Hola personas, ¿qué tal todo?, ojito con lo que hacéis hoy con las papeletas esas de votar que las carga el diablo y de ellas dependen muchas cosas. Ahí lo dejo.

Bueno, dejemos la política que esta tribuna es seria. Os diré que esta semana he estado vago, este frío a destiempo me ha retraído y he andado por el ensanche sin alejarme mucho de mi txoko, de mi zona madre. He salido de casa y he tomado la calle del benefactor Paulino Caballero dirección sur. Ese tramo ha pasado gran parte de mi vida. En el bar Oslo y en su vecino Iruek he pasado más horas que lentejas te dan por mil duros. Eran esas seis manzanas zona de gran concentración hostelera para todos los gustos y exigencias, desde tascas de barrio, castizas, familiares, como Villa Rosa, Faris, Enciso, Riscal, Iruek, Shangai, Gaiztetxo, a bares un poco más decorados como el Shanti, el nuevo y el viejo, el Oslo o el Reta y pubs de ambiente copero y nocturno como el Erton, el Candilejas, el 4,70, el Sitio o el Otro. ¡Todo esto en las seis manzanas que van de calle Gorriti a calle Aoiz!

Ese ambiente de potes y poteo, de copas y copeo se implantó en los años 70-80 ya que con anterioridad estas calles, como casi todas las del ensanche en su parte sur, estaban repletas de talleres, garajes y pequeñas industrias; en los 60 solo encontrábamos el Villa Rosa, el Faris, el Riscal, el Shangay y el Iruek que en aquel entonces se llamaba Vinos Miguel y lo regentaba D. Miguel Apesteguía. Si preferías llevarte los caldos a casa los podías mercar en Vinos Artajona que durante más de 50 años atendió a su parroquia en la esquina con Castillo de Maya.

También sus comercios y talleres los tengo en la memoria, eran variopintos, multidisciplinares, que diría hoy un político, el ultramarinos de Rosaura, el de Marino Andueza, una chatarrería, donde yo vendía de niño todo aquello por lo que me diesen algo, un estanco que aun está, donde compraba Celtas cortos para mi padre con 7 años y no me pedían el DNI, una mercería donde cogían puntos a las medias, un vídeo club de cinematográfico nombre, un Taberna en la esquina, una cristalería de nombre literario: Amaya, una tienda de chuches donde necesitaban tanta paciencia como caramelos, un tapicero de asientos de coches que eran padre e hijo, una librería anticuaria de rancio abolengo en la ciudad, a la vuelta de la esquina la mejor librería que ha tenido Pamplona (ponerse en pie): el Parnasillo, una de discos, un atelier de Joseph y Berthe, un fotógrafo, y muchas más que no recuerdo, eran seis manzanas prácticamente autónomas, hasta te podías sacar un billete de avión para volar en Aviaco, había de todo y todos nos conocíamos. La verdad es que casi no había rotación en la vecindad, éramos siempre los mismos, ahora ya? la cosita ha cambiado, pero se va consolidando, ha llegado gente nueva que se queda, que ya son del barrio.

He pasado hoy por esas calles y se parecen poco, el Oslo y el Reta siguen impertérritos con las botas puestas y poco más, el Iruek es un kebah y hay cientos de peluquerías, decenas de inmobiliarias y varias tiendas de informática. En compensación está la floristería más chula de Pamplona y varias tiendas de moda que dan color a la zona.

He llegado a la calle Aoiz y la he tomado por la acera donde hoy está el centro de salud; eso sí que ha cambiado de mi niñez a hoy. Era camino obligado de casa a la piscina y era una zona hostil, de barro, con cuestas arriba y abajo, con maleza, con ortigas buscadoras de pantorrillas y gatos acechantes. A la derecha había tapias, setos y una enorme puerta corredera de madera que cerraba un misterioso barracón; siempre conjeturé que se podía esconder tras ella y nunca lo supe. Un poco más adelante se llegaba al desvío que llevaba a Mutilva, al Soto de Lezcairu y al mundo de las mil y una aventuras, al mundo de la libertad donde no había padres, ni amigos de padres, ni censor alguno que dijese que sí y que no podíamos hacer, el único límite era no romperte la ropa ni la cabeza ya que en casa la ruptura de la primera era motivo de la ruptura de la segunda.

Abandonada la curva que rodea el parque del Arquitecto D. Serapio Esparza, autor de los planos por donde creció Pamplona, llego a la calle Amaya. Lógicamente, él en sus planos no dibujó el monumento a los caídos ya que la guerra era negro futuro, pero sí que diseñó un jardín en el mismo lugar donde hoy lo tiene a su nombre, qué parque más bueno para esconderse con algún conocimiento a acercar posturas en las noches de verano.

Una vez en Amaya me dispongo a recorrerla de cabo a rabo. Según Arazuri ninguna corporación bautizó con el nombre de la protagonista de la novela de Navarro Villoslada “Amaya o los vascos del siglo VIII” a esta larga e importante calle del ensanche, no se sabe ni cómo ni por qué se le empezó a llamar así. En mi opinión merecía nombre de mayor relevancia, de personaje real, de topónimo envidiable, de fecha memorable o de acontecimiento histórico decisivo, algo más que el nombre de un personaje de novela conocido aquí y en 10 kilómetros a la redonda, quien venga de fuera pensará que le hemos dedicado una calle a la concursante de OT.

Amaya empieza en Aoiz y acaba en Cortes de Navarra, es, por tanto una de las tres calles más largas del ensanche. Empiezo a recorrerla por la esquina donde durante años estuvo el bar Colombia y tiro para adelante viendo lo que queda y lo que no, prolijo sería enumerarlo así que me limitaré a lo que de verdad es o ha sido relevante. La oficina de correos que se abrió en los 70 nos evitó a los vecinos muchos viajes al centro y fue de agradecer. En la siguiente acera la escuela de Artes y Oficios, en su día moderna instalación a donde se desplazó aquella vieja escuela de la plaza del Vínculo. Cambiando de acera en la manzana siguiente encontramos una de esas pequeñas empresas que solo su nombre ya sabe a Pamplona, a infancia y a merienda: chocolates Subiza. Una hermana de mi abuelo, la tía María, ya octogenaria, cada tarde se merendaba su media tableta de Subiza que previamente colocaba sobre el radiador de la calefacción para adecuar la dureza del producto a la mala calidad de sus herramientas bucales. Era soltera y dicen que el chocolate es sustitutivo del sexo, pero? no sé yo.

Entre Gorriti y Tafalla encontramos una manzana de propiedad municipal que alberga el Mercado del ensanche, el mío, donde voy cada día y donde me atienden cada vez mejor. Pasado éste llegamos a un tramo que tiene historia en ambas aceras, a la izquierda el famoso bar California que tanto dinamizó el barrio con su equipo de fútbol, su txaranga sanferminera que creaba un microsanfermín particular, su enorme cesta navideña que exponía desde noviembre en su escaparate, sus pintxos de calamares en su tinta y la simpatía de Agustín. En la acera de la derecha el Pequeño Teatro El Lebrel Blanco, oasis de cultura en aquel erial que era la Pamplona setentera.

Estoy acabando el espacio y aun me queda media calle por delante así que lo dejaré para otro ERP ya que de lo contrario habré de resumir demasiado, sé que el artículo de hoy ha sido corto en recorrido y amplio en descripción, espero no haberos aburrido, hablar del barrio de uno es lo que tiene.

Bueno, que tengáis una gran semana y que Mayo empiece con buen pie.

Besos pa’ tos.

Facebook : Patricio Martínez de Udobro

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