lizaso - La granja escuela Ultzama es un remanso de paz. Un grupo de escolares juguetea con el cerdo vietnamita Chan, el burro Antonio, el pony Odin y la vaca Beuntxe, cuatro de los muchos animales más o menos exóticos que viven plácidamente en Lizaso. Luego verán la huerta ecológica cultivada con el método de paradas en crestall de Gaspar Caballero de Segovia y aprenderán a hacer cuajada tradicional de Ultzama. Son solo algunas de las actividades de esta granja que sus creadores, Beatriz Otxotorena y Óscar Labat, abrieron en 2013 con una filosofía de vida que se resume en tres palabras: buena, justa y limpia. Es la misma que impregna el movimiento slow food, literalmente comida lenta, del que la Granja Escuela Ultzama puede convertirse en referente mundial con su Proyecto Caracol, que ahora está tomando forma y que esperan que sea una realidad en 2017.

Beatriz Otxotorena es enfermera y su esposo, Óscar Labat, médico. En 2009 compraron una casa y una finca en Lizaso porque querían vivir en la naturaleza y a la vez cerca de Pamplona. “La gente empezó a regalarnos animales de los que no podían hacerse cargo y se nos ocurrió montar una granja escuela”, señala Beatriz Otxotorena. De 2009 a 2013 la construyeron reciclando todo tipo de materiales. Les costó 80.000 euros. Desde que recibieron la primera visita el 5 de octubre de 2013 han pasado por allí cerca de 6.000 personas, desde escolares a jubilados.

“Tenemos tres finalidades: promover el turismo en el Valle de Ultzama, dar a conocer usos y costumbres del mundo rural que se están perdiendo y dar trabajo a personas con discapacidad o en riesgo de exclusión social”, apunta Otxotorena. Ahora tienen cuatro contratos a otras tantas mujeres, dos mayores de 55 años y dos menores de 25, “porque es precisamente en estos tramos de edad donde tienen más dificultades para encontrar trabajo”, añade.

proyecto caracol Pero la Granja Escuela Ultzama está cerca de dar un paso más: convertirse en una escuela slow food en el marco del ambicioso Proyecto Caracol. “Óscar es el presidente de Slow Food Navarra y en una reunión hablamos con Carlo Petrini, el presidente de Slow Food Internacional sobre la posibilidad de hacer aquí una escuela. Al año siguiente nos respondió que sí, que teníamos el permiso; para nosotros fue la bomba y empezamos a darle vueltas al proyecto”, observa Otxotorena.

El slow food es lo contrario al fast food, la comida lenta frente a la comida rápida. “Se pretende conseguir que la gente coma bueno, es decir que la comida sea saludable; justo, que se pague un precio acorde al trabajo que se hace; y limpio, que no se utilicen pesticidas y que no deje huella”, explica Otxotorena. El símbolo de este movimiento es el caracol y así se denomina el proyecto, que está dando sus primeros pasos.

Se trata de cuatro casetas que, vistas desde arriba, componen la figura de un caracol. La más grande, de entre 100 y 120 metros cuadrados tendrá una cocina central para todas las actividades que tengan que ver con la alimentación. Es las otras tres, de 30 metros cuadrados cada una, habrá energías alternativas, agricultura, posiblemente un espacio monográfico sobre la oveja latxa, etc. “Además, se pretende que sean espacios multiuosos que puedan utilizar empresas, siempre con esta filosofía”, asegura Otxotorena, quien destaca la “implicación total” en el proyecto desde Desarrollo Rural, Bienestar Social y Turismo del Gobierno y también desde Cederna Garalur. “La idea es que funcione como centro ocupacional en el que podrían emplearse hasta 24 discapacitados intelectuales”, añade.

El Proyecto Caracol está presupuestado en unos 200.000 euros. “Para el material nos va a ayudar el Gobierno de Navarra y también en Cederna nos dicen que es posible que entremos en el proyecto europeo Interreg. La idea es que cueste lo menos posible y que se construya mediante cursos de dos semanas sobre cimentación, techos, etc, con dos profesores. Vamos a hablar con el Servicio Navarro de Empleo con la idea de que reciclen a gente en paro en la bioconstrucción. El proyecto también se va a publicitar en la revista anual que edita Slow Food Internacional y se pedirán voluntarios para turnos de unas diez personas por semana”, apunta Otxotorena. El proyecto arquitectónico es de Iñaki Urkia, “en la misma línea del slow food, la ecología, la permacultura, es decir, que una cosa que ya no sirve pueda reutilizarse, por ejemplo los neumáticos viejos, que serán la base de las casetas, junto a la paja y el adobe”, añade. La idea es que la construcción pueda comenzar en mayo de 2017 y que dure doce semanas.

Mientras el Proyecto Caracol toma forma, Beatriz Otxotorena y Oskar Labat no dejan de pensar en nuevas ideas para la Granja Escuela Ultzama. En septiembre volverán a intentar batir el récord Guiness de participantes en una carrera de sacos, para lo que necesitan superar los 2.096, que llenarían los sacos de comida para el Banco de Alimentos. El año pasado la climatología les jugó una mala pasada y no pudieron conseguirlo. También están pensando en una noche del contrabandista y en otras ideas que ayuden a situar en el mapa el Valle de Ultzama, sus costumbres y su forma de vida, siempre con su toque solidario, ecológico y sostenible. Slow.