villava - Vicenta Azcona tiene 93 años pero puede engañar hasta donde quiera con su edad y quitarse unos cuantos años; no sólo por coquetería, ni siquiera por conservar una belleza natural envuelta en una sonrisa más que sincera. En realidad la conversación con ella no nos acerca a una adorable anciana sino a la vecina con la que todos y todas quieren conversar. Alegre, vital, optimista y atenta. También tiene una salud de hierro, y todo cuenta...

Con cuatro años vino con su familia de Uharte Arakil, vivieron en la calle Rosario y de joven trabajó en la fábrica de Onena. Allí, en la papelera conoció a su marido, oriundo de Arre. Hace 61 años se trasladaron a la Colonia San Francisco Javier de Villava donde, sin duda, “fuimos muy felices”. Tanto que nunca se ha planteado marcharse de su casa-jardín, a la sombra de la higuera, con la plaza a pie de calle en la que se celebran las fiestas y encuentros vecinales, y con un patio rodeado de una valla transparente -sin seto en medio- que no divide sino que comunica con la casa de al lado. Fue una de las primeras colonas en llegar al nuevo barrio obrero que fue levantado ladrillo a ladrillo por los propios trabajadores de la papelera. Las familias crecieron rápidamente y los niños jugaban juntos en la calle. “No nos sentimos nunca apartados del resto de la villa; el ambiente en Villava era muy bueno, no había clases sociales ni nadie miraba por encima a nadie”, relata. Eran las casas del Patronato Francisco Franco. Allí nacieron sus tres hijos que le han dado cinco nietos y dos biznietos (uno en camino).

Vicenta se acuerda de que el barrio era como un pueblo, viviendas con las puertas siempre abiertas, donde se juntaban a ver la televisión, donde se ayudaba cuando alguien enfermaba o donde se encargaba el café o las pastas aprovechando el viaje de alguna de las vecinas al centro de la ciudad. Casas donde había huerta, gallinas y algunos conejos aunque la mayoría de los colonos trabajaba en la industria. “Fuimos cinco hermanos y me casé con un obrero pero nunca he necesitado de nada, y he tenido la suerte de tener una familia muy buena”, subraya.

De soltera “cogíamos el tren Irati, luego la villavesa, y subíamos a Pamplona a pasar la tarde. Tomábamos un café o un chocolate y solíamos mirar de reojo a los soldados que venían a la ciudad por aquellos años... así pasábamos el rato viendo gente”, recuerda. También le encantaba bailar y no podía faltar a ninguna de las fiestas de los pueblos. Las mejores, por supuesto, “las de Villava, lo pasábamos en grande y se preparaban por todo lo alto”.

Tiene familia que le cuida mucho aunque ella prefiere vivir a su aire. “En realidad no estoy nunca sola, me gusta salir y hablar con la gente, siempre he sido muy sociable. Con la chica que me acompaña también estoy encantada. Tengo el periódico, la novela de la tele, mis paseos, la familia, los vecinos...”, explica.

“En mi casa, con mi familia y en mi pueblo he sido feliz. No he necesitado nada más. Mi madre siempre me decía que parecía la tonta del bote porque me veía por la casa con el valde y la lejía dispuesta a limpiar, pero yo era la mujer más feliz del mundo haciendo las cosas de la casa”, relata.

Yolanda Echarte, su hija, la define como una mujer que ha sabido encajar los cambios de cada época y sus costumbres, también en la pareja y en las relaciones. “Y así se comporta con sus nietos, como una mujer abierta, que sabe disfrutar del día a día y del momento. Nunca ha vivido de los recuerdos ni de la nostalgia, sino del presente”, abunda.

Coincidiendo con las últimas fiestas patronales, el pasado mes Vicenta junto a otros vecinos mayores del barrio recibieron un sentido homenaje. Este año, además, se celebraba el 25 aniversario de la popular fiesta de la Colonia San Francisco. Así, se hizo un brindis y entrega de flores para las nueve mujeres y diez hombres que quedan de los primeros colonos que llegaron en 1952.