Esta entidad y paraje es pura esencia baztanesa. Incluso es marco de leyendas de lamias y de Infernuko zubia, un puente del que se tiró el diablo, enloquecido por no entender las voces eúskaras.

Iñarbil posee un curioso conjunto patrimonial formado por la casa Aldakoetxea, un lavadero y la ermita de San Gregorio Magno. En 1908 los propietarios de Aldakoetxea afrontaron con éxito el proyecto de llevar agua hasta su casa. Sería la segunda en conseguirlo, tras la cercana Etxenikea. La ejecución de la traída de aguas tuvo el generoso añadido de un lavadero. Los hijos de Aldakoetxea, Juan Martín y José Irigoien, pagaron esta obra desde México. Fue una iniciativa que multiplicó beneficios. Aldakoetxea consiguió agua corriente; dispuso de un lavadero a pie de casa; y regaló el recinto de lavado para uso de sus vecinos de Barrantxea, Larraldea, Mendibil, Gontxea e Iruin.

Mas las particularidades de este lavadero van más allá. Este se distingue de la mayoría de su época por no estar junto a una regata, arroyo o río. Cuenta con una conducción de agua desde un depósito que se construyó ex profeso para su funcionamiento. Traída de agua que servía también para nutrir los terrenos de pasto por los que discurría. Y más. Se pensó y materializó para otros usos y ventajas a parte de regar y lavar la ropa: adjuntó un abrevadero para el ganado, que ya no tuvo que trasladarse diariamente hasta las regatas más alejadas para beber. Dispuso de una fuente con grifo para la recogida en recipientes e, incluso, para el consumo humano, aunque hoy se avisa que el agua no está tratada. El lugar lo completa la propia zona de lavado que ubica cuatro puestos individuales.

Este lavadero luce buena talla: su planta tiene 9 m. de largo y su techumbre cubre 50 m2 de superficie. Está en digno estado gracias a los generosos arreglos de los vecinos que, por cierto, en el último censo se registran como 19 hombres y 15 mujeres.

Al hilo de su estado surge, recurrente, la pregunta de qué fue de él en la inundación del 2 de junio de 1913 que se originó en un fatal desencuentro entre el monte Auza y una enorme nube vestida de terno horror y catafalco. Todo hace pensar que la decisión de construir el lavadero alejado de las regatas próximas (Iñarbegi, Sorgine?) evitó que fuera arrasado.

La personalidad y variados usos de la traída de agua y del propio lavadero no debió ser óbice para que fuera un recinto provocador de conciencia de género entre las mujeres. Antes lo habían sido, a pesar de su rudeza, las orillas de regatas y ríos. Los lavaderos fueron lugar de gruesa labor y también de inevitable encuentro de mujeres, donde las confidencias frotaban las suciedades de la vida, pero también se aclaraban los caminos del alma a través de la amistad. Confraternidad derivada de las conversaciones (el cotilleo que, minusvalorando su esfuerzo, decían los hombres), los secretos y el humor; aunque a este último recurso, el de las risas, la pobreza debió invitar pocas veces. Sólo había ropa tendida (que significaba un ¡kontuz, ixilik!) ante la aparición inoportuna de algún varón que manejaba el ganado o el riego, o por la llegada de una primeriza, todavía muy niña, para escuchar según qué.

Los lavaderos públicos son un patrimonio arquitectónico y antropológico que hay que cuidar por respeto a esas mujeres y como eslabón que nos une a nuestro pasado, en el que el mundo rural fue protagonista esencial. Son construcciones que llegaron a través de ideas ilustradas a mediados del siglo XIX. Época en la que se demandaba para la gente mejor higiene y salubridad. Además, la mejora laboral fue notable al aliviar el físico de tantas lavanderas, siempre encorvadas para frotar, incansables, la pastilla de jabón y escurrir la ropa.

Algunas de estas mujeres aún son memoria viva ya que este trabajo no desapareció totalmente hasta que primero llegó el agua corriente a las casas, y definitivamente, hasta que se impuso desde 1970 el uso de las lavadoras automáticas. Así lo entendieron en la cercana Amaiur, donde, hace unos meses, se homenajeó a las antiguas lavanderas de Mertxede. En Iñarbil su utilización fue habitual hasta 1956, año en el que llegó la primera conducción general de agua.

San Gregorio magno El lavadero de Iñarbil es un precioso perno de un cruce del que pocos metros más adelante se vertebran las rutas hacia Iñarbegi y decenas de caseríos y bordas que van punteando las pendientes norte y oeste de Autza (1.304 metros).

Un cruce en el que la ermita de San Gregorio Magno cierra un triángulo compartido con Aldekotxea y su lavadero. Un Gregorio, además de santo, Primero, Grande o Magno; no Ostiense ni Nacianceno ni otro de los muchos Gregorios del santoral.

San Gregorio Magno fue el 64º papa de la iglesia católica. Es uno de los cuatro Padres de la Iglesia latina junto con Jerónimo de Estridón, Agustín de Hipona y Ambrosio de Milán. Nació en el año 540 en Roma, donde también falleció el 12 de marzo del año 604. El día de su muerte se celebra su festividad.

La ermita primigenia de San Gregorio estuvo ubicada más arriba, en el monte (un paraje de pasto que se sigue nombrando como San Gregorio? Sangregorio, Elortako bidean eta Argineko borda ondoan). Ya aparece en 1637 en un mapa de Erratzu. Más tarde fue objeto de una casi total destrucción por parte de unos soldados franceses cuando se retiraron de este lugar, donde estuvieron acampados, el 6 de junio de 1794. En poco tiempo, y por iniciativa del palacio Etxenikea, se recogieron los restos de la antigua ermita y se reconstruyó en el lugar que hoy ocupa. La primera capellanía correspondió a Joaquina Iturriría.

Hasta hace unos 25 años el pequeño templo se abría dos veces al año: el mentado 12 de marzo y un día del mes de mayo, cuando se finalizaba el sembrado del maíz. Este San Gregorio era invocado y utilizado como bendición para que los campos proporcionaran buenas cosechas. También al lugar se peregrinaba de otros lugares de Baztan y de Iparralde con la creencia de recuperar la audición. Después de plegarias, rezos, indulgencias y demás usos religiosos, Aldakoetxea acostumbró a servir durante muchos años un aperitivo, que debía ser de postín. En la actualidad sólo se celebra un acto religioso hacia las 10 de la mañana todos los 12 de marzo.

Una combinación plena, ésta, la de este txoko baztanés; ahí brotaron estos tres hitos, hechos versos de métrica mayor, que la vida exige: el nacer (Aldakotxea), el recorrido del cuerpo (la traída de agua y el lavadero) y el de la fe como bálsamo en el inevitable viaje hacia segura suerte suprema de la muerte (Dios a través de sus santos, en este caso, San Gregorio). Pura poesía para una terna de siglos: hogar, quehaceres y religión. Para saber más, alojarte y comer bien Idoia Kastonea. Casa rural Kastonea, de Erratzu. info@kastonea.com - 656 933 760