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Ya llega Don Carnal

El carnaval está entre nosotros, fiel a su cita con sus variantes y ritos desde una época ancestral, pastoril y agrícola hasta la más urbana modernidad

Ya llega Don Carnal

El ciclo se repite invariable, pasan los días y llega Don Carnal a librar la batalla que perderá, seguro, con Doña Cuaresma, como bien se sabe. Un año más y que dure, en Uitzi fueron los primeros en disfrutar el carnaval, honor que en un tiempo compartían con Almandoz, en Baztan, y les seguirán Sunbilla, Ituren y Zubieta, y luego todos los pueblos y barrios de Navarra.

Hasta el Miércoles de Ceniza, que también llegará. En el largo, gris y tortuoso franquismo, se camuflaban los carnavales y se les decía “fiestas de invierno” y así colaban ante el Poncio (gobernador civil de turno, gafas oscuras y bigotillo) como en Tolosa, un ejemplo.

Aquella represión miserable (“en atención a las circunstancias excepcionales que atraviesa el país...”, orden de 3 de febrero de 1937), triste y macabro recuerdo, pasó y el carnaval en general en jefe y el rural en concreto, vuelve cada año para alegría y fiesta de todos. Y es de creer (una utopía) que para algunos para más que la fiesta por la fiesta, ya que un disfraz lo es aquí y en (me) Río de Janeiro, pero sobreviven creencias y ritos, atavismos que sin duda tuvieron razón de ser en un tiempo lejano y por un motivo u objeto que se nos escapan subsisten y han llegado así hasta nuestros días.

el carnaval rural La palabra carnaval significa “adiós a la carne” y la Cuaresma data del siglo IV, un tiempo introducido en imitación a Cristo, si bien se tiene noticia cierta de que en la prehistoria con la llegada del invierno y las privaciones que traía consigo se practicaban determinados rituales relacionados con el tránsito de la Madre Naturaleza. Se llamaba a la luz, al despertar de la tierra que aportaba su calor y sus frutos, frente a la oscuridad y las inclemencias meteorológicas.

El carnaval rural, de ámbito agrícola y pastoril, guarda su esencia frente al urbano, no por eso menos divertido. Pío Baroja opinaba que “el carnaval es la fiesta completa (...). Lo tiene todo: la risa, la barbarie, el disimulo, el miedo, la inquietud y la perfidia humana. Hay en él sentimientos ancestrales, totémicos que se remontan a las épocas más lejanas”.

Iñauteria, el carnaval euskaldun pastoril y agrícola recrea antiguos ritos, cuestaciones, personajes y máscaras (Miel Otxin, joaldunak -que tienen o llevan cencerros-, txatxos, Ziripot o zaku zaharrak, momotxorros, zarramusqueros, cipoteros...) que continúan vivos en la memoria de la gente más mayor.

RITOS Y CREENCIAS El carnaval ha sido y es objeto de estudios, que coincide en gran medida en la semejanza de antiguos rituales, usos y objetos que se repiten y se extienden por las tierras y sobrepasan las fronteras artificiales.

Por ejemplo, el uso de cencerros de diversos tamaños está muy generalizado en Europa, es el caso del carnaval llamado de La Vijanera, en el pueblo de Silió (Cantabria), donde salen unos “zarramacos” que cubren su cuerpo con pieles de oveja. Como en Ituren y Zubieta, lucen cucurucho (ttunturro) en la cabeza lleno de cascabeles y rosetones y coronado con crin de caballo, y hacen sonar ocho campanos, cuatro delante y cuatro detrás en creencia de que con su ruido espantan los malos espíritus, y en concreto al oso (hartza) igual que aquí y en Arizkun, que es símbolo del invierno, del diablo o el mal.

El parecido es asombroso con Cuerno de cabra, película de Metodi Antonov (1972), ambientada en la Bulgaria del siglo XVII y asediada por los turcos. También lucen grandes cencerros que hacen sonar, visten pieles de oveja y cubren su cabeza con gorros cónicos, todo normal en una sociedad pastoril.

Igualmente, en Evolene, una comuna suiza de 1.750 habitantes, las ancestrales costumbres del carnaval rural se conservan intactas, con decenas de personajes denominados ahora “peluches” y ataviados con pieles diversas y caretas que representan a osos, lobos y otras fieras que amenazaban su ganado y de los que debían defenderse. Y portan unos cencerros superlativos, mucho mayores todavía (quizás el doble) de los que usan joaldunak de Zubieta e Ituren. Otros personajes típicos se asemejan (son iguales) a los txatxos de Lantz o Zaku zaharrak de Lesaka, embutidos en sacos de arpillera llenos de hierba seca y paja a más no poder.

invierno Las interrogantes obligan. ¿A qué se deben ritos tan análogos? Es evidente que a una misma causa e idéntico enemigo: el invierno (el oso que hiberna) con las privaciones y penurias que traía. Se le combatía con lo más a mano, se renegaba de la oscuridad y fríos y se pretendía despertar a la tierra de la forma más ruidosa y molesta posible (cencerros), se ahuyentaban los malos espíritus (hisopua, el hisopo de joaldunak), se invocaba a la luz con el gorro cónico (ttuntturro) adornado con cintas de colores (flores) y en su cúspide, con las plumas del gallo que es un símbolo solar. Y así, un año tras otro.