lizaso - Dentro del caracol y a pesar del cierzo, sólo con una estufa, unos bien mantenidos 19 grados dan fe del concepto de eficiencia energética. Este nuevo edificio de Lizaso, construido bajo la filosofía de slow building, guarda muchos secretos y ninguno tiene que ver con la lentitud. En la “ventana de la verdad” -un nombre muy bien traído- se asoma la paja que esconden los gruesos muros, un total de 900 pacas que hacen las veces de ladrillo, entre los que se reparte la madera y sobre los que se asienta un techo “recíproco”, del que hacían hace más de 2.000 años los Fenicios, sin un sólo tirafondo: una biga se sujeta con la siguiente hasta conformar la espiral que brinda la forma de concha. Y es verde por fuera como una pradera capaz de aislar para que el calor no se esfume, además de soportar copos “como si nevara en Isaba”. Bajo el suelo, 473 ruedas de coche recicladas conforman una capa que funciona como un barco en caso de movimiento sísmico. Y sí, el año pasado hubo un pequeño terremoto en Ultzamaldea.
Se acuerdan bien de eso los propietarios de la Granja Escuela de Ultzama, Beatriz Otxotorena y Óscar Lamat, que presentaron ayer esta nueva construcción, fruto de un proyecto piloto que trata de ir más allá para condensar esa forma de vida tan especial de la que son promotores. Se trata de una iniciativa que han llevado a cabo con la colaboración del Servicio Navarro de Empleo, en la que han participado 8 profesores y 22 alumnos -cuatro mujeres y 18 hombres, personas en paro o con riesgo de exclusión social-, que han aprendido los secretos de la bioconstrucción. El edificio, además, servirá como boceto para instaurar en el futuro y en todo el Estado un grado de Formación Profesional en esta materia.
“Mandaremos al Gobierno central todos los datos e informes para que valoren si quieren iniciar una formación reglada en bioconstrucción, porque creemos que es algo necesario. Aquí cada uno la entiende a su manera, pero no es así. Igual que en la fontanería o en la albañilería hay unos estudios, deberían existir también en este ámbito”, valora Otxotorena, que opina -y es algo que comparte Iñaki Urkía, arquitecto de la estructura- que cada vez más personas van a necesitar este tipo de casas. “Unas eficientes, elaboradas con madera, paja o adobe y capaces de desterrar todo tipo de alergias”.
El curso para el Proyecto caracol -que ha supuesto una inversión de 160.000 euros, además de su propia mano de obra- comenzó el 15 de mayo y terminó el 8 de septiembre. “Han sido 640 horas con módulos de cimentación, madera, techos verdes, paja y revocos. Es un curso muy potente y el único de todo el Estado con estas características”, explican los promotores, que avanzan que el edificio es sólo la antesala de otros nuevos y potentes proyectos.
lo ruRAL Y LO URBANO Después de fundar la Granja Escuela en 2013, Otxotorena y Labat se dieron cuenta de la “desconexión” que existe entre el mundo rural y el urbano. “Hay familias que no saben si la gallina necesita al gallo para poner los huevos, o dónde se guardan: en la nevera no, y todo el mundo los guarda mal. Me han llegado a preguntar hasta cuáles son las vacas que dan leche desnatada...”, lamenta.
Apunta que comemos mal, rápido y sin darle importancia a la alimentación, “no metemos a nuestros hijos en la cocina. Eso hizo que nos planteáramos fundar una escuela de cocina, y va a ser la primera de slow food del mundo. Enseñamos a comer buena, justa y limpiamente: que la comida tenga calidad, que el precio sea justo y que no tenga pesticidas. Queremos enseñar cursos, a manejar los alimentos para no perderlos y a aprovecharlos. Incluso que no se desperdicie en comedores y restaurantes”, avanza.
Su futuro, para la que cuentan con la participación de personas con diversidad funcional, pasa por la gastronomía. “Se trata de darle salida al sector primario, con el que ya contábamos gracias a la Granja Escuela. Ver las deficiencias que existen y a partir de ahí, enseñar en las clases. Qué mejor forma para dar vida a una iniciativa slow food que en formato de bioconstrucción... Así es como salió adelante el proyecto caracol”, relatan. Ayer acudieron a la presentación representantes institucionales tanto del Gobierno de Navarra como del Ayuntamiento de Lizaso y el Concejo de Ultzama.
¿Lo siguiente? “Queremos hacer una quesería ecológica y pasiva, sin gasto energético”. Y será bajo tierra: “Enterraremos el producto porque sabemos que a tres metros por debajo del suelo se mantiene la temperatura constante de entre 8 y 3 grados, que es lo que necesita el queso para conservarse. Los desechos se los comen los cerdos, aquí no tiramos nada”.