El barranco de Muraga, próximo al pueblo de Artaza y a la casa-palacio de Urra, pertenecientes ambos a la Améscoa Baja, es uno de los lugares de Tierra Estella más salvajes, desconocidos e inaccesibles, al menos en algunos o bastantes de sus tramos. La quebrada arranca a los pies del monte Krezmendi (1.117 mts.), el vértice suroriental de la sierra de Urbasa, y enseguida se adentra entre riscos verticales de roca caliza y bosques de encinas y bojes casi impenetrables. Un poco antes de su inicio, a una cota ligeramente superior, brota una torrentera entre los espinos que se desliza sobre grises tierras marinas del periodo Cretácico de la era Secundaria, pero que vuelve a sumergirse enseguida cuando lleva poco caudal.

El barranco de Muraga es paralelo al de Mendi, y ambos se encuentran al sur de Artaza, junto al término de Zaldarastro; pero sólo el primero es capaz de albergar un río: el Seco. Así se conoce a este arroyo o cauce ocasional, que discurre entre abismos pétreos acabados de cincelar en el Cuaternario, sobre todo tras la última glaciación acaecida tan sólo hace unos doce mil años. Discurre zigzagueando indolente o precipitándose en cascadas íntimas y caprichosas, como la que se encuentra al final de la tajadura de Iturriotz, bajo el término de Zufieta.

Es precisamente esta otra regata de Iturriotz, que mana a borbotones en Iturtza, también en las faldas de Krezmendi pero más hacia el Oeste, quien da verdadera entidad al río Seco. En consecuencia, no es el débil torrente que surge poco antes del inicio de Muraga y que enseguida se filtra en el subsuelo; sino la que se mantiene con cierto caudal incluso en el mes de agosto, aunque en contadas ocasiones.

El río Seco vuelve a desaparecer después de la hermosa catarata que he citado, a la altura del término de Amizagua; aunque cuando lleva caudal desemboca el sobrante en el Urederrra, tras atravesar la canalización bajo la carretera Estella-Zudaire, situada entre los kilómetros once y doce. Y antes de concluir su trayecto es capaz de tallar unas cárcavas sinuosas y profundas, poco después de volver a caer por varios saltos dignos del título de Río que le otorgan los mapas y los oriundos de la zona. Como mi amigo Martín, el esquilador de Artaza, a quien sin ir más lejos encontré hace poco paseando por aquellos parajes en compañía de sus dos perros ratoneros.

Al río Seco, al de Artaza, no hay que confundirlo con el Uiarra, que también en ocasiones recibe este calificativo. Ambos tienen semejanzas, porque forman parte del mismo sistema geomorfológico, a pesar de que sus diferencias también sean muy significativas. El primero corre en su tramo final en dirección Oeste, mientras que el Uiarra lo hace en sentido contrario desde Contrasta y es mucho más largo, aunque también vierta su caudal en el Urederra, sólo a medio kilómetro de distancia del otro. Los dos desembocan muy cerca del nacedero de Itxako; pero el río Seco por debajo ya de esta importante surgencia que mantiene las necesidades de una población como Estella-Lizarra.

El cauce de Artaza se encuentra más cerca, por lo tanto, de la famosa fuente del Encino, sobre la que estuvo el poblado prehistórico de Ameskoazarra, en el inicio de otra angostura agreste: Mezallor. A su vez, esta última surgencia no brota en realidad donde el merendero que albergó antaño la casa de los Camineros, sino a una cota algo más elevada. ¿Podría tratarse del agua que desaparece después del salto de Amizagua? Y lo más sorprendente aun es otro manantial que nace en la pared caliza de una gran oquedad, formando otra bella cascada, a muy poca distancia también de la misma zona de recreo.

Quedan por mencionar los impresionantes barrancos de Basaula, el Ciego y el de Oiko Sakana, en el lado opuesto de los de Muraga, Mendi o Mezallor; aunque todos formen parte de un mismo conjunto orográfico e hídrico. Todo este ecosistema es único, muy denso de vegetación, con predominio de la encina de gran porte, creando un hábitat ideal para fauna variada. Un lugar amplio y rico que hay que preservar y que existe gracias a que estas tierras estuvieron sumergidas bajo el mar hasta hace unos cuarenta millones de años.