CADA año se alargan más los días de carnaval. Unas fiestas que son una mezcla de tradiciones recuperadas y novedades añadidas. No me gustaría contar batallas de abuelo pero hace muchos años que los que nos disfrazábamos en las noches de carnaval éramos una minoría tan escasa que lo mismo te arrancaban la máscara te quitaban el sombrero o el pasamontañas, que a veces era lo más sencillo de ponerse si no habías tenido la previsión de preparar un disfraz más elaborado. En cierta ocasión la cuadrilla de Olejua acudimos vestidos de morrotes o zarramoteros de Semana Santa al carnaval de Estella-Lizarra. A lo largo de la noches a todos nos fueron quitando y rasgando el capirote. Se ve que ese acabado puntiagudo lo hacía irresistible para los no disfrazados y nos dejaban constantemente al descubierto. Afortunadamente los disfraces se han generalizado y también el respeto de la identidad se mantiene hoy sin mayores problemas. Los hay verdaderamente trabajados en los que se invierte muchas horas en crear complejos mecanismos. Otros son grupales. Todavía recuerdo las cuadrillas que el año pasado iban unos de arlequines y otros metidos en el cuadro de Las Meninas.

Al carnaval cada vez se le pone más ingenio. Como pasa en Cádiz con las chirigotas aquí se hace con los disfraces. Pero tampoco conviene agobiarse. Lo importante es sobrevivir al frío y a la previsible lluvia que parece que nos va a acompañar también este año. Les animo a disfrazarse y a vivir poco o mucho el carnaval donde quiera que lo pasen. Ya saben que, a última hora, siempre pueden recurrir al pasamontañas pero, en fin, ni se les ocurra ocultarse tras un capirote.