tudela - La calle Laurel de Logroño, el San Nicolás de Pamplona, la 31 de agosto donostiarra o Pozas en Bilbao. Eso era El Tubo para Tudela y la comarca, la zona de bares con más solera y popular de la capital ribera, la ruta de lo viejo, el punto de encuentro del chiquiteo, los pinchos, los almuerzos y la marcha nocturna. A tan solo 20 metros de la plaza de los Fueros, el entramado de callejuelas vivió épocas doradas, cayó, volvió a levantarse y, a día de hoy, sobrevive a duras penas como exacto reflejo del desapego que durante años ha tenido la ciudad y sus gestores por el Casco Antiguo.
El declive urbanístico de La Merced, Verjas, Horno de la Higuera y Hortelanos, las calles en las que llegaron a concentrarse una veintena de bares, es tan solo una muestra de la caída en picado de aquella famosa actividad que hoy en día sostienen a duras penas cuatro establecimientos: La Higuera, El Escudo, La Guarrida y Chaplin, propiedad de Eugenio Romano, Eva Fernández, Ana Sánchez y Antonio Ríos, respectivamente.
Son la resistencia de El Tubo y así se autodenominan en unos carteles alusivos a la saga Star Wars en los que anuncian que “con ayuda de la fuerza lograrán mantenerse como una de las zonas históricas de bares de Tudela”.
la guardia veterana La denominada “resistencia” guarda en cada muesca de las barras de madera, la memoria de El Tubo. “En febrero hará 35 años que yo empecé aquí. Entonces, esto era una zona de chiquiteo, no de marcha. La gente ha ido cambiando, pero El Tubo permanece. Hace un par de años, en una fiesta de la ETI, se me acercó una chavala y me dijo: ‘eh, tú eres amigo de mi abuela, ella venía por este bar”, recuerda Eugenio Romano, de La Higuera. La carcajada de sus colegas de profesión no oculta los problemas que atraviesan los locales, a los que sistemáticamente, sobre todo en los últimos quince años, se ha apartado de la actividad de ocio municipal. “¿Qué puede haber más medieval que El Tubo?”, se pregunta Antonio Ríos para inmediatamente mostrar su desconcierto cuando el Ayuntamiento los deja fuera, por ejemplo, de los Mercados Medievales que se instalan en Herrerías y el paseo del Queiles, o cuando se les ignora en el programa de las fiestas del Casco Antiguo.
Pero “la resistencia” ya no es invisible. De hecho, el nuevo equipo de gobierno de Tudela ha dado ya algunos de los pasos nunca andados antes. “Hemos hablado con Iñaki Magallón, de Festejos, y por lo menos hay propuestas. Por ejemplo, el sábado de Carnaval podríamos dar un almuerzo de 10.00 a 14.00. Es la idea, traer actos al Tubo”, reivindica Romano sin ocultar que el problema de la zona no tiene una solución fácil.
Para Eva Fernández, al frente de La Guarrida desde hace 12 años y activamente involucrada en la organización de conciertos y otras actividades en la zona, “competir con nuevas formas de ocio es muy complicado. Por ejemplo, con las peñas”, apunta. En este sentido, menciona el cánon de basuras que se ve obligada a pagar (unos 600 euros anuales) y del que estos colectivos salen indemnes, pese a tener luz verde para permanecer abiertos al público en las mismas condiciones que los negocios. “Nos hemos convertido en el lugar al que todo el mundo acude cuando todo lo demás está cerrado. Saben que no hay otro sitio dónde ir porque Tudela está prácticamente muerta y nos ha tocado el papel de recogida”, reconoce crudamente el dueño de La Higuera, echando de menos los años en los que los bares de El Tubo tenían oferta y demanda mañana, tarde y noche. Por su parte, Antonio Ríos echa la vista unos años atrás: “Hubo un tiempo en el que interesaba sacar a los jóvenes a la periferia, a las discotecas. Aquello hizo mucho daño a los negocios de siempre”, critica. Y, yendo aún más allá, los cuatro propietarios coinciden en el vacío al que les sometió la concejalía del anterior gobierno municipal, cuando se tomó la medida de descentralizar los actos de las fiestas patronales de la plaza de los Fueros y se “boicotearon”, afirman, algunas actividades previstas para El Tubo en el programa oficial.
Tras superar el rodillo que supuso del auge de las drogas a mediados de los 80 o los conflictos vecinales de finales de los 90 entre otras muchas circunstancias desfavorables, la resistencia de El Tubo se planta para hacer frente a “la gran sombra de gintonics, mojitos y música comercial que se ha expandido más allá de sus fronteras naturales, conquistando gran parte de Tudela”, dicen. El Tubo quizás no está vivo, pero sobrevive.
 
        
     
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