El símbolo como visualización de la representación de un orden, en este caso local, no debería suponer, como al parecer lo es para la delegación gubernamental, un problema añadido. Tal vez trátese de un exceso de celo en la aplicación de las leyes en vigor, que en todo caso va contra el sentido común en aquellos lugares donde la convivencia basada en un cierto grado de tolerancia, se ha demostrado válida y vigente. Por lo que no estaría de más un cierto discernimiento entre la estricta aplicación del código legal y la conveniencia de hacerlo, ya que, como tiene a bien contemplarlo el físico español Antonio Fernández-Rañada respecto de la relación entre ciencia, política y religión: “el sentido común es un ejercicio de la libertad humana (que) al aplicarlo, el hombre se libera de la norma, interpreta la situación y decide por sí mismo en función de sus análisis”. La historia reciente así parece demostrarlo en aquellos años donde la situación predemocrática complicaba en lo político y en lo personal una toma de decisiones que de manera pionera y absolutamente valiente hiciera que el municipio adoptase, en sesión celebrada el 19 de enero de 1977, el acuerdo unánime por el cual “la ikurriña es izada en el edificio de este Ayuntamiento junto a las Banderas de España, que es la que preside, la de Navarra y la de este Ayuntamiento, y que en lo sucesivo presida junto con las Banderas citadas, y por el mismo orden, las reuniones de este Ayuntami-ento”. Dicho acuerdo, al menos en el ámbito municipal y a día de hoy no ha sido derogado.

Componía este Ayuntamiento predemocrático, por ser previo al orden constitucional que no tanto en sus actitudes, en calidad de alcalde: Ignacio Ibiricu; de tenientes de alcaldes: Martín Astrain y Gabriel Martiarena; y como concejales: Ángel M. Iriguíbel, José Urdin, Francisco Javier Larrañeta, Severiano Echeverría, Ramiro Mingo y Jesús M. Ilundain (que excusara la asistencia en la toma de acuerdo dada la imposibilidad de acudir a dicho pleno, habiendo estado sin embargo el día anterior, dieciocho, con el mismo orden del día en la convocatoria y que fuera pospuesto al siguiente en espera del acontecimiento de la legalización de la bicrucífera enseña).

La prensa de la época recogió de la siguiente manera tal acuerdo. Así Diario de Navarra titulaba la información, en reseña del día 22: La ikurriña izada en el Ayuntamiento; extractando a continuación frases de los discursos tanto del alcalde, Ignacio Ibiricu, teniente de alcalde, Martín Astrain, como de los concejales Urdin, Larrañeta y Martiarena. El primero glosó la procedencia de esta bandera aduciendo que fuese “algo más que una bandera vizcaína” atestiguando su presencia en el País Vasco-Francés ondeando junto a la francesa y que constituye, sin lugar a dudas, “un nexo de unión entre todo el pueblo vasco” por encima de antiguas rencillas. El segundo, tras un pormenorizado recorrido histórico, reivindicando la primacía de Navarra en el ente de origen vascónico a la vez que pedía comprensión por parte de los que no se sintieran representados, como pudiera ser el caso de los riberos. A lo cual, el tercero le contestó que él personalmente como ribero se sentía tan vasco como el de Leitza o Valcarlos, votando a favor en base a la antigüedad de la cultura vasca representada por su bandera. El cuarto, asimismo lo hizo tras reivindicar como propio y actual el lema de los infanzones de Obanos: “Por la libertad de la patria, hombres sed libres. Luchad por la libertad”, reclamando la pronta vuelta de exiliados políticos y la amnistía de los presos. Por último, el que durante muchos años fuera juez de paz de la localidad quiso dejar bien claro lo que para él significaba la ikurriña: “...Que es la solidaridad y la cordialidad de las provincias vascas, siempre y cuando respetemos las demás banderas” y en aras de la unión del pueblo (cuestión que siempre ha sido así, paradójicamente cuestionada por actuaciones gubernamentales como la actual y algún que otro hecho más bien anecdótico).

Reseñaba asimismo que al pleno acudieron unas veinte personas, esperando la toma de decisión otras ciento cincuenta al exterior que ovacionaron profusamente la colocación de las enseñas bajo el sonido de los Himnos tanto nacional como de las Cortes de Navarra, acompañados a continuación por la interpretación de varias melodías surgidas desde el público al son del txistu, como fueran las del Gernikako Arbola, Batasuna, el Eusko gudariak y el Agur Jaunak. El semanario Punto y Hora de Euskal Herria, por su parte, así también lo recogió en el número 21, entre el 3 y 10 del mes de febrero, calificando la postura uhartearra como “sensata”.

La paradoja ha hecho que sea precisamente un alcalde nacionalista el que por mandato judicial, y sin que cupiera otra opción, haya tenido que suprimir la enseña vasca del municipio uhartearra. Y siendo como es, una corporación de onda sensibilidad para con los temas de la memoria, sólo me cabe recordar que el 19 de enero del próximo año habrán de cumplirse nada menos que el cuarenta aniversario de la adopción del histórico acuerdo.El autor es exconcejal del Ayuntamiento de Uharte