Un muerto era un delincuente habitual, intoxicado por drogas, que amenazaba con matar a “alguien” en un vagón de metro de Nueva York, la misma ciudad en que fue asesinado a tiros un directivo de una empresa de seguros médicos El segundo, era Brian Thompson, presidente de una compañía de seguros médicos, a quien un joven de familia acomodada mató a tiros por la espalda en una calle de Nueva York, aparentemente para vengarse , aparentemente, de la codicia de la compañía aseguradora que no había cubierto los gastos médicos de un familiar.
En cuanto al primero, hace ya meses que los norteamericanos siguen el proceso contra el exinfante de Marina Daniel Penny, quien trató de reducirlo en defensa propia y de los ocupantes del vagón de metro, pero el delincuente no pudo resistir la llave paralizante que le aplicó y murió a los pocos minutos.
Ambos casos no pueden ser más diferentes: el delincuente había sido detenido múltiples veces, no estaba en la cárcel gracias a la magnanimidad de las autoridades de la ciudad de Nueva York y sus amenazas contra los ocupantes del metro tenían aterrorizados a los pasajeros.
Penny en cambio decidió impedir cualquier asalto por parte del delincuente, al que redujo y retuvo en el suelo del tren, pero su débil salud, bajo el efecto de la droga, le produjo la muerte.
En el segundo caso, un hombre de 25 años preparó el asesinato del director de la compañía de seguros que visitaba Nueva York para una conferencia: Lo esperó en la calle por la que había de pasar y le disparó repetidamente en la espalda, lo que le causó una muerte inmediata.
Gracias a la vigilancia con cámaras en la ciudad de Nueva York, fue fácil conseguir imágenes del asesino, divulgarlas por todo el país y pedir a la población ayuda para localizarlo y detenerlo, algo que ocurrió tan sólo tres días más tarde, cuando un empleado de McDonald’s lo reconoció en el local al que había ido a desayunar y avisó a la policía.
Es fácil imaginar que la reacción popular ha de ser muy distinta ante las dos muertes, una accidental para defenderse de un delincuente y la otra un asesinato premeditado.
Y así ha ocurrido, pero no como muchos pueden suponer: el infante de Marina fue acusado de intento de asesinato por el fiscal de Nueva York, donde muchas personas que han sido víctimas o tenido ataques de vagabundos y delincuentes expresaron su apoyo, pero muchas otras vieron el uso de fuerza como racismo, pues el militar era blanco y el muerto negro.
En cuanto al asesinato premeditado, su autor está en la cárcel esperando juicio, pero muchos lo glorifican y no lo ven como el autor de un crimen inaceptable, sino como un justiciero vengador de las empresas aseguradoras, que tratan de ahorrar y aumentar sus beneficios a base de reducir el acceso de sus clientes a servicios médicos.
Los jurados de Nueva York deliberaron por seis días y se negaron a condenar al infante de Marina, pero las reacciones en la calle y en las conversaciones de internet muestran a veces más simpatías por el delincuente que por el infante de Marina, mientras que las redes sociales van cargadas de comentarios en apoyo del asesino.
Puede parecer un mundo al revés, pero esta reacción popular es un buen termómetro de las distorsiones de la sociedad norteamericana, obsesionada con el racismo y con los elevados precios de la medicina.
En cuanto al racismo, se podría achacar responsabilidades a Barack Obama, el único presidente negro que ha tenido el país y del que esperaban tanto fuera y dentro de Estados Unidos, que recibió el Premio Nobel de la Paz cuando apenas había comenzado su mandato, pero las relaciones raciales no mejoraron en Estados Unidos, sino que parecen cada vez más tensas.
Por lo que se refiere al asesino, se valora menos vida de un ejecutivo que actúa como todos sus colegas ante las dificultades de financiar los servicios médicos que las dificultades para pagar hospitales y tratamientos. También ahí aparece Obama, quien dio tantas esperanzas de acceso universal a la atención médica, que el programa de seguros de salud que promovió lleva el nombre de Obamacare, pero sus promesas de una atención médica garantizada y de mayor calidad no se han cumplido.
Es así aunque casi la mitad de la población reciba subvenciones para atender su salud, algo que va a costa... de quienes no las reciben. Es algo que acumula rencores contra objetivos fáciles como las aseguradoras y no contra los legisladores ni contra los médicos, que han conseguido para Estados Unidos la sanidad más cara del mundo, con unos resultados mediocres… excepto para los galenos, cuyos ingresos causan envidia en otros países desarrollados.
Tanto la absolución de Penny como el juicio que empezará en unos meses contra el asesino de Thompson seguirán ocupando los titulares, pero las reacciones contrapuestas ante ambos indican las tensiones de la sociedad norteamericana, o quizá tan solo la diversidad que cabe esperar de una sociedad multicultural y racial de 330 millones.