Ya tenía unos años, o sea que no era tan chico cuando, según él, tuvo la suerte de encontrarse por casualidad con aquel cuento que le marcaría la vocación de pintor y artista y tal vez, hasta de soñador de historias.Pinocho fue el artífice, el pretexto, la razón por la cuál se convirtió en pintor y hacedor de gigantes y cabezudos. Y es que siempre se sintió artesano y carpintero, y hasta un poco el viejo Gepetto, aquel que construyera la figura querida de Pinocho, el personaje que formaría parte de las noches, protagonista de sus sueños.
Bartolomé Domingo siempre tuvo una gran relación con el Hospicio Provincial de Zaragoza. Había tenido formación escolar suficiente como para no perderse con los números y hasta se le daba muy bien eso de platicar largo y tendido. De hablar fluido y hasta con un aire de entendido, para algo le había servido su afición a la lectura. Ya sería la revista o el periódico de turno, y los cuentos, sobre todo los cuentos. Es de ahí que solía ir a entretener a los chicos del hospicio. Eso le permitió poder formar parte del personal del centro de beneficencia y es por ello, que el hospicio adaptó un espacio como aula de pintura donde impartía las clases.
No era sueldo suficiente, desde luego. En el hospicio se vivía muy pobremente. Una cantidad muy pequeña provenía de la partida presupuestada por el municipio, y el resto lo completaba la caridad cristiana del vecindario zaragozano.
En las clases de pintura también aprovechaba para hacer otro tipo de labores, por ejemplo, llegadas las fiestas del Pilar, construyeron un cabezudo que fue el entretenimiento de los chicos. Con el tiempo se fue perfeccionando, y es tal la fama que iba adquiriendo, que el ayuntamiento le propuso construir unos cabezudos para la comparsa de gigantes y cabezudos de la ciudad.
Es así que se animó a poner un cartelito en la puerta de su taller, situado muy cerca del hospicio, en el que con letras bien grandes destacaba su labor artesanal como constructor de gigantes y cabezudos.
Hacer los cabezudos para el ayuntamiento le hizo más popular y enseguida le empezaron a llover encargos de los pueblos cercanos.
Una mañana se sorprendió al recibir una visita particular. Venían desde Estella, a unas cuantas horas de su taller. Ahí estaba la gente de la ciudad de Estella, y hasta él habían llegado para ver si se ponía a tiro un buen presupuesto, ya que parecía que estaban interesados en renovar su ya destrozada comparsa de gigantes. Esto ocurría el año 1905. En 1903 el rey Alfonso XIII había visitado Estella. Fue una visita con una agenda muy apretada y el apartado festivo estuvo amenizado por bandas de música, orfeón y hasta bailes. Los viejos gigantes estuvieron también presentes y aunque les dieron una mano de pintura y reforzaron el armazón, mucho temieron que si le daba por llover, no se hubieran desplomado a pesar de tanto esparadrapo como les pusieron.
Bartolomé estaba muy contento ya que cabía la posibilidad de que su nuevo trabajo saliera del marco de la provincia. Esto le hizo pensar que igual con el tiempo necesitaría construir una empresa de mayor envergadura y hasta podría dar trabajo a los chavales más mayorcicos del hospicio. Aunque la cosa ya estaba encaminada, le dio por aparecer en escena a un estellés que andaba haciendo no sé qué cosas por Zaragoza. Comunica al ayuntamiento estellés que el tal Bartolomé como que no tiene el reconocimiento suficiente, y que igual merece la pena decantarse por otro artista: Dionisio Lasuen, persona importante dentro de lo que era la escultura en ese momento. Pero claro está, sus honorarios se van por las nubes.
El ayuntamiento estellés ha presupuestado 1800 pesetas y de ahí no se mueve. Así que Bartolomé Domingo, como se ajusta al presupuesto, se quedará con el trabajo. Son cuatro gigantes y cuatro cabezudos los que Bartolomé hará para la fecha prevista, las fiestas patronales. El 29 de julio de 1905 recorrerá esta nueva comparsa el trayecto en tren desde Zaragoza hasta Tafalla. El 30 los subirán a la galera que hace el habitual trayecto de Tafalla a Estella.
Bartolomé llega el 31. Montará las estructuras y vestirá a la comparsa. Pero no se quedará para ver la presentación pública de su trabajo, ya que Bartolomé se ve obligado a marchar por las prisas. Un trabajo, pensará en su viaje de vuelta, del que sus manos han sido un poco madres. Se sentirá una vez más el viejo Gepetto, y algo le dirá , que parte de su corazón, cuando su tren viaje hacia Zaragoza, irá discurriendo por las calles estellesas junto a Robaculeros,Boticario, Berrugón y el Tuerto, y desde ese cielo azul teñido de pólvora y de fiesta, mirando entretenidos los gigantes, ante el jolgorio y la ilusión de chicos y grandes.