En 1904. El convento de las Adoratrices de Pamplona estaba de enhorabuena, puesto que importantes reformas se habían llevado a cabo en su interior, incluyendo la construcción de una nueva capilla en estilo neogótico. El edificio había sido construido bastante antes, en 1846, obra de Serafín Villanueva, y fue residencia de la pamplonesa familia Corti. En 1877, la orden de las Madres Adoratrices llegaba a Pamplona, y tras instalarse durante breve tiempo en un edificio de la calle Redín, el 13 de junio de aquel mismo año se trasladaban a este caserón, donde abrieron una residencia para albergar a lo que entonces solía llamarse “mujeres descarriadas”. La fotografía de 1904 muestra la situación en la que se encontraba el edificio por aquel entonces, y puede comprobarse que tenía aún el aspecto adusto y cerrado de un convento. Ante él posa una mujer que lleva un bolso o cesta, y tres niñas vestidas con batas de uniforme.

Hoy en día el paisaje urbano de 1904 y el propio edificio permanecen perfectamente reconocibles, a pesar de que las cosas han cambiado bastante en su interior. Hace pocos años que el viejo caserón de los Corti, convertido luego en convento, fue enteramente transformado para albergar un moderno hotel. Como puede verse, la fachada se rasgó en su planta baja para albergar una suerte de elegante pórtico o loggia, dejando tan solo algunos machones en piedra a modo de pilares. En el interior, la capilla neogótica se transformó en restaurante, y con su color blanco inmaculado parece que en cualquier momento fuera a aparecer Morgan Freeman a desayunar, interpretando al mismísimo Jaungoikoa. Una preciosidad. Y es que lo aquí realizado demuestra que la instalación de nuevas dotaciones e infraestructuras en el casco histórico no tiene por qué suponer el derribo de lo precedente ni terminar con edificios extemporáneos y estridentes.