pamplona - El Mercado de los Tres Burgos que Pamplona celebra hasta mañana en el centro de la ciudad consigue hacer que cualquiera regrese, en lo que dura un paseo, a esa parte más amable del medievo. Una que se despacha en cada puesto con relaciones cercanas y amables, que se intuye en un horizonte de banderas y escudos, y que se palpa en adoquines que, antaño, fueron también testigos de estampas similares. Quién sabe. Lo que no vieron, seguro, fue uno de esos inventos que Da Vinci se sacó de la manga, por así decirlo, una de esas obras de arte que transforman la historia a su antojo y que, estos días, también se puede ver en forma de réplica.

Alejandro García guarda con mimo un torno a pedal elaborado por él mismo, “a ojo” a partir de una fotografía de otra réplica que se encuentra en Almería. Las dos nacen de bocetos y planos de ese fantástico legado que dejó el genio -aunque nunca llegó a realizarse, cuenta con un volante de inercia que consiguió adelantarse a su tiempo- y que comparte espacio ahora con otros tesoros, los de este carpintero pamplonés que ayer acaparaba miradas. Sobre el mostrador, colas de ballena, perretxikos, cajitas e incluso la base de un monopatín al más puro estilo americano, con materia prima “de todas partes del mundo” e incluso de varios colores, en tonos rojizos que vienen de Sudamérica. “Mi puesto es de capricho. En otros no hay cosas como éstas porque la gente no se las lleva”, decía, y eso que las tablas para cortar las vende “como churros”.

A la feria fue la primera vez “por casualidad” aunque lleva ya seis años frecuentándola y se ha convertido en una cita, casi, para encontrarse con amigos y amantes de la madera. Eso sí, este año le dio también por ir a Hondarribi y se quedó sin unos cuantos peines de los vientos en miniatura que vendió como curioso objeto decorativo. “Triunfaron. Tenía que haber llevado más, pero suelo hacer piezas únicas. Lo que me gusta, y salirme de lo habitual”, señalaba.

García es profesor de la escuela taller de carpintería del Ayuntamiento de Pamplona y tiene su taller en Mutilva, aunque asegura que no le interesa vender las copias ni hacer encargos, es “simplemente lo que me gusta”. Tiene, eso sí, sus clientes fijos: “Hay un vecino que todos los años me compra una de esas copas de madera -señalaba-. Ya casi me dan ganas hasta de regalársela...”. Hace años, un francés quedó prendado de una pieza de madera que había hecho con diferentes formas geométricas y la compró para adornar su barco, una nueva adquisición que le serviría de mesa. “La vio y se la llevó enseguida, pero casi no llega. Cuando la bajé por el ascensor ya hubo quien quería comprármela”, bromeaba.

Él la hizo con un torno bastante más moderno que el de Da Vinci. Uno eléctrico, que funciona a 2.000 revoluciones y no necesita pedal. Ahora incluso apuesta por innovar con fusiones de madera y resina artificial, figuras que llaman la atención aunque asegura que el oficio no vive un buen momento. “La gente quiere ser youtuber. Aprender esto es sacrificado, hay que estar muchos años. Y para vivir tendría que construir puertas o suelos... Pero para la cabeza es muy bueno, de lo mejor que hay: estar en contacto con la naturaleza y la satisfacción de hacer tú mismo las cosas”.

Una de sus últimas aportaciones ha sido la elaboración, con sus alumnos de la escuela taller, del domo geodésico que hace poco más de un año adorna con sus originales formas el rincón de Pellejerías, como punto de encuentro para los miembros de la asociación La Piparrika.

“Dicen que lo bueno de la artesanía es que conoces al que te está vendiendo lo que él mismo ha hecho, y no compras algo que no sabes de dónde ha salido”. Desde pequeño, desde la primera “sierra de pelo” que le regalaron en EGB, supo que quería ser carpintero. “Hice con doce años una lámpara en forma de búho que todavía conservo”, relata, y confiesa que ha tenido suerte porque nunca ha dudado con qué quería ser de mayor. “Siempre lo he tenido claro. Y ya les digo a mis alumnos: no era el mejor de mi taller, pero sí el más tozudo; sin duda”.