Hola personas, ¿cómo van las cositas? Las mías de bien en mejor. Esta semana el paseante ha cambiado sus hábitos de murciélago (preciosa palabra pentavocálica, creo que hay coleccionistas) por los de gorrión y ha paseado de día. Por el título ya sabréis donde ha estado.

Así es, el lunes por la mañana acepté la oferta que tan generosamente nos hizo el señor Arzobispo y me encalomé hacia la Santa Iglesia Catedral Metropolitana de Santa María la Real, que talmente se llama la seo pamplonesa, ya que la misma celebraba una jornada de puertas abiertas y no había que retratarse para entrar en donde toda la vida hemos entrado por la patilla.

Llegué al templo por la querida calle Dormitaleria. Siempre un placer recorrerla. Atravesé el amplio atrio y accedí. Nada más entrar me detuve con la mirada hacia arriba para dejarme apabullar por la grandeza de una nave gótica. Pocas cosas nacidas de la mano del hombre hay en el mundo tan imponentes. Sus columnas infinitas, compuestas, pétreas, fuertes; sus arcos apuntados, flechas que van al cielo; su enorme bóveda con sus arcos fajones y sus nervios diagonales; sus maravillosas cristaleras, luz didáctica que alumbra enseñando; la largura de su planta impregnada de silencio y olor a cera quemada. Todo ello la hace, las hace, sobrehumanas.

La nuestra la empezó a construir, el 27 de mayo de 1394 según dicen los libros, Carlos III de Evreux, El Noble, y la acabó su hija doña Blanca de Navarra. Su construcción no se demoró mucho porque se aprovecharon elementos del templo anterior. El claustro, sustituto del románico, la Barbazana, el refectorio y la cocina, gobernados ambos por el canónigo pitancero, envidiado puesto de gracioso nombre, ya estaban construidos, fueron levantados entre la segunda mitad del XIII y el primer tercio del XIV, todos ellos en estilo gótico francés, también quedaba la capilla de San Jesucristo, románica del XII-XIII y algunas otras dependencias, todas ellas pertenecientes a la seo anterior, cuya nave central se vino abajo por la parte del ábside la noche del 1 de julio de 1390, quedando en pie la fachada a la cual se adosó la nueva iglesia gótica.

A finales del siglo XVIII el cabildo pudo llevar a cabo lo que durante siglos habían soñado: dar a la catedral una fachada con empaque, digna de su talla; la sencillez y sobriedad románicas les parecían poco, pero las arcas diocesanas estaban bastante magras y no podían poner en pie su idea. Cuando vieron, por fin, la posibilidad de hacer frente a la empresa encargaron un proyecto. Se presentaron varios y fueron llevados a la Real de San Fernando para que los académicos juzgasen, los doctos rechazaron todos de plano, aconsejando que su director, don Ventura Rodriguez Tizón, probablemente el mejor arquitecto español del XVIII, fuese el encargado de llevar a cabo la obra. El arquitecto madrileño tomó el proyecto con interés, lo planeó, lo dibujó y, siéndole imposible compaginar su puesto de director de la Academia con estar a pie de obra, dejó marcadas las directrices a seguir y encargó la ejecución de las mismas a un hombre de su total confianza , don Santos Ángel Ochandátegui, que fue quién en realidad llevó el trabajo sobre sus hombros.

Entre los dos hicieron la fachada neoclásica que conocemos, la que todo el mundo critica, propios y extraños. Durante mi paseo he oído algo que no me ha chocado pero que no me ha gustado: en la Casa del Campanero unos colegiales atendían las explicaciones de una guía de la catedral, les estaba enseñando los planos de las fachadas desechadas, y la señorita, de su coleto, se adorna diciendo que todas eran espantosas y que la que se llevó a cabo también. Mal, muy mal, ella debe explicar las circunstancias que concurrieron en el hecho y el estilo artístico en cuestión, ya juzgarán los estudiantes si les gusta o no.

Es tradición en Pamplona poner a parir a la fachada de la catedral y a su autor, pero las más de las veces no se tiene ni pajolera idea de arquitectura, ni de espacios, ni de volúmenes, ni de épocas, ni de estilos. Todo el mundo se llena la boca de epítetos como pastiche, pegote, orejas de burro, mamotreto, mole. Pero, vamos a ver, si a él le entregan una maravillosa fachada románica, como tal tosca y sencilla, y los mandamases del momento le dicen que la tire y que levante otra más suntuosa, ¿qué opción tenía el arquitecto?, ¿hacer una neogótica como la de Barcelona?, ¿fuera de su tiempo?, ¿fuera de la tendencia? No, no existía el neogótico, se empezó a hacer 100 años después. Hizo lo que se llevaba en la época en toda Europa y lo hizo muy bien, otra cosa es que junto a la joya a la que da entrada y frente a la inevitable comparación, sale de todas todas perdiendo.

don José Yarnoz Larrosa en su discurso de ingreso en la Real Academia de San Fernando, titulado Ventura Rodríguez y su obra en Navarra (Real A. de San Fernando, Madrid, 1944), cita tanto a detractores como partidarios de la obra del duo Rodriguez-Ochandátegui. Entre los primeros cita a Madrazo, que dice: “Es una enorme mole de esa insípida arquitectura que se decoraba con el pomposo nombre de grecorromana, no siendo en realidad ni romana, ni griega, ni nada parecido a esos imperecederos estilos del arte de construir”. Por parte de los segundos cita a Cénat-Moncaut y dice éste: “Cuando uno se siente viviendo el arte gótico en todas sus manifestaciones, ¡qué dolorosa impresión causa encontrarse de pronto en presencia de un pórtico del siglo XVIII con sus líneas rectas y pesadas masas! Pero debemos de reconocer, a pesar de ello, que si la obra de Ventura Rodríguez choca con el monumento gótico del que forma parte, constituye, sin embargo, considerada en sí misma, un monumento del más grande estilo. Francia no posee, tal vez, nada que sea comparable a la armoniosa majestad de esas grandes torres”. Y eso lo decía un francés. Y yo también lo pienso.

Y hasta aquí, no hay más sitio, así que haré dos partes, la catedral da para mucho, la próxima será un poco personal, a todos nos ha pasado algo ahí dentro.

Hasta la semana que viene.

Besos pa’tos.

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