Oscuros nubarrones se ciernen sobre el horizonte político de Donald Trump. El tweet de Elon Musk en el que vinculaba el nombre del presidente a los papeles de Jeffrey Epstein parece haber abierto la caja de Pandora. Recientes publicaciones apoyarían la tesis de la amistad entre ambos magnates, colocando bajo sospecha a Trump. Las presiones desde el propio movimiento MAGA para que se desclasifiquen todos los documentos que posee la justicia norteamericana sobre el caso Epstein añaden aún más incertidumbre a la cuestión. ¿Está el nombre de Donald Trump en los archivos que tiene la fiscalía sobre el caso? Y, sobre todo, ¿hasta qué punto está comprometida la figura de Trump en esos documentos?

El mero mencionar del nombre de Jeffrey Epstein genera pavor entre las élites políticas y económicas de Estados Unidos. No es de extrañar. Epstein representa el mayor nivel de corrupción moral de las clases dominantes de Estados Unidos y de cómo estas pueden utilizar su dinero y sus influencias para esquivar a la justicia y no rendir cuentas por sus fechorías. Epstein simboliza lo peor de unas élites que, como indica su caso, poseen más poder de lo que la sociedad americana imagina. Pero, ¿quién era realmente Jeffrey Epstein? ¿Hasta dónde llegó su nivel de influencia y poder en las altas esferas de los negocios y la política norteamericanas?

El famoso tweet de Elon Musk revelando que el nombre de Donald Trump está en los papeles de Epstein. Europa Press

Su figura sigue rodeada aún de misterio y ambigüedad. Proveniente de las clases bajas, sin haber terminado una carrera universitaria, Jeffrey Epstein pasó de dar clases en instituciones educativas de primer nivel a formar parte del mundo de las inversiones financieras, llegando a convertirse en multimillonario en muy poco tiempo, aunque aún no esté muy claro cómo llegó a amasar la fortuna que le convirtió en uno de los hombres de negocios más ricos del país. Al mismo tiempo, se convirtió en una de las figuras más conocidas de la jet set neoyorquina. Gran filántropo y con una gran vida social, Epstein se rodeó de premios Nobel, millonarios, políticos y gente famosa. Todos y todas querían ser amigos suyos y codearse con él, desde Bill Clinton a la realeza británica. De la grandes fiestas a los grandes eventos culturales y científicos, pasando por las celebraciones con celebrities de la alta sociedad y el mundo del espectáculo. Mecenas, filántropo, dandy… La auténtica cara del éxito económico y social, hasta que su verdadera figura salió a la luz y, con ella, las atrocidades que cometió durante años.

Las primeras denuncias se interpusieron en Palm Beach, lugar de una de sus más lujosas residencias. Jóvenes, muchas de ellas menores de edad, de los barrios obreros de alrededor eran vistas frecuentar la mansión de Epstein. Poco a poco fue conociéndose la verdad, Epstein era un verdadero depredador sexual. Pagaba a jóvenes, incluso menores, para que fuesen a su mansión, donde muchas de ellas eran agredidas sexualmente. Los abusos continuaron en el tiempo y Epstein empezó a pagar para que sus víctimas atrajesen a nuevas presas a su guarida. Una red que, como se descubrió, se extendía a otras partes del mundo, a través de la cual Epstein atraía a jóvenes con la excusa de ofrecerles ayuda en su educación y carrera profesional.

Particularmente abominable fue el uso de su isla privada en las Islas Vírgenes Americanas. Allí llevaba a muchas de esas jóvenes y en aquella isla abusaba de ellas, estando estas completamente indefensas ante Epstein y su novia, la rica heredera británica Ghislaine Maxwell, compañera y socia de Epstein en la trama de depredación sexual. La isla ha quedado como símbolo de la maldad y la corrupción moral de un Epstein que tenía en ella un coto privado donde llevaba a cabo sus aberraciones.

Fue en 2005 cuando llegaron las primeras denuncias, pero entonces Epstein movió sus hilos y, tras un pacto con la Fiscalía que nadie pudo entender, fue condenado a solo cuatro años de cárcel en una prisión en condiciones ventajosas, logrando además el tercer grado en muy poco tiempo. Un auténtico escándalo que, gracias a la enorme valentía de muchas de las víctimas y al movimiento Me Too, que estalló en Estados Unidos por el caso de otro depredador sexual, Harvey Weinstein, volvió a la palestra. A la segunda sí que se hizo justicia logrando una condena prácticamente a perpetuidad y destapando además la enorme red de tráfico de mujeres, muchas de ellas menores, que había ido tejiendo Epstein a lo largo de años junto a su compañera sentimental y socia, Ghislaine Maxwell.

Comenzaron a surgir entonces las sospechas sobre las múltiples y poderosas amistades del condenado. ¿Estaban estas al corriente de lo que hacía Epstein? Y, sobre todo, ¿participaban en esa red de abusos? Preguntas que se multiplicaron tras el suicidio de Epstein nada más entrar en la cárcel y tras la investigación forense. En el momento del suicidio, las cámaras de su celda no funcionaban y los guardias dormían. El propio hermano de Epstein sigue proclamando que fue asesinado por la información que tenía. El misterio y la sospecha volvieron a rodear a Epstein incluso en su muerte.

Algunos de los amigos del magnate muerto fueron directamente incriminados. Un ejemplo, el príncipe inglés Andrés, duque de York, denunciado por una de las víctimas. Pero hay más y las sospechas giran en torno a otros grandes amigos del depredador sexual fallecido. Muchas de las teorías que circulan, sobre todo en foros conspirativos, indican que Epstein poseía grabaciones comprometedoras de muchas de sus amistades e incluso afirman que él no era más que una pieza en una trama internacional de tráfico de mujeres jóvenes. Una enorme red de multimillonarios y hombres de negocios pedófilos que utilizan su poder y riqueza para llevar a la realidad sus aberrantes fantasías sexuales.

La relación con Trump

Entre los nombres que más sospecha generan, obviamente, está el de Donald Trump. Muchas son las imágenes de ambos conversando y pasándoselo bien en fiestas. Trump jura y perjura que nunca le gustó Epstein y que se alejó de él hacía mucho tiempo, perdiendo completamente el contacto. Fue el famoso tweet de Elon Musk, durante su desencuentro con el presidente de Estados Unidos, el que volvió a relacionar los apellidos Trump y Epstein. La chispa saltó y comenzó el incendio, a la vez que, como para echar más leña al fuego, el Wall Street Journal publicó una carta de Trump a Epstein.

Al mismo tiempo que el tweet de Musk y la revelación del Wall Street Journal, se filtraron las reuniones entre altos dignatarios del departamento de Justicia con la otra protagonista del caso, Ghislaine Maxwell. La compañera de Epstein cumple 20 años de condena por tráfico de personas, como facilitadora de las agresiones sexuales de su novio. Las visitas de los funcionarios de Justicia han desatado una enorme polémica al no entender los medios de comunicación la razón para las mismas. Se ha llegado incluso a barajar la posibilidad de que Donald Trump indulte a Maxwell, algo que, desde luego, abriría aún más la puerta a todo tipo de especulaciones y sospechas sobre las relaciones del presidente con Epstein.

Pero es la desclasificación de los documentos que sobre Epstein posee la justicia el verdadero caballo de batalla de toda esta tormenta política. Durante la segunda detención de Epstein, un gran número de documentación fue incautada al depredador sexual y su pareja, sobre todo en su residencia de Nueva York. La desclasificación de todos estos papeles se ha convertido en uno de los grandes reclamos del movimiento MAGA y de los defensores de las teorías conspiranoicas. Según estos, habría listas con figuras influyentes de las élites del país implicadas en los delitos de Epstein.

En este punto, Donald Trump sería víctima de su propia medicina. El ascenso a la presidencia se ha cimentado en un populismo que hacía de las élites políticas, sobre todo a las demócratas, pero también a las económicas, traidoras al pueblo y consumidas por la corrupción moral y el odio al ciudadano medio norteamericano. Un populismo que se alimentaba de conspiraciones en la sombra y que fue desgastando a la vieja clase dominante de Washington, a la vez que aupando al mesiánico Donald Trump que aparecía como salvador del pueblo ante la corrupción imperante de la clase dirigente.

Teorías como la conocida como Qanon que relata la existencia de una red de políticos y actores de Hollywood formando una red a nivel nacional de pedofilia, o el famoso Pizzagate, que relacionaba una pizzería de Washington con una serie de demócratas dedicados al tráfico sexual de niñas y niños, auparon a Donald Trump a la presidencia. Unas teorías difundidas desde Internet, a través de cuentas falsas, crearon un halo de sospecha sobre el partido demócrata y figuras públicas progresistas, una paranoia conspirativa que parece ahora habérsele vuelto en su contra a Donald Trump.

El papel de MAGA

Es el movimiento MAGA el que más directamente está abogando por la total desclasificación de los documentos de Epstein, aunque esto pueda significar poner en apuros al presidente, que parece haber perdido el control sobre la base política que lo aupó a la Casa Blanca. Trump mantiene férreamente controlado al partido republicano, pero tal vez no se pueda decir lo mismo de sus bases que da la impresión de que comienzan a posicionarse al margen del gran líder. Se habla incluso de un cisma dentro del movimiento, donde habría surgido un sector crítico que sería el que pide la desclasificación de los documentos sobre Epstein para ir contra el mismísimo Donald Trump en el caso de que apareciera comprometido con las actividades del depredador sexual fallecido.

Todo indica que los archivos Epstein se han convertido en un nuevo mito de la política americana y en un nuevo arma de las milicias populistas. Una teoría conspiranoica que, por otra parte, no cesará con la publicación de los documentos solicitados, ya que con toda probabilidad se le volverá a dar una vuelta de tuerca más a la paranoia, aduciendo la ocultación o pérdida deliberada de papeles o cualquier otra cosa por increíble que sea. Un falso debate que sitúa a Jeffrey Epstein como símbolo de la corrupción moral de unas élites que utilizan al ciudadano medio como objeto para satisfacer sus más oscuras perversiones y utilizan las instituciones como palancas para lograr lo que les apetezca. La sombra de Epstein perdurará en el imaginario político de Estados Unidos por mucho tiempo, por lo menos, hasta que el populista trumpista desaparezca. Aunque en ese tiempo, tal vez, acabe devorando hasta a su propio líder.

Mientras, olvidamos lo realmente importante del caso, las víctimas, el daño sufrido por estas y la reparación social y pública que en justicia merecen. Olvidamos a decenas de mujeres jóvenes, agredidas y abusadas por el depredador y silenciadas e ignoradas por la pasividad de las instituciones, esto es víctimas por partida doble. Las instituciones públicas deberían aclarar no solo si hubo más implicados en la trama, también por qué las estructuras que deben velar por los derechos de las y los ciudadanos fallaron estrepitosamente y qué debería cambiar en el sistema político norteamericano para que un monstruo como Jeffrey Epstein, amparándose en su influencia y sus contactos, no vuelva a cometer semejantes aberraciones. Esa es la gran incógnita a responder, cómo hacer que nunca más vuelva a surgir otro monstruo como Jeffrey Epstein. Nunca más.