizados? Y quizás la pregunta más importante: ¿tiene alguna relación la cada vez mayor visibilidad de estos movimientos extremos con el aumento de apoyo de los partidos radicales populistas de derecha? Una pregunta de gran interés ya que nos encontramos ante unas elecciones europeas, las cuales, si los sondeos aciertan, pueden llevar a la derecha radical populista europea a hacerse con la mayoría en Bruselas.

Alemania es quizás el caso más notorio en este auge de los extremistas. Su pasado reciente lo hace ser más sensible a la hora de hablar del auge de la extrema derecha. A pesar de sus duras leyes contra cualquier movimiento de orientación fascista, los movimientos neonazis y extremistas han sido una constante en las últimas décadas. Cada cierto tiempo, surgía un nuevo partido o movimiento que aglutinaba a los nostálgicos del Tercer Reich, pero es en los últimos años, cuando estos movimientos han tomado mayor fuerza y más visibilidad a lo largo del país.

La señal de alarma se encendió en la crisis de inmigrantes de 2015. El movimiento Pegida, acrónimo de Patriotas Europeos Contra la Islamización de Occidente, comenzaba a organizar manifestaciones masivas contra la apertura de puertas a los inmigrantes sirios por parte de Merkel. Lo que parecía otro grupúsculo de pequeños extremistas comenzaba a dejarse ver y atraer a cada vez a más gente. Los ataques a centros de refugiados se repetían y mensajes xenófobos y racistas volvía a verse en las calles alemanas. Pero no ha sido Pegida el movimiento más peligroso para la democracia y la convivencia en Alemania. En diciembre de 2022, el gobierno alemán descabezó un complot para derrocar el orden democrático en Alemania. El líder de los insurgentes, el autodenominado Heinrich VII, un empresario inmobiliario de 71 años, junto a varios miembros del movimiento denominado Ciudadanos del Reich, planeaban secuestrar a los miembros del parlamento alemán y subvertir el orden constitucional de Alemania.

La mayoría de los miembros del complot pertenecían a Ciudadanos del Reich, un movimiento de extrema derecha que aboga por el retorno a las fronteras de antes de la Segunda Guerra Mundial. Para estos extremistas, el actual estado alemán carece de legitimidad política, por lo que abogan por crear sus propias estructuras paralelas. Para ellos el Reich histórico alemán aún existe, y abogan por volver a esas fronteras. Históricamente, se les vio como más inofensivos que los grupos neonazis, pero su intento fallido de golpe de estado hizo que se les empezase a tomar en serio. El juicio que recientemente ha comenzado, en el que se juzga a los miembros del complot, deja claro que este tipo de amenazas pueden llegar a ser muy peligrosas.

Otra cuestión de gran preocupación en Alemania es el de las agresiones físicas por motivaciones ideológicas. El aumento de las agresiones racistas, antisemitas o ultraderechistas, de un 20% respecto a 2022, deja claro que estos grupos empiezan a suponer un peligro. El ataque que llevó al eurodiputado Matthias Ecke al hospital, ha sido el más grave a un candidato político en los últimos años. Pero otro dato crea aún mayor inquietud. Las agresiones parecen relacionarse con aquellos lugares donde más apoyo logra el partido radical populista de ultraderecha, Alternativa por Alemania. A pesar de que estos niegan cualquier vínculo con neonazis y extremistas, muchas de sus figuras han participado en movimientos de ese tipo.

Para algunos expertos, las políticas radicales de Alternativa para Alemania están sirviendo para deteriorar la cultura política alemana, creando un caldo de cultivo para los elementos más extremos de la ultraderecha. El aumento de las agresiones parece coincidir con el incremento de apoyo del partido radical populista. Su mensaje anti-inmigración y xenófobo, parece alentar a los más extremistas a tomar las calles y llevar adelante agresiones contra personalidades de la política de izquierda. Las previsiones de un gran resultado en las europeas para Alternativa no auguran una disminución de las agresiones de la extrema derecha. Es más, una posible victoria en Europa envalentonará a una extrema derecha que sin duda aprovechará a dejarse ver más en las calles alemanas.

Italia tampoco se libra

Italia, el otro país marcado por el pasado en este tema, tampoco se libra de este revival de los viejos fascistas. El tradicional acto de homenaje a Mussolini este año en su ciudad natal, ha dejado la imagen de la bisnieta del Duce más arropada que nunca de camisas negras de todas las edades. Las recientes concentraciones de Roma con cientos de camisas negras haciendo el saludo fascista han conmocionado a la sociedad italiana, y han hecho que la oposición a Giorgia Meloni pidiese crear leyes contra los neofascistas. Pero mientras que Meloni proclama que el fascismo no tiene cabida en su partido, la televisión pública italiana veta a Antonio Scurati, escritor antifascista, sin que la presidenta del país hable sobre el tema. La cancelación de Scurati ha propiciado una tormenta política en el país, poniendo en duda los intentos de Meloni de desligarse de los más nostálgicos del Duce. Más si cabe cuando dirigentes de su propio país, no dudan en aparecer en actos públicos de movimientos de corte neofascista.

Miembros del partido de Meloni, a pesar de autocalificarse como posfascistas, y de optar por el sistema parlamentario, siguen haciendo loas a la memoria de Mussolini. Y la nostalgia y los intentos revisionistas de sus seguidores cada vez son más comunes en la Italia actual. Y mientras Meloni jura y perjura que el fascismo no tiene cabida en su partido, Hermanos de Italia, el logo del partido refleja la llama tricolor, el usual símbolo de los partidos neofascistas tras la Segunda Guerra Mundial. Pocos dudan de que la victoria de Meloni hace un año no haya significado un aumento de la visibilidad de los neofascistas. Su presencia pública ha aumentado significativamente.

Francia presenta una situación diferente. La relación entre la extrema derecha y los partidos radical-populistas de derecha es más complicada en Francia. Marine Le Pen, tras coger el timón del partido creado por su padre, viró hacia la moderación y trató de desvincular el partido del ala más neonazi y extremista. La denominada como desdiabolización del movimiento ha sido no solo un intento de delimitar el movimiento frente a los más ultras, sino sobre todo, el quitar el miedo a la mayoría del electorado para que puedan votarle. Un viraje que incluso dentro de su ámbito político, ha significado el surgimiento de un partido más extremista dentro de su espectro político, Reconquista, de Éric Zemmour, mucho más radical en sus posiciones anti-inmigración y xenófobas.

Pero a pesar de que Le Pen parece no permitir a la extrema derecha más violenta crecer bajo su sombra, Francia también sufre el auge de los movimientos de extrema derecha. Movimientos neonazis se multiplican en los suburbios de Francia, captando a jóvenes. Y Francia todavía recuerda la fuerza del movimiento Generación identitaria, basada en una mezcla de ideología neonazi y supremacista, que fue ilegalizado hace tres años por el gobierno francés. Unos movimientos que parecen enganchar a las generaciones más jóvenes, que parecen ignorar las trágicas consecuencias que aquellos movimientos trajeron a Europa hace más de 80 años. Una amnesia histórica que hace que Europa parezca volver al tribalismo identitario, con el retorno de las violentas ideologías que llevaron al continente a la barbarie más absoluta. Un revival de nostalgia de aquello que hasta hace poco parecía estar escondido bajo llave en el baúl de las pesadillas, que parecía cosa de unos pocos nostálgicos que eran incapaces de entender lo que significó aquello que trataban de resucitar, pero que gracias a los discursos del odio de las derechas populares radicales, parece emerger para embaucar a nuevas generaciones que son incapaces de asimilar en su sentido histórico lo que aquello significó. No parece haber muchas dudas sobre la relación entre el auge de la derecha radical populista y este resurgir de neonazis y neofascistas. La reciente noticia de que la policía alemana seguirá investigando a Alternativa para Alemania deja claro que para las autoridades alemanas existen vínculos entre el partido y la extrema derecha alemana. Algo que varios dirigentes del partido parecen no ocultar, viendo las recientes declaraciones de alguno de sus miembros prominentes alabando a las SS.

Un fenómeno que no es algo nuevo, que ya ocurrió en el devenir de la política norteamericana tras la irrupción de Donald Trump. El intento de Trump de hacerse con los votantes de la denominada Alt Right, en la que se encuentran neonazis, supremacistas y extremistas de todo pelo, hizo que estos tomasen una visibilidad y capacidad de influencia que no se había visto desde los años 60 y las protestas por los derechos civiles en el sur. Como resultado de esta normalización de la derecha alternativa norteamericana, encontramos el intento de asalto al Capitolio, o la radicalización del Partido Republicano. Veremos si no ocurre lo mismo en Europa, y si no es la extrema derecha más rancia, violenta y autoritaria la que radicaliza a los partidos radical-populistas. Algo que sería devastador, en un momento en el que los partidos radical-populistas pueden hacerse con la mayoría en Bruselas el 9-J.