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La nueva Bolivia tras Evo Morales

El fiasco electoral del Movimiento Al Socialismo supone el final de la llamada “revolución indígena” que encabezó en 2006 el ahora caído líder cocalero

La nueva Bolivia tras Evo MoralesLUIS GANDARILLAS

Bolivia elige cambio. Las recientes elecciones generales han marcado un giro histórico en el país andino, gobernado durante las últimas décadas por el Movimiento Al Socialismo, MAS, y su histórico líder, Evo Morales. Queda atrás la “revolución indígena” que lideró Evo en la Bolivia de 2006, una de las piezas clave en el giro a la izquierda del continente, a través de un populismo que enraizó profundamente en Argentina con Néstor Kirchner y su esposa y sucesora Cristina Fernández, en Ecuador con Rafael Correa, en Venezuela con Hugo Chávez y en Nicaragua con Daniel Ortega y Rosario Murillo. Sumidos en una crisis económica y social como no se ha visto en décadas, los bolivianos han votado cambio, y son dos candidatos al margen de la izquierda los que han pasado a la segunda vuelta electoral. ¿Murió la revolución del MAS? ¿Qué consecuencias traerá el cambio para el país? Y, lo que es más importante, ¿qué supondrá todo ello al continente americano?

Los años de bonanza económica quedaron atrás para los bolivianos, el período de desarrollo económico que se inició con la llegada al poder del líder cocalero Evo Morales. Su partido, el MAS, era una coalición de distintos sindicatos, asociaciones e intelectuales de izquierda, en el que el mayor peso recaía en los cocaleros y las agrupaciones de bolivianos originarios, especialmente los aimara, pero también otras múltiples etnias que pueblan el país.

Históricamente, las etnias originarias han sido marginadas del poder político en Bolivia, un país sacudido por interminables sucesiones de golpes de estado, marcado por unas élites criollas que no cedían el poder y por un enfrentamiento contra los cocaleros impulsado por Estados Unidos en su “lucha contra la droga” en América Latina. Morales, un líder sindicalista cocalero, consiguió convertirse en la cabeza visible del movimiento social que, a través de la bandera de la defensa de los pueblos originarios y los desposeídos, logró aunar las distintas fuerzas sociales que querían un cambio de rumbo político y social.

De esta manera surgió el fenómeno Evo Morales, un jefe de estado atípico y peculiar, rodeado de banderas wiphala, la enseña de siete colores de los pueblos andinos, que junto a su éxito electoral, sabría también manejar la economía, logrando en sus años de gobierno un enorme desarrollo económico del país que asombró a las agencias internacionales y convirtió a Bolivia en uno de los grandes ejemplos de éxito económico de los gobiernos de izquierda de la nueva ola populista que recorrió el continente.

La clave de este desarrollo radicaba en el gas natural, en la exportación de gas a su gran vecino, Brasil. Las ventas generaron grandes entradas de divisas que llenaron las arcas del estado, que, a su vez, permitió al gobierno de Morales implementar políticas redistributivas de la riqueza, subvencionar los carburantes e inversiones públicas que fueron logrando sacar de la pobreza a las clases más desfavorecidas, especialmente a los descendientes de los pueblos originarios, aimaras, quechuas y demás etnias.

EL NUEVO ORO

El gobierno del MAS no descubrió algo nuevo. Desde la fundación del país, justamente hace doscientos años, la economía de Bolivia se ha basado en el extractivismo. Primero fueron las minas de plata, más tarde las de estaño y, desde hace varias décadas, el gas natural, el nuevo oro. El gran consumo de gas por parte de Brasil permitió al estado boliviano invertir las ganancias en la sociedad, pero, siguiendo el patrón seguido durante los doscientos años de independencia, el ejecutivo de izquierda volvió a cometer el error histórico de las élites tradicionales, confiar y basar toda la economía del país en un solo recurso y en su extracción.

A partir de 2014 comenzaron los problemas. En primer lugar, Brasil comenzó a importar gas natural de otros mercados, más baratos. Esto sucedió cuando los yacimientos tradicionales bolivianos comenzaron a agotarse. A ello hubo que sumar que no se exploraron nuevos yacimientos debido a la huida de las empresas extractoras extranjeras, alegando un peso excesivo del estado, imprescindibles para aportar las grandes sumas de capital necesarias para descubrir nuevos yacimientos y para que estos sean operativos. Por otro lado, la extracción del litio, considerado el nuevo oro del país, adoleció del mismo problema de inversión extranjera, al tiempo que comenzó a conocerse la dificultad de tratamiento y elaboración del mineral raro boliviano.

Evo Morales, en el año 2002.

Sin industria u otro tipo de sector económico que pudiese tomar el lugar del gas natural como motor de la economía, Bolivia comenzó a deslizarse hacia la inestabilidad política, principalmente por el propio Evo Morales. Morales, convertido en una especia de ídolo nacional, cayó en el pecado original de la mayoría de los líderes políticos americanos, en la incapacidad de abandonar el poder a tiempo. Sus intentos de continuar al frente del país culminaron en el fraude electoral de 2019, que lo haría abandonar el país por un tiempo y que significó la ruptura del MAS entre los defensores y oponentes de Morales. Uno de estos últimos, el antiguo escudero fiel de Evo, Luis Arce, lideró la facción contraria a Morales y se hizo con el poder en 2020. Con ello se inició una guerra fratricida en el MAS, que ha llevado al Movimiento Al Socialismo a perder la hegemonía política en el país andino.

Por si esto fuera poco, los cargos en contra de Morales por el tráfico de una menor han acabado con el poco crédito del antiguo líder cocalero y abierto una herida aún más profunda en el MAS. Para Evo, las acusaciones no son más que un intento de meterlo en la cárcel para acabar con su vida y con su carrera política. Para evitar la persecución legal, Evo se protege en la región de Chapare, su feudo cocalero, en una especie de fortaleza, rodeado de varios campamentos de sus leales, armados con palos y lanzas, dispuestos a defender a su líder. Por ahora Arce no se ha atrevido a enviar a la policía o al ejército a que lo detengan, pues el baño de sangre podría ser enorme. Mientras, el MAS se deshace, e incluso el delfín de Morales, Andrónico Rodríguez se ha presentado a la presidencia bajo unas siglas diferentes. El MAS se desangra y todo apunta a que se puede dar por finalizado su ciclo hegemónico.

El fracaso del MAS conlleva una oportunidad única para la oposición política, que todo indica que aprovechará la ocasión. Se preveía difícil que alguno de los candidatos presentados a los comicios pudiese supera el 50% de los votos en la primera vuelta, lo que evitaría una segunda vuelta. Y así ha sido. El más votado, con un 32% de los votos, ha resultado Rodrigo Paz Pereira, candidato que no entraba en las apuestas previas para pasar a la segunda vuelta, por lo que ha resultado la gran revelación de los comicios. Perteneciente al Partido Demócrata Cristiano, se le tiene más como un político de centro que de derechas, teniendo en cuenta, además, que es hijo de Jaime Paz, fundador del antiguo Movimiento de Izquierda Revolucionaria boliviano, el socialdemócrata MIR, y presidente del país a finales de los 80.

Paz parece haber sido capaz de señalarse como una opción fuera del MAS y de la izquierda, a la vez que no adscrito a una derecha que podría desembocar en un Nayib Bukele o un Javier Milei a la boliviana. Su mensaje ha sido claro, la reconciliación política y, sobre todo, la búsqueda de la estabilidad económica en el país. Algo que no ha sabido encarnar el que se pretendía como gran favorito de estas elecciones, Samuel Doria Medina. Doria representaba al tecnócrata que fuera a echar todas sus cartas a la apuesta económica, a la liberalización, la búsqueda de inversiones extranjeras y acercar la economía boliviana a los mercados internacionales, especialmente al norteamericano. A pesar de considerarse socialdemócrata, Doria ha sido incapaz de no generar el temor a convertirse en un nuevo Milei en Bolivia, y ha pasado de ser primero en todas las encuestas a quedarse en tercer lugar en las elecciones, quedándose de esta manera fuera de la segunda vuelta que se celebrará el 19 de octubre, donde se verán las caras Paz y el segundo en los comicios, José “Tuto” Quiroga.

“Tuto” Quiroga sí es un candidato propio de la derecha boliviana. Participó en el movimiento del coronel Hugo Banzer, un dictador golpista que también presidió la República tras ganar las elecciones en 1997. Quiroga fue vicepresidente con Banzer y presidente cuando el coronel tuvo que renunciar por motivos de salud. Quiroga encarna la tradicional política de las élites históricas del país y apuesta por la vuelta a las políticas neoliberales del pasado. Lo que parece alejarlo del voto popular, clave en la segunda vuelta, e incluso de las clases medias urbanas, ya que Doria ha optado por apoyar a Paz en la segunda vuelta. A priori, “Tuto” parece tenerlo difícil.

BASE FIEL A MORALES

¿Y la izquierda? La debacle del MAS y de Andrónico Rodríguez aún ha sido mayor del esperado, ya que ninguno ha superado el voto nulo solicitado por Evo Morales, que ha llegado casi al 20%. Morales con el elevado número de votos nulos cosechados, ha demostrado que aún tiene una base electoral fiel y que será difícil reconstruir la izquierda sin su figura. Lo que predice un futuro a corto plazo nada halagüeño para construir un nuevo frente de izquierdas.

Mientras tanto, el futuro de Bolivia se vislumbra lejos de la “ola rosa revolucionaria” que recorrió Latinoamérica a principios de 2000. Muchos de los líderes que dirigieron aquella ola han pasado a la historia. Solo los Ortega y Nicolás Maduro, con métodos autoritarios, y Luiz Inácio Lula Da Silva en Brasil, gracias a su carisma, parecen aguantar los vientos de cambio que proceden de Washington, buscando la expansión del trumpismo por el continente más allá de los Bukele, Milei y compañía. Se puede decir que América del Sur ha iniciado una nueva era, un nuevo ciclo que apuntaría más hacia Estados Unidos que hacia La Habana, Caracas o Pekín. Pronto veremos si Gustavo Petro es capaz de mantener el tipo en las elecciones colombianas de 2026. Antes de los comicios presidenciales colombianos, este noviembre, sabremos si Gabriel Boric entrega la banda presidencial a Jeanette Jara, la candidata del frente de izquierdas, o bien se la tiene que imponer al candidato derechista, reafirmando o dando por concluida la hegemonía de la izquierda en Chile.

Por tanto, América Latina inicia un cambio de ciclo. De las políticas neoliberales de los 90 la política suramericana pasó al nuevo socialismo de toque bolivariano de los inicios del 2000. Transcurrido un cuarto del siglo XXI, parece que el péndulo vuelve hacia la derecha. Se podría afirmar que los electores parecen elegir entre un centro derecha moderado y una extrema derecha que seguiría el modelo que marca el actual inquilino de la Casa Blanca. Como demuestra Bolivia, las políticas de identidad y los tradicionales discursos populistas pierden fuerza ante los candidatos que ofrecen estabilidad economía y tratan del bolsillo de la ciudadanía. En el continente suramericano, la motosierra de Milei atrae más que la bandera Wiphala. En todo caso, la gran victoria de Bolivia radica en la capacidad que ha demostrado la ciudadanía boliviana de cambiar de gobernantes y de época mediante unas elecciones limpias. En eso consiste la democracia. Algo que en Cuba, Venezuela y Nicaragua, por desgracia, no está permitid.