Recorrer Pamplona y revivir el espíritu de Fiesta a través de los rincones favoritos de Ernest Hemingway. Ese era el objetivo de las 40 personas que ayer se reunieron frente a la Oficina de Turismo para participar en la segunda visita guiada del programa Recuperando a Hemingway-Hemingway Bidaide.
La visita comenzó en la plaza del Ayuntamiento con un guiño a Jake Barnes, el alter ego de Hemingway en The Sun also Rises. “Viene aquí a recoger su abono para los toros tras haber estado comiendo con sus amigos en el Café Iruña”, explicó el periodista Javier Muñoz, que hizo las veces de guía junto al escritor Edorta Jiménez.
Acto seguido, el grupo avanzó por Mercaderes, hasta detenerse en el comienzo de la calle Mañueta. Logrando una perspectiva muy similar a la de Barnes: la Catedral al frente y el Mercado de Santo Domingo a la izquierda. “La Catedral de Pamplona también aparece en la novela, poniendo de manifiesto uno de los aspectos menos tocados de la biografía de Hemingway: el catolicismo”, apuntó Edorta Jiménez. Y es que, aunque no existen indicios de un certificado de bautismo, el escritor americano se consideraba católico.
“Hemingway fue herido en Italia y es posible que fuese ahí cuando recibiese algún tipo de bendición o algo que hiciese que, a partir de ese momento, él se considerase católico”, señaló Jiménez, que observó varios indicios de esto en la obra del escritor americano. Señales como, por ejemplo, el título. “The Sun also Rises es una frase que pertenece al Eclesiastés en la King James Bible (Biblia del rey Jacobo) y viene a decir algo como que las generaciones se suceden una tras otra, pero el mundo continúa igual. El sol sigue saliendo y escondiéndose”, apunta Edorta Jiménez. No obstante, tal y como recordaron in situ los participantes de la visita guiada al leer un fragmento de Fiesta, no es la única.
Y es que, en un momento dado de la novela, Barnes se encamina hacia la Catedral y comenta que, a pesar de su primera impresión, le encanta. Acto seguido, y según relata Hemingway, Barnes se arrodilló y empezó a rezar “por mí”, por sus seres queridos y por los toreros, “primero por los que me gustan y luego por los demás”.
La siguiente parada se produjo en la tienda GurGur, en la calle Estafeta, y tuvo una doble función. Ya que, además de reponer fuerzas con un mantecado y un vasito de pacharán, Jiménez y Muñoz aprovecharon para confesar a los 40 participantes de la visita una de las debilidades del célebre escritor americano. “Hemingway era un gran amante de los dulces, y, sobre todo, de los helados. Además, también le gustaba mucho el moscatel, el bacalao a la vizcaína, el ajoarriero y la comida china. Le gustaban tanto que, por su 60 cumpleaños, su mujer Mary Welsh le preparó bacalao a la vizcaína, comida china que tuvieron que traer desde Londres y, como postre, un helado”, explicó Javier Muñoz.
“Con 51 años el doctor Madinabeitia le puso a dieta porque tenía el colesterol, presión de la sangre y todo muy alto. Y eso que lo medían con los métodos de la época”, apuntó Edorta Jiménez, que coincidió con Muñoz al destacar la precisión con la que registraba en sus libros los nombres de los vinos que tomaba. “Su favorito era el rosado, el clarete de toda la vida”, apostilló Muñoz, para luego añadir que el célebre autor de Muerte en la Tarde era un gran entusiasta del “ritual de la bota de vino”.
A medio camino, un músico callejero dio pie a una improvisada explicación de Edorta Jiménez sobre el amor de Hemingway por la música. “Era un gran melómano. Tenía un gramófono y una gran colección de discos. Además, hay grabaciones de él cantando en euskera, probablemente canciones que aprendió aquí”, comentó.
Una vez en la plaza del Castillo, un lugar cargado de simbolismo y con elementos muy importantes en Fiesta, Jiménez y Muñoz mostraron a los asistentes una copia de uno de los primeros artículos que envió Hemingway sobre San Fermín al periódico en el que trabajaba como corresponsal, el Toronto Star Weekly. “La primera vez que vino a Pamplona se iba alojar en un hotel de la Plaza del Castillo por cinco dólares, pero le dijeron que no había hecho ninguna reserva. Así que le ofrecían un cuartucho al lado de la cocina por siete dólares o pagar diez dólares cada uno por uno mejor. Tras la consiguiente bronca, llegaron a un acuerdo para que les llevasen a una pensión en el número cinco de la calle Eslava. Fue ya, una vez de vuelta en París cuando le hablan del Hotel Quintana, regentado por un apasionado de los toros”, explicó Muñoz, que ubicó el Hotel Quintana “justo por donde las escaleras del actual Tropicana.
El Café Iruña, en el que Hemingway pasó largas horas, puso el broche final a la visita con una cata de vinos de DO Navarra en el conocido como rincón de Hemingway. Mañana a las 19 horas y pasado a las 12, Iruña volverá a convertirse en el escenario de Fiesta para ver, de la mano de Jiménez y Muñoz, la ciudad a través de los ojos del célebre escritor norteamericano.