El presidente Trump ha dejado atrás al gobierno de su país, cerrado desde hace casi un mes y a la Casa Blanca, que ofrece un triste aspecto a quienes caminan por la Avenida Pennsylvania tras el derribo de uno de sus flancos para construir un gigantesco salón de baile. El mandatario norteamericano emprende ahora una nueva gira de negociaciones en que China será su principal objetivo, en un momento de tensiones que abarcan áreas importantes dentro y fuera del país: parece disfrutar de los desafíos y, a pesar de todos sus problemas, se presenta al mundo como una estrella capaz de imponer su voluntad fuera y dentro del país.

Internacionalmente, Trump todavía se deleita con el éxito en lograr un acuerdo entre Israel y sus rivales de Hamás, que llevó a la liberación de rehenes israelíes y prisioneros musulmanes. Aunque las probabilidades de una paz duradera en la región sean frágiles, todavía no ha perdido las esperanzas de recibir el Premio Nobel de la Paz de 2026 en reconocimiento a los acuerdos entre palestinos e israelíes.

Dentro de Estados Unidos, el cierre del gobierno federal aún no ha perjudicado la imagen de Trump y de momento parece causar más daño político a la oposición del Partido Demócrata, aunque en ambos bandos de la política norteamericana es evidente la inquietud por las consecuencias electorales de semejante situación.

Estas consecuencias no afectarían directamente a Trump pues las elecciones parciales del año próximo no involucran a la presidencia y la constitución no le permite una nueva candidatura presidencial, pero sí podrían poner en peligro el resto de su mandato.

El Partido Republicano tiene hoy mayoría en todo: la rama ejecutiva, los estados federados, el Tribunal Supremo y ambas cámaras del Congreso. Pero estas mayorías no están garantizadas, especialmente las legislativas, pues bastaría con que el Partido Republicano perdiera unos pocos escaños en una de las dos cámaras congresuales para convertirse en minoría: aunque mantuviera su posición dominante en otras esferas, podría poner en peligro el resto de la presidencia de Trump y resucitar la serie de pleitos e investigaciones que sufrió durante su primer mandato.

Pero de momento Trump parece disponer de una buena estrella y ser consciente de la prisa que le apremia para avanzar mientras está en una posición aventajada.

Es algo que quiere aprovechar durante el viaje que acaba de emprender, donde su interlocutor más difícil ha de ser China, que va pisando los talones de Washington como primera potencia económica mundial. Pero Trump sabe las dificultades en que se encuentra el gobierno de Pekín, cuyo PNB perdió un 6% (del 70% al 64%) en los últimos seis años, además de enfrentarse a graves problemas demográficos. La principal baza china en estos momentos parece ser la disponibilidad de materiales de tierras raras, de los que China es un proveedor importante y que son imprescindibles para una serie de industrias como la electrónica o los armamentos modernos. En cambio, Estados Unidos va muy por delante en Inteligencia Artificial.

Pekín ya amenazó con suspender las exportaciones de estos materiales, pero Washington ha tomado medidas para contrarrestar la ventaja china en este ámbito con un nuevo acuerdo para la extracción de estas tierras raras en Australia y en el propio territorio norteamericano. En esta próxima cumbre chino-norteamericana se enfrentarán dos rivales en una situación asimétrica: si Pekín amenaza la superioridad de Washington, Trump se siente respaldado por la mayor dimensión de su economía y la abundancia de sus recursos.

A pesar de todas las advertencias dentro y fuera del país, los puntos débiles de la economía norteamericana son relativamente moderados en comparación a las demás potencias económicas. Es algo que Trump sabe y que sin duda aprovechará en su periplo, que puede iniciar con exigencias y amenazas y la puesta en práctica de su “arte de negociar” publicado hace ya décadas y aplicado a lo largo de su vida: ejercer la máxima presión sobre sus interlocutores e ir cediendo a medida que consigue lo que pretende.

A pesar de todo su boato y confianza en sí mismo y su país, Trump no representará en su viaje tan solo a Estados Unidos, sino a la parte del mundo en que Washington lidera: no sólo como la gran potencia norteamericana, sino como el líder de una esfera de países libres y ricos.