En 1903 el llamado Portal de Francia era un elemento más del recinto amurallado de Pamplona. En aquella época era aún un dispositivo defensivo funcional, a pesar de que obedecía a un diseño muy anticuado ya. Sustituyó al parecer a otra puerta anterior, que en la Edad Media recibía el nombre de Portal del Abrevador, puesto que por él se transitaba para llevar el ganado a beber.
El Portal de Francia se situaba en el extremo noroeste de la ciudad, por donde los peregrinos jacobeos del medievo, procedentes de Francia, llegaban a Pamplona tras recorrer el norte del reino de Navarra, desde Ostabat y San Juan de Pie de Puerto y pasando por Luzaide-Valcarlos, Orreaga-Roncesvalles, Auritz-Burguete y Zubiri. Una vez atravesado el portal, embocaban la calle del Carmen, camino del centro de la ciudad, donde encontrarían posadas, talleres artesanos, mercados e iglesias.
Esta puerta es también conocida por los iruñeses de pro con el nombre de Portal de Zumalacárregui, puesto que por él salió de Pamplona, de noche y a escondidas, el célebre general carlista, que a la sazón residía en el número 25 de la calle del Carmen, para unirse a la causa del pretendiente don Carlos y acaudillar a los voluntarios de Navarra. Corría el mes de octubre de 1833.
HOY EN DÍA el portal permanece prácticamente inalterado. Ha desaparecido la caseta de arbitrios municipales, a la derecha, donde los hortelanos debían declarar sus mercancías y pagar el correspondiente canon para poder venderlas en la ciudad. También falta el cuerpo de guardia, a cuya puerta los soldados de 1903 tomaban el sol, con sus uniformes dotados de capa y sombrero tipo ros. De hecho, todavía hoy es posible recorrer el dispositivo completo de este antiguo portal pamplonés, arrancando de las fortificaciones exteriores de la ciudad, bien batidas por los baluartes renacentistas, para luego cruzar un primer portal dotado de puente levadizo, ascender una larga rampa, a contraterreno y flanqueada desde un costado por una alta muralla, para así llegar al segundo portal, dispuesto estratégicamente en recodo, y poder entrar en el recinto fortificado propiamente dicho.
Constituye una gran satisfacción poder admirar, hoy en día, este elemento del antiguo amurallamiento pamplonés, prácticamente intacto y muy bien conservado. Tan sólo podemos anotar y sugerir, como mejoras pendientes y evidentísimas, la retirada a un lugar menos expuesto de los antiestéticos contenedores de basura, así como una necesaria y urgente peatonalización del entorno, que consagre este espacio al ocio y al paseo tranquilo de los pamploneses.