La encrucijada de Keir Starmer
Keir Starmer se enfrenta a una gran encrucijada. Así, debe equilibrar la recuperación económica, el desgaste político y el avance del populismo en un país aún dividido por el Brexit
Renovar Gran Bretaña. Con ese lema afrontaba Keir Starmer el decisivo congreso anual del Partido Laborista correspondiente a este año. El escenario elegido, Liverpool, bastión del laborismo que debía infundir ánimos a al líder y al partido que, un año después de alcanzar el poder, pierde terreno día a día ante su gran enemigo, el populista Nigel Farage. Pocas veces un presidente laborista se ha presentado en horas tan bajas ante su partido en un congreso. Decencia o división. Renovación o declive. Esas serán las dos alternativas entre las que el pueblo británico debería elegir en los próximos años. Un claro reflejo de las difíciles disyuntivas que está teniendo que tomar para solventar los grandes problemas de su país. Unos problemas, que, por otra parte, no solo afectan a las islas británicas, na encrucijada ante la que se hallan todas las democracias europeas.
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Para Starmer, el país pasa por el momento más crítico desde el final de la Segunda Guerra Mundial. Entonces tocaba rehacer un país deshecho y poner en pie un imperio que ya no podía sostenerse, pero, a la vez, fue también cuando se estableció el estado de bienestar y una época de estabilidad y bonanza en parte del continente europeo, tan solo molestada por los periódicos coletazos de la Guerra Fría. Pasados 70 años del inicio de aquel período de bienestar, el modelo diseñado por el economista William Beveridge comienza a resquebrajarse, y Reino Unido es uno de los mejores ejemplos de este declive. Como explicaba Starmer en su discurso, Occidente creyó que la globalización enriquecería y democratizaría todo el planeta. Sin embargo, el resultado de la mundialización de la economía ha traído la deslocalización industrial, la pérdida de competitividad de las economías occidentales en todos los sectores, el beneficiado solo para las multinacionales y el surgimiento de nuevas potencias, como China, que, con el tiempo, se han convertido en la gran competidora de Estados Unidos y Europa. Para el caso británico los perjuicios de la globalización se multiplican por el peso del mercado financiero propio, muy por encima de la economía industrial, y con gran influencia en la política del país. Al mismo tiempo, una administración pública cada vez más grande y con un gasto creciente.
Ante esto, Starmer no ha tenido más solución que resucitar el viejo fantasma de Tony Blair y su legendaria Tercera Vía. Una salida intermedia entre el espíritu contrario al gasto público del neoliberalismo de los 90 y el aumento de la administración pública y su coste de la izquierda. Con este argumento, en su tiempo, Blair logró privatizar muchos sectores públicos, como el de los trenes o el correo postal, pero a costa de una fuerte oposición tanto externa como interna de su propio partido. En el caso del actual primer ministro, la resurrección de la Tercera Vía le ha servido para legitimar el intento de control de las cuentas públicas, unas cuentas en las que el endeudamiento se ha convertido en uno de los grandes lastres de la economía del país, además de uno de los factores claves en el estancamiento de la economía británica.
Pero este problema no solo se circunscribe a Gran Bretaña. En Francia, el gobierno de François Bayrou cayó por la misma cuestión. Un endeudamiento que va acercándose en algunos casos al 100% del PIB, y que en los casos más extremos ya lo ha superado, a lo que hay que sumar unos intereses generados por la deuda que frenan cualquier intento de revitalización económica. Todo ello, unido a la falta de relevo generacional, menor productividad y aumento del gasto público, es suficiente para estrangular cualquier intento de crecimiento económico. Además, como todo es susceptible de empeorar, no se debe olvidar la cuestión de la innovación y desarrollo, con la IA funcionando a todo gas en plantas industriales chinas en las que ni siquiera se utiliza luz, al funcionar la inteligencia artificial de manera automatizada.
Tomar el control de la economía
La respuesta de Starmer a este panorama es clara. Tomar de nuevo el control de la economía. Con este eufemismo, el premier británico trata de ocultar su intento de recorte de gasto público y de aumento de ingresos por parte del estado. Los datos económicos del Reino Unido reflejan este desolador panorama. Según las estadísticas oficiales en julio no hubo crecimiento alguno, bajando incluso la producción 1% en el período citado. El empleo en el sector privado, verdadero motor de cualquier economía, sigue estancado en números anteriores al covid, mientras la deuda respecto al PIB se ha triplicado en lo que llevamos de siglo, estando a punto de alcanzar el 100% del PIB, junto a un gasto público en su nivel más elevado desde los años 70.
Ante esto, las medidas no parecen muy originales. Aumento de impuestos, recorte a las ayudas a los pensionistas, reducción de las ayudas por baja laboral e, incluso, recortes en el presupuesto de cooperación y desarrollo. Un ajuste fiscal que el propio Starmer calificaba de “doloroso” y que no deja duda alguna al respecto viendo las lágrimas de su ministra de Economía cuando las voces más izquierdistas del laborismo vetaban las medidas propuestas por su propio partido. Una imagen simbólica de lo difícil que es incluso para los propios partidos tomar medidas más allá del corto plazo. Algunos laboristas han llegado a asociar la imagen de su líder a Margaret Thatcher, la mismísima imagen del diablo para los laboristas.
Pero más allá de que el escenario económico de Reino Unido sea comparable al del resto de las democracias occidentales, el caso británico posee una característica que lo hace peculiar, el Brexit. En su discurso de Liverpool, Starmer no dudó en poner el foco en el abandono de la Unión Europea como uno de los factores más importantes del caos actual de la economía británica. A día de hoy, nadie discute que el Brexit ha afectado negativamente a la mayoría de los sectores económicos del país, desde la agricultura, que ha perdido las subvenciones que le llegaban de Europa, hasta la sanidad, que se ha quedado sin una parte significativa de especialistas médicos. El Brexit representa la mayor victoria del populismo europeo, pero, al mismo tiempo, se ha convertido en su mayor derrota. Como decían los que lo apoyaron, el Brexit fue un hito, pero, casi diez años después, un hito que ha lastrado el destino de Reino Unido.
El Brexit no ha hecho más que aumentar la frustración y la rabia de unas clases medias que ven que el dinero de sus bolsillos no crece como antes. La salida británica de la Unión Europea iba a traer a esas clases medias británicas el dinero y el control que los burócratas de Europa les estaban robando. Gran Bretaña tomaría de nuevo el control que Europa le había robado, retornando al tan cercano en el tiempo glorioso pasado imperial. Pero el sueño parece esfumado. A una década del divorcio con el continente, el Brexit ha profundizado el declive económico al tiempo que ha agrandado la polarización del país, Reino Unido jamás había estado tan dividida.
Solo es posible desde esa ecuación entender el enorme crecimiento de la ultraderecha británica. La reciente masiva manifestación de casi cien mil personas en Londres contra la inmigración ha dejado en shock al país. Las imágenes de la capital tomada por miles de abanderados y los encontronazos de los manifestantes con la policía, demuestran no solo el influyente papel de figuras tan peligrosas como la del hooligan xenófobo Tommy Robinson, sino también la tensión en una calles en las que la polarización y el antagonismo político parecen a punto de explotar. Los altercados en pueblos que cuentan con centros de atención a inmigrantes son continuos, con grandes explosiones de violencia, como el ocurrido en la localidad norirlandesa de Ballymena.
Starmer en su discurso congresual laborista dio en la diana en este punto. La economía y su mejora son el mejor antídoto para la división. Y esto no solo se nota en el ascenso mediático de figuras como las de Tommy Robinson, también en la de su gran amenaza política, Nigel Farage. Las encuestas colocan ya a Farage y su partido populista con 10 puntos de ventaja sobre los laboristas de Starmer. El Reform UK, con su mensaje ultraxenófobo, aupado por las manifestaciones ultraderechistas, parece no tener más que esperar los próximos comicios para convertirse en la formación más votada de Reino Unido. Triunfo amplificado por unos tories desaparecidos de la escena política, incapaces de arrebatar a Farage la batuta populista que perfeccionó Boris Johnson.
Farange, el rival de Starmer
Por todo ello, Farage fue el gran objetivo del discurso de Starmer. Por una parte, para calificarlo como encantador de serpientes y, al mismo tiempo, asegurando que una Gran Bretaña dirigida por Farage sería un país en declive y corrompido por el odio. Un odio nacido del racismo, sentimiento que se escondería, según Starmer, tras las políticas antiinmigración de Reform UK. La adjetivación de racista sirvió al líder laborista para diferenciar sus medidas contra la inmigración de las de Farage: las ahora en vigor del premier británico, según el propio Starmer, nacerían de la necesidad de mantener la ley y el orden, y no del racismo, como ocurriría en el caso de que el líder ultra ocupara el 10 de Downing Street
Para los medios, aquí radica la gran debilidad de Starmer. Ataca las políticas neoliberales de los tories, pero, al mismo tiempo, aplica recortes y disminuye el gasto social, y en la cuestión de la inmigración, la que parece la verdadera manzana de la discordia en la lucha electoral, Starmer aboga por un endurecimiento de las medidas antiinmigratorias, incluyendo las que tratan de los plazos y procedimientos para establecerse en el país, llegando incluso a la aplicación de un DNI digital para controlar a los migrantes ilegales y dejarlos al margen del sistema.
Las críticas a la adopción de este género de medidas no solo proceden de la opinión pública. Starmer debe afrontar también el populismo de algunos sectores del Partido Laborista. La facción más izquierdista del partido se opone a las medidas económicas de la nueva Tercera Vía, como también es contraria al endurecimiento de las normas antiinmigratorias. Todo ello hace que no sea extraño que Jeremy Corbyn, anterior a Starmer en el liderazgo laborista y cabeza visible de la vieja guardia izquierdista, haya iniciado ya el proceso de creación de un nuevo partido político que se situaría a la izquierda del laborismo. Un nuevo dolor de cabeza para el premier británico.
Por tanto, Starmer se halla en una encrucijada. Por un lado, debe enfrentarse a los retos económicos para tratar de hacer más productiva una economía desindustrializada, estancada y con un gasto público desaforado que aumenta el endeudamiento público día a día. Una situación de estancamiento que alimenta el populismo, tanto de izquierdas como de derechas, que ondea banderas como la de la inmigración, la inseguridad o la lucha contra la austeridad, pero que no resuelve nada, como quedó visto tras el Brexit, proclamado en su momento como la panacea para solucionar los problemas de Gran Bretaña.
Y como resultado de todo esto, una sociedad polarizada, en la que la incertidumbre y el estancamiento económicos se viven como una crítica a las instituciones, y que ha desarrollado odio hacia el que es o piensa diferente. Una era en la que la norma viene caracterizada por extremismos y antagonismos, y no por la moderación, la reflexión, y la responsabilidad en la gestión que, además, están mal vistos. Contradiciendo al sentido común, las políticas de largo recorrido, confianza en las instituciones y economías gestionadas responsablemente pierden adeptos a favor de medidas a corto plazo populistas y radicales.
Starmer no está solo en su trágico destino. Emmanuel Macron lo ha vivido con la dimisión de su primer ministro François Bayrou. El canciller alemán Friedrich Merz parece tener la misma opinión que Starmer cuando manifiesta que el estado de bienestar, como lo hemos conocido hasta ahora, es historia. Ante este panorama internacional, la líder ultra francesa Marine Le Pen se frota las manos esperando las próximas elecciones para el Elíseo, y al otro lado del Rin, Alternativa Para Alemania, ya es la primera en intención de voto. Como diría Bob Dylan, los tiempos están cambiando, y parece que no solo para Starmer y Reino Unido. La época del crecimiento sin límites y el de la deuda desbocada parece tocar a su fin. Veremos si el populismo es capaz de aprovechar este tiempo de sociedades frustradas que se ven incapaces de afrontar los retos que les esperan en los próximos años. La encrucijada la tenemos ya delante.
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