Hola personas, ¿cómo va la vida?, yo igual. Esta semana mi paseo va a ser distinto, va a ir dividido, mitad social, mitad urbano.

Todos sabemos que Pamplona tiene en primavera unos hitos muy arraigados: se conoce el cartel anunciador de las fiestas con las correspondientes críticas generalizadas a la calidad de los trabajos concurrentes, a la decisión del jurado seleccionador y al ganador elegido por la ciudad, nunca gusta; se conocen los carteles de la feria del toro, un año más están sin rematar, dirá el “entendido” de turno, y su cartel correspondiente, siempre efectuado por encargo de la Misericordia a un reconocido pintor, algún enchufao, sentenciará el mismo sabelotodo; se monta la tómbola del Paseo de Sarasate, con la ilusión que da la posibilidad de llegar andando y volver a casa en bicicleta; los Aldaz montan el vallado del encierro, un Tetris de miles de piezas que ensamblan al milímetro; se conoce el programa festero que el Exmo Ayto prepara con trabajo, esfuerzo y afán de agradar, pero tampoco suele conseguirlo, vaya mierda de programa, dice quien no lo ha leído siquiera; se sabe quién va a lanzar el Chupinazo, ¡esa Pamplonesa!, aquí sí que parece que ese 95% ha puesto a todos de acuerdo; se conocen los privilegiados ganadores para asistir al encierrillo; se muestran al público los carteles de las peñas, ¡si P.M.Balda levantase la cabeza!; salen a la venta los abonos de la plaza que hay que ir a recoger puntualmente si no quieres perderlo para los restos y eso en una familia pamplonesa es como perder las joyas de la abuela; en las peñas se organizan los turnos de barras y meriendas; y este año, como un extra, se va a saber quién va a ser el alcalde durante los próximos cuatro años, cuando estéis leyendo esto ya se sabrá pero hoy (jueves) se desconoce quién presidirá la corrida del día 7.

Pues bien, a estas costumbres se une otro evento primaveral menos conocido pero también muy importante: año tras año mis amigos Jose y Tereta celebran el aniversario de la apertura de su delicioso restaurante La Fogoneta en la calle Bergamín 31, justo en el mismo local donde en los 60 el padre de Miguel Mendía (qepd) tenía un taller de torno y fresa en el que al fondo, sobre una vieja mesa de trabajo, tenía perdigones, pólvora y tacos para fabricarse los cartuchos de caza, para tal fin le servía fielmente una preciosa perra negra azabache que siempre estaba con él en el taller y que se llamaba Nela. Esa misma acera albergaba una carbonería que tenía siempre un carro en la puerta, a veces con burro, a veces sin él, acera que remataba en la esquina con la tienda de chuches y encurtidos de la señora Perpe. ¿Recordáis?

La Fogoneta, es un bar que yo frecuento mucho porque dan las mejores tortillas de Pamplona, su ensaladilla rusa está nominada al Nobel de la paz y la fama de su tocino de cielo está traspasando fronteras y, como digo, celebra cada año por estas fechas su fiesta e invita a lo más principal de la ciudad a un sarao donde no falta de nada, se come, se bebe, se ríe uno mucho y el personal se pone las botas de cantar, afinar y desafinar con el siempre inestimable acompañamiento musical de La Cofradía de San Saturnino, unos cachondos capaces de animar una reunión del politburó presidida por Kruschev.

Esas fiestas son también paseo por la vida porque en ellas encuentras a gente que hace siglos que no ves y con la que recuerdas bueno ratos en común y exageras y porfías y contradices y te ríes, gente que una etapa de tu vida ocupó un lugar más o menos primordial y que sin motivo conocido se fue distanciando de uno y viceversa, pero con quienes la amistad y el cariño perduran. A muchos ahora es muy fácil encontrarlos en las redes sociales, y se agradece, al menos yo, pero no es lo mismo, el cara a cara aun no ha encontrado sistema informático que lo sustituya. Lo mejor es que nos seguimos abrazando.

Otro acontecimiento digno de reseñar esta primavera tuvo lugar ayer: la boda de Dani, guapo mozo pamplonés, con Bea, una malagueña que quita er sentío. Felicidades pareja.

Bien hasta aquí el paseo social junio-pamplonés. Ahora vamos a la calle.

He paseado pero de día, quería ver como bulle la ciudad en preparativos festivos y lo he conseguido. He salido a las 9,30 de hoy viernes, con una mañana más que fresquita, y he dirigido mis pasos hacia el centro, he entrado a lo viejo por San Nicolás y he comprobado que nunca decepciona: siempre es escenario donde cada mañana se pone en píe una obra coral en la que cada actor lleva a cabo su papel a la perfección, los mozos, cual tramoyistas, cargan y descargan las camionetas a compás, las etxekoandres desfilan ligeras a la compra tirando de sus carros y poniendo el diálogo a la obra, los comerciantes levantan sus persianas con esperanzada sinfonía de negocio, los pescados de Cipriano ya están formando el bodegón que decora la escena y las cafeteras son locomotoras de vapor que no paran de poner desayunos sobre los mármoles relucientes de las barras que ya se han llenado de pinchos. Echo en falta la corsetería Fany en la esquina con Comedias, cuando yo era niño acompañaba allí a mi abuela a comprarse sus interioridades y la señora corsetera me tenía anonadado, parecía de otro mundo, siempre tan arreglada, siempre con las uñas a juego con los pendientes y rodeada de enormes sostenes, bragas y fajas, la escena en mi mente de 7 años era, cuando menos, impactante. Otro protagonista de esa esquina era un vendedor de cupones al que le faltaba una pierna y que con voz de barítono coreaba continuamente: ¡para hoy! Y en otras ocasiones no sé qué lotería vendía pero su reclamo era, ¡para pasado mañana! Para andar se ayudaba de aquellas muletas que se ponían bajo el sobaco. Luis Buñuel hubiese firmado la toma.

Pero hay algo en las calles que de forma tozuda y persistente nos recuerda lo que se nos viene encima: los escaparates de las tiendas. Son todos un concierto de blanco y rojo sin excepción, faldas, vestidos, camisas, pantalones, y, como siga este frío, plumíferos, copan la oferta, cada prenda con su correspondiente adminículo rojo y decorados con inconfundible temática sanferminera, donde no hay un encierro en miniatura hay una cabeza de kiliki y donde no hay un San Fermín con más o menos arte hay un viejo cartel de Ciga.

Estos días se puede ver en las calles una exposición muy interesante organizada por la Asociación de comerciantes titulada Plazas y paseos de Pamplona 1869-1977. Vale la pena hacer el juego de ver lo que hubo en lo que hay.

Por Zapatería y Consistorial he llegado al mercado de Santo Domingo y he disfrutado de esa preciosidad de zoco, en este caso cae por tierra aquello de que “cualquier tiempo pasado fue mejor”. Diremos como decía el anuncio de Coñac Fundador: está como nunca.

Pero? lo diremos otro día porque hoy ya he completado el cupo. Solo me resta desearos una deliciosa semana de remate primaveral y recordaros que? ¡Ya falta menos!

Besos pa tos.

Facebook : Patricio Martínez de Udobro

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