El siglo XVIII supuso para Iruñea, desde el punto de vista urbanístico, un tiempo de gran desarrollo. A lo largo de su primera mitad se construyeron en Pamplona algunos de los edificios más señalados de la ciudad. Casas palacio como la de Ezpeleta en 1711 o la de Rozalejo en 1734, la gran basílica de San Fermín en 1717, el palacio arzobispal en 1736, la Casa de Misericordia del paseo de Sarasate en 1715 o el Ayuntamiento en 1760 son algunos ejemplos. En aquella época, la población se surtía de agua, para su consumo, de los numerosos pozos existentes en la ciudad, de algunas fuentes y del propio río Arga que bordeaba la amurallada ciudad en todo su frente norte. Las aguas sucias eran arrojadas a la calle, incluso desde las ventanas de las viviendas al grito de “agua va”, corriendo luego por los barrancos de Santo Domingo o San Lorenzo, para terminar en el río. Una curiosa ordenanza municipal de la época prohibía hacerlo antes de las diez de la noche. Ya iniciada la segunda mitad de siglo, el entonces virrey de Navarra, Ambrosio Funes de Villalpando, marqués de Ricla, vio que la situación higiénica y sanitaria de la capital era insostenible. Para ello encargó en 1767 al arquitecto Pablo Ramírez de Arellano el proyecto de saneamiento de la ciudad que incluía sanitarios y bajantes en las viviendas y una mineta que recorriendo el subsuelo de las principales calles arrastrara las aguas residuales, ayudadas por las pluviales y la sobrante de algunas fuentes, hasta el río. El sistema de saneamiento pamplonés fue uno de los primeros y ejemplar por su ejecución en todo el Estado, decían que mejor que el de Madrid o Zaragoza.

Casi inmediatamente después iba abordarse el proyecto que iba a complementar el del saneamiento de las aguas sucias, con la traída de agua limpia y abundante para el suministro de la ciudad. Las crecientes necesidades debidas al progresivo incremento de su población requirieron llevar a cabo el proyecto de traída de aguas desde un gran manantial en las faldas de Erreniega en el término Frankoa de la localidad de Subiza. El canal desde el citado manantial hasta la ciudad, fue diseñado por el matemático francés Gency, después modificado por el arquitecto Ventura Rodríguez, y requirió de varias e importantes infraestructuras, quizás la más complicada el largo acueducto de Noáin. El canal terminaba en un gran depósito situado a la entrada del Portal de San Nicolás, junto a la basílica de San Ignacio y desde allí iba a repartirse a las distintas fuentes estratégicamente situadas en los barrios de la ciudad. Entonces había unas pocas y pequeñas fuentes que se suministraban principalmente de dos manantiales existentes en la meseta pamplonesa. Por una parte la llamada Fontana Viellia, localizada en el subsuelo de la actual Plaza de Toros llevaba agua fresca al asca situada junto a la puerta de Tejería y penetrando en la muralla a lo largo de la calle san Agustín hasta la fuente de Santa Cecilia en las confluencias de Curia, Navarrería y Mañueta. El otro gran manantial era el de Iturrama, también “fuera puertas” que alimentaba las fuentes de la plaza del Consejo, plaza del Castillo, Santo Domingo y la del León en Taconera. Como complemento de la traída de aguas de Subiza que se terminó en 1797 iban a encargarse varias nuevas fuentes y para ello el consistorio solicitó su diseño al gran pintor y dibujante madrileño Luis Paret.

pintor de la corte Luis Paret y Alcázar, nacido en Madrid en 1746, estudió dibujo y pintura en la Real Academia de San Fernando y pronto encontró un mecenas, el príncipe Luis, hijo de Carlos III que lo llevó como pintor a la corte. Sin embargo, implicado en algunos episodios escabrosos de la disoluta vida del príncipe, terminó desterrado en Puerto Rico. A su vuelta del exilio se le impidió residir a menos de 40 leguas de Madrid y por ello se instaló en Bilbao, en donde pintó alguna de sus obras más famosas, casi todas de temas marítimos. Desde allí hizo alguna incursión en Navarra, por ejemplo a Viana, en donde decoró con sus magnificas pinturas la iglesia de Santa María. El Consistorio pamplonés, a instancias de Ventura Rodríguez, coautor del proyecto de la traída de aguas y también de la fachada de la catedral de Santa María de la capital, aprovechó su cercanía para encargarle el diseño de las fuentes públicas previstas. De esta forma en poco tiempo, Paret entregó al Ayuntamiento un total de nueve láminas con el diseño de cinco fuentes, láminas cuyos originales se conservan hoy día en uno de los despachos de la casa consistorial. Fue el propio Ventura Rodríguez, el que decidió en que lugares había que colocar las cinco fuentes.

Fue también durante el siglo XVIII cuando la plaza del Castillo fue tomando forma como tal la conocemos hoy en día. Hasta entonces había constituido tan solo un espacio abierto utilizado para ferias, espectáculos taurinos en fiestas etc y muchas de las casas que constituían su perímetro lo hacían enseñando su parte trasera. Aun tardaría en cerrarse su frente sur con la construcción del palacio de Diputación, el teatro Principal y el caserón del Crédito en la cuarta década del XIX. Sin embargo, antes de acabar el XVIII, el Consistorio decidió adecentar ese espacio, iluminándolo con farolas de aceite, empedrándolo y sustituyendo la precaria fuente existente por la primera de las diseñadas por Paret. La fuente, llamada de la Beneficencia o de la Abundancia, iba a colocarse en su centro. De compacta forma cuadrangular, dos metros de lado y casi ocho de altura fue construida por el cantero Francisco Sabando con piedra de Tafalla. En cada uno de sus frentes tenía un caño con su bañera, encima del mismo un jarrón de piedra y en el frontal de cada lado un escudo en relieve. Para coronarla se encargó la estatua alegórica de la Beneficencia, que había dibujado Paret, al escultor burgalés Julián San Martín, que en aquellos días trabajaba en la fachada de la catedral. La fuente se terminó e inauguró con la llegada del agua de Subiza la víspera de San Fermín de 1800. Durante más de cien años, sin perder nunca su función de fuente pública para la que se había construido, presidió la plaza del Castillo desde su centro, siendo protagonista y engalanándose cada vez que había un evento señalado en la ciudad. En 1909, el Ayuntamiento aprobó un proyecto de reforma y “embellecimiento” de la plaza que conllevaba el derribo inmediato de la fuente y su sustitución por el kiosko de madera que hasta entonces se encontraba junto al café Iruña de la misma plaza. A pesar de desencadenarse una fuerte polémica ciudadana, la fuente fue demolida y enviada al escombro. Muchos años después aparecerían sorpresivamente los jarrones de piedra en la excavación de un sótano de la calle Calderería. Solo se salvó la estatua de la Beneficencia que fue llevada a los jardines interiores de la casa Misericordia del paseo de Sarasate. En 1912 fue colocada en un pedestal en el centro de la recién conformada plaza de San Francisco, aunque tampoco aquel iba a ser su lugar definitivo y en 1924 fue sustituida por la figura de San Francisco de Asís que hoy día aún preside dicha plaza. La emblemática estatua alegórica de la Beneficencia desde entonces, aunque algo arrinconada y semiescondida, muestra su belleza en los jardines de Taconera.

La segunda de las fuentes es la que hoy se encuentra en el centro de la plaza Recoletas. Inicialmente estaba pensada para colocarla en la llamada plaza de la Fruta, delante de la fachada del Ayuntamiento. Enseguida se evidenció que por su volumen y altura iba a resultar demasiado grande y quitar protagonismo a la fachada del edificio consistorial. Por eso se instaló en la finalización de la calle Mayor junto a la entrada de la iglesia de San Lorenzo. Bastantes años después, en 1886, fue recolocada en el centro geométrico de la plaza de Recoletas. Tiene forma de tronco piramidal, a modo de obelisco de algo más de siete metros de altura con un vistoso florero de piedra en su cúspide y dispone de cuatro caños con sus correspondientes bañeras en forma de concha. Para algunos tiene un cierto aspecto de monumento funerario y está adornada en sus cuatro caras por el escudo de la ciudad como correspondería a la pretendida ubicación primitiva.

Una tercera fuente es la que hoy se encuentra centrada en la plazuela triangular que conforma la calle Navarrería en su parte central, en la que se llamó plaza de Zugarrondo ya que en su centro tuvo durante muchos años un gran olmo o zugarro. Tristemente célebre por su protagonismo en los Sanfermines de los últimos años, inicialmente la fuente de Paret fue colocada en la placita de Santa Cecilia, confluencia de las calles Curia, Calderería, Mañueta, Navarrería y Mercaderes. Esta plaza debe su nombre a la basílica de Santa Cecilia que ocupaba el chaflán entre Curia y Navarrería y en donde, como habíamos dicho, ya existía una pequeña fuente, que convivió con la de Paret hasta 1853, en que desapareció junto con la basílica. La fuente de Santa Cecilia de forma cilíndrica está concebida para un espacio triangular y por tanto dispone de sólo tres caños. Fue trasladada a su actual ubicación, también en el centro de un espacio triangular, en 1913.

Quizás la menos conocida de las fuentes paretianas es la que diseñó para la plaza del Consejo. Situada delante de la fachada del palacio del conde de Guenduláin, cuando se estaba levantando resultó del gusto del conde, a la sazón además alcalde de la ciudad, que no tuvo por menos que comprarla y montarla, aunque no completa, en el patio de su palacio, en donde aún puede contemplarse.

neptuno En su lugar se iba a colocar la quinta y última fuente de Paret planteada inicialmente para colocar en el parque de Taconera. La plaza del Consejo debe su nombre a que hasta principios del siglo XX se encontraba allí el Consejo Real y después la sede de la Audiencia, en el lugar que luego ocupó el edifico de La Agrícola y Grand Hotel, después sede de la Biblioteca General de Navarra, hoy tan solo biblioteca de barrio. Se trata de la fuente de Neptuno Niño, a la que da su nombre la pequeña escultura que la corona y que representa al pequeño dios romano de los mares cabalgando con su tridente a lomos de un delfín. La pequeña estatua fue realizada también por Julián San Martín, autor de la de la Beneficencia. Cobró del Consistorio por ambas obras la cantidad de 1.800 pesos de la época. La fuente tiene forma cilíndrica, muy parecida a la de Santa Cecilia pero en este caso asentada sobre un pie cuadrado, y dispone de cuatro caños como corresponde a un espacio cuadrangular. Tiene la particularidad de ser la única de las cinco fuentes del pintor que se conserva sin moverse del lugar de su construcción, a finales del siglo XVIII.

Existe en Iruñea otra fuente que, por un error bastante extendido, se suele atribuir a Paret. Se trata de la fuente existente en la calle de los Descalzos cerrando la belena que daba acceso a la muralla. Aclaremos el error. En 1948 se publicó, por un prestigioso y gran autor pamplonés un completo artículo dedicado a la obra de Paret en Navarra, en el cual atribuía la fuente citada al pintor madrileño. Años después, otro afamado autor de temas pamploneses desmentía la autoría, basándose en los datos recogidos en el archivo municipal. Efectivamente la fuente de Descalzos la diseñó en 1854, más de cincuenta años después que las de Paret, el maestro de obras y arquitecto municipal José María Villanueva. Instalada inicialmente en la plaza denominada de Santiago o Santo Domingo adosada a la pared norte del edificio del Almudí, cuando este se derribó en 1877, se trasladó a la calle Descalzos. A diferencia de todas las anteriores es una fuente con un solo frente, aunque dispone de tres caños, es decir planteada para estar adosada a una pared. Lo que es evidente es que su estilo es paretiano, como así se le había solicitado a su diseñador, y es muy parecida a una de las dos que Paret había dibujado para el Casco Viejo de Bilbao, en concreto a la de Atxuri en la plaza de los Stos. Juanes.

Todas estas fuentes, lógicamente con los años y el progreso, perdieron su papel como fuentes públicas de suministro y pasaron a tener un protagonismo casi exclusivamente ornamental. Hoy ya no traen agua del manantial de Subiza sino de la red general suministrada desde Arteta y Eugi. Muchas veces olvidadas o apenas valoradas, otras veces castigadas por el vandalismo humano, son algo más que una parte del mobiliario urbano. No cabe duda que forman parte del patrimonio monumental de Iruñea, no solo por su valor artístico también por ser parte de la historia de la ciudad. Como tales debemos cuidarlas, admirarlas, enseñarlas y si hace falta dar un buen trago en ellas para aliviar nuestra sed.

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