pamplona - Es el rey del barrio. Sus dominios abarcan desde Río Alzania a Miguel Astráin. Todo lo que ven sus ojos a partir de la parroquia de San Raimundo de Fitero y hasta el final de la calle Luis Morondo también le pertenece. Por derecho propio. Porque lo ha hecho suyo.
Marcos Iranzo Sangüesa, nacido en Teruel hace 50 años, es probablemente el tipo más popular de Azpilagaña. Todo el barrio le conoce. Todo el barrio le saluda. Todo el barrio le aprecia y observa complaciente la evolución de un hombre que cayó en el porche de la iglesia hace tres años con lo puesto y un estado permanente de embriaguez fruto de una de esas malas jugadas de la vida.
“Trabajaba en Teruel y estaba separado de mi mujer, que vivía en Mallorca con mis dos hijos. Ella enfermó y dejé el trabajo para cuidarla. Después de tres años, cuando estaba algo mejor, volví a Teruel y ya no había trabajo. Ahí me enfrenté con ella porque no me dejaba traer al crío a casa. Me reboté, no supe afrontar la situación y me dio por beber. Y como no quería que mi madre me viese mal, porque estaba haciendo tonterías por el pueblo, me fui. A Calamocha, Jaca, Zaragoza, Sabiñánigo... durmiendo en la calle, sin pensar nada, bebiendo todo el día y con la cabeza mal”, recuerda.
Pero Marcos se guardaba para sí sus angustias y hacía amigos allá donde fuera. “No sé por qué, pero en todos los sitios he estado muy a gusto con la gente”. Y así hasta que, en su deambular, aterrizó en Pamplona. “Había estado hacía unos años, y de las ciudades que he conocido me había gustado la que más. Por eso vine. Aunque bebes no paras de pasear, y vi que Azpilagaña era un barrio tranquilo, que era lo que quería”, dice.
Marcos primero se instaló en el porche de la iglesia, pero si llovía de lado se mojaba, y cambió un par de veces de domicilio buscando cobijo en dos portales cercanos. “Al principio algún vecino era un poco reacio. Es normal. No me conocían y veían a una persona sin afeitar, sin lavar, con mantas viejas tiradas por ahí... Pero vieron que no me metía con nadie y ya no me decían nada. Al revés. Charlaban conmigo, muchos venían con los críos a saludar... Los abueletes me pedían que pusiera en mi radio rock and roll, y los chavales, cuando volvían tarde de poteo, si me veían destapado me arropaban. También muchas personas se desfogaban conmigo contándome sus historias, y yo pensaba, ‘joder, si tienen más problemas que yo”, cuenta.
Así pasaba Marcos las horas entre trago y trago, paseando o sentado en un banco junto a la parroquia, charlando o viendo desfilar a los vecinos, saludando eso sí a todos y cada uno de ellos.
Marcos cuenta cómo entonces el barrio se volcó con él. Un saco de dormir, mantas, ropa de abrigo, tabaco, comida caliente y hasta buen vino. “Pensarían que, ya que iba a beber de todas formas, por lo menos que fuera bueno. Aunque no tuviera un techo, estaba de maravilla. Los malos recuerdos de entonces son mis propios pensamientos. Pero todos han sido muy agradables conmigo, me han ayudado un montón y estoy muy agradecido y contento en este barrio”, asegura agradecido.
lucha contra el alcohol Después de una temporada instalado en Azpilagaña, Marcos se propuso por su cuenta salir del pozo y dejar la bebida. Durante un tiempo lo consiguió. Pero entonces, y aunque había perdido voluntariamente el contacto con su familia, se enteró del fallecimiento de su ex mujer. Otro golpe. Y otra recaída. “Me di cuenta de que yo solo no podía salir e ingresé voluntariamente en el hospital psiquiátrico de Virgen del Camino. Necesitaba ayuda, porque aunque nos creamos muy fuertes, muchas veces solos no podemos. Me dieron el alta y un tratamiento, y ahora tengo visitas cada varios meses para ver mi evolución”, dice ahora, cuando lleva unos dos años limpio.
Su médico de cabecera del centro de salud, Pablo Pascual, se lo peleó para conseguirle el ingreso y estuvo siempre pendiente. Marcos no se olvida de él. Tampoco del párroco Koldo o de Cáritas, y siempre que puede colabora con la iglesia, ayudando con el belén o, como el día 6, ejerciendo encantado de la vida para los más pequeños de Melchor. Por algo es el rey del barrio.
Precisamente Cáritas le sufragó dos meses de alquiler de un cuarto y le consiguió trabajo en un taller ocupacional que le sirve para pagarse una habitación en el piso de una familia con la que, como con todo el mundo “estoy muy a gusto”.
Aunque sabe que citando nombres siempre se va a dejar a un montón por el camino, tiene palabras de agradecimiento para Julián y su esposa, para Puy, de la panadería Monjardín, que se ocupa de que no le falte nunca con qué empujar el alimento, o para Aitor y Galina, de la frutería Marian, buenos amigos que se encargan del postre. “Alimento no me falta”, dice mientras sonríe.
Ahora Marcos sigue con su lucha y se siente en deuda. “Todo el barrio me ha ayudado de corazón, y no puedo fallarles. Eso me da fuerza y estoy con ganas”. Y con proyectos de futuro. Como encontrar un trabajo que le permita pagarse un piso, siempre sin salir del barrio, en el que recibir a su familia, con la que ha recuperado el contacto. “Para que vean que estoy bien y centrado”. Mientras llega ese momento, los vecinos le recuerdan casi cada día “lo bien que estoy, lo guapo que se me ve hoy o qué diferencia de cuando llegué”.