Esta ermita se ubica en el barrio de Billabakoitz de Labiano. Es de estilo barroco. La obra (20 m de largo) es en sillar, menos las dos capillas laterales que son de mampostería. La nave está rematada por bóveda de arista y las capillas por cúpulas con linterna y cimborrio. La nave central y las capillas están presididas por retablos de equilibrado estilo churrigueresco. El central representa en lienzo la conversión de San Pablo; el de la izquierda a San Francisco Xabier; y el de la derecha a una Inmaculada. El enrejado del presbiterio es del siglo XIX. El edificio fue reedificado sobre los restos de otro románico. Por su proyección devocional adquirida por su vinculación al Camino de Santiago y a la historia de santidad de Santa Felicia y su hermano San Guillermo, el papa León XIII elevó a la ermita en 1899 a rango de basílica. En la pared norte encontramos el mejor documento, escrito y gráfico, de la historia del martirio de Santa Felicia. Es un cuadro, ya asumido como logotipo, donde se relata pormenorizadamente todas las vicisitudes de Santa Felicia desde su peregrinación desde Aquitania a Santiago de Compostela y su definitivo reposo en Labiano, hechos ocurridos en el siglo XIV. Felicia, arrebatada por el Amor Divino, en su vuelta de Santiago decide abandonar su condición de princesa de Aquitania y entregarse a Dios como moza de labor en Amocáin. Su hermano Guillermo fue a buscarla y, en un arrebato, la mató. Felicia fue enterrada en Amocáin, pero su arca apareció en el campo y con un lirio florecido desde su corazón. El prelado de turno dictaminó llevársela sobre una mula. La mula acabó rendida junto a la ermita de San Pablo de Labiano. Allí se enterró y ahí está. Es el argumento del auto sacramental del Misterio de Obanos que escribió Santos Beguiristáin y se representó por primera vez en 1962.
En el norte de la península es difícil encontrar cuerpos momificados. Los que hay, seis en edificios religiosos vasconavarros, han adquirido gran interés en la cultura popular a las que se relacionan con supuestas virtudes terapéuticas. En este caso, a la momia de Santa Felicia se le atribuyen propiedades curativas contra las cefaleas. De su féretro de madera, los devotos solían coger astillas como reliquias para obtener beneficios. La existencia del cuerpo ya se documenta en 1650, año en el que los vecinos de Labiano llegaron a esconder la momia ante potentados foráneos que querían ejercer el control del sepulcro. Su actual y excelente conservación se debe a la restauración realizada en auzolan por los vecinos de Labiano desde 1984 y que, en su fase principal, finalizó el 21 de julio de 1993.
Los mejores días para ir a disfrutar de la ermita-basílica de San Pablo y Santa Felicia son los de sus dos romerías anuales: la primera el martes anterior al Corpus y la segunda, el domingo posterior a esa misma celebración cristiana. En la primera acuden los 9 pueblos del valle de Aranguren con sus cruces y se bendicen los campos. La segunda es la principal, llegándose a celebrar hasta siete eucaristías. En la actualidad, el mayor depositario de la historia, leyenda, secretos y amor (y las llaves) de este santuario es el vecino de Labiano Javier Idareta, al que le ayudan su hijo Eneko y su nuera Nerea.
Este lugar es, además de un lugar de culto de gran belleza natural y patrimonial, un dador de energía positiva. Un sitio mágico que golpea con fuerza a la puerta del optimismo vital de las personas y ayuda a descifrar los secretos de la mente y a que los pensamientos negativos desaparezcan. Es un espacio para que los sentimientos adquieran el difícil valor de la pureza y se transformen en luz. Hasta el cuerpo incorrupto de Santa Felicia, guardado en el altar mayor dentro de una urna de plata repujada, lejos de producirte respeto o rechazo, envuelve tu atención de dulzura natural. Lugar de cuya visita quizá no te cure el dolor de cabeza para siempre, pero la memoria si se hace imborrable. En los albores de la década de los años 70 del siglo pasado acompañé, junto a mi padre, a mi hermana Esperanza, niña con frecuente dolor de cabeza, a pasar la mano con un pañuelo por el sepulcro de Santa Felicia y luego por su frente. No recuerdo si desapareció el dolor; casi tampoco mi visita y reportaje fotográfico de hace una semana, pero sí recuerdo con toda la fuerza de mi corazón aquella visita familiar y soñadora.
Para saber más: "Labiano: Santuario de San Pablo y Santa Felicia", del párroco Jesús Equiza (Ed. Nueva Utopía, 2001). Santa Felicia, sanadora de cabezas y de pensamientos.