Hola personas, ¿cómo va la recta final del verano? Yo esta semana he vuelto por mis fueros nocturnos y callejeros y me he echado a la calle a las 23.30 del martes.

He salido por Gorriti hacia el noreste. La noche estaba silenciosa, tranquila, casi vacía, hasta que, tras pasar Carlos III, de un portal ha salido una tromba de zangolotinas que, a juzgar por los gritos y cánticos que perpetraban, venían de libar algún espirituoso que otro. De repente, se han parado, se han apiñado juntando sus mejillas entre risas y gritos, una de ellas ha desenfundado su 345, lo ha amartillado y ha disparado sobre sus amigas inmortalizándose con ellas. En plan?

He seguido hacia Argaray y al llegar a la calle Aralar la he tomado dirección norte. He atravesado Baja Navarra para llegar a esa manzana de minichalets adosados que se llamaban las casas de Salanueva. Esas casas, levantadas en los años 40, tienen el gran privilegio de tener una plaza interior con acceso desde la calle, a ella dan el jardín y la entrada trasera de las mismas. Hoy en día una verja la cierra pero antes estaba abierta y yo de niño solía frecuentarla por un motivo muy especial: resulta que en casa teníamos una perra, braco navarro, gris con manchas negras, chiquitina y cariñosa, que respondía por Beltza. Un año mis padres en castigo por mis malas notas cumplieron su amenaza y se la regalaron a un cazador vecino de una de esas casas. Fue un palo, pero podía seguir viéndola porque ella estaba siempre en el jardín, así que cuando salía del cole iba a verla y a acariciarla a través de los barrotes, se volvía loca de contenta al verme, me comía a lametones. Era emotivo. Al principio iba con más frecuencia, luego de tarde en tarde y al final la olvidé. Mis padres fueron muy duros, pero yo era un desastre.

Pasados los adosados he atravesado la antigua calle de Basilio Lacort, actual San Fermín, y he llegado a los Salesianos, edificio sentenciado a desaparecer en breves fechas. La verdad es que no se va a perder mucho y no tengo duda de que harán una zona de primer nivel. Será criticada sin duda antes, durante y después de su ejecución, pero quedará bien, seguro. La Media Luna y su entorno se merecen algo más que esa mole carcelaria, con perdón, que hay ahora.

Iba yo andando, enfrascado en mis pensamientos cuando, estando ya a la altura de la escuela Vázquez de Mella, he empezado a escuchar un ruido acompasado, repetitivo, cadencioso y que sonaba ñic-ñic, ñic-ñic, ñic-ñic? Lo primero que me ha venido a la cabeza ha sido que alguien estaba dando una vuelta en el carrusel del amor con la ventana abierta, pero? teniendo a mi derecha los Salesianos, y a mi izquierda las escuelas, la posibilidad se desvanecía. “Estarán en un coche”, he pensado, y, aminorando el paso, he ido mirando con disimulo los techos de los allí aparcados a ver si alguno se delataba por su vaivén, pero? nada. Y el ruido era cada vez más audible, más nítido, hasta que ha llegado un punto en que sonaba a mi lado ñic-ñic, ñic-ñic? Lo he seguido con mi oreja y? ¡toma! Ahí estaba el amante de pacotilla: la máquina de cobro de la OTA se había vuelto loca y había entrado en bucle lanzando de sus adentros un sonido muy confundible. Me he ido defraudado. Siempre he sido más partidario del amor que de los parquímetros.

He cruzado la calle Leyre y he llegado a la esquina del antiguo chalet de la Cruz Roja, el último en caer de una preciosa manzana que estaba formada totalmente por unifamiliares ajardinados de los que no queda ni uno. A mi izquierda, la nueva tapia de los Escolapios, pieza de diseño que remata la gran obra que han realizado en las entrañas de la tierra los discípulos de Calasanz. Renovarse o morir.

Atravesada la plaza de toros he llegado a las escaleras que bajan a la cuesta de Labrit, esas en las que el otro día un listo se quedó atrapado bajando por ellas con el coche porque así se lo ordenaba el GPS. Yo alucino: ¿Cómo se puede tener tanta fe en un cachivache que ha demostrado en millones de ocasiones que se equivoca? Yo ni lo tengo ni lo uso, voy a los sitios como he ido toda la vida, atento a las señales indicativas, tirando de mapa o preguntando a los paisanos, que es muy sano y recomendable eso de hablar con la gente del lugar, seguro que aportan algún dato extra que los satélites desconocen.

Al llegar a abajo he tomado a mi derecha por la calle del Vergel, vulgo cuesta de la Txantrea. Me acompañaban la enorme pared de la muralla a un lado y la riquísima vegetación que aún se mantiene en las ramas al otro. Entre esos árboles estaba la famosa cuesta de rompeculos por la que todos nos tirábamos para desesperación de las madres.

La bajada es paseo agradable si no fuese por la cantidad de tráfico que soporta. Antes de llegar al final me he metido en un ramal que se abre a la derecha hacia el viejo puente de la Magdalena, el camino atraviesa una preciosa pradera que hay entre la calzada y el río, tiene enormes plátanos de sombra y cuidados setos podados geométricamente. En la negrura he visto una especie de aprisco que he ido a curiosear. A él he llegado pisando una deliciosa y mullida alfombra de esponjoso césped, he entrado en el círculo y a penas se veía nada, justamente unos bancos tras el seto que formaba el recinto. He mirado en redondo y al llegar al último banco me ha dado un vuelco el corazón: dos pies desnudos se adivinaban en su asiento, tras un respingo y un paso atrás. He afinado la vista y he descubierto que los pies tenían dueño y éste era un chico que, descalzo y en bermudas, con chaqueta y capucha, dormía a la intemperie y la noche junto al río era algo más que fresquita, os lo aseguro. Supongo que más que un sin techo sería un txantreano que bajaba a casa cargadito de razones y antes de llegar a parado a reponer fuerzas. Ahí lo he dejado.

De nuevo en ruta, he llegado al puente románico de la Magdalena y como siempre que lo atravieso he sentido una especie de cosquilleo que me produce el pensar en los miles de seres que lo han hoyado antes que yo: peregrinos camino de su objetivo jacobeo, hortelanos esperanzados que subían a los mercados a vender sus ricos productos, soldadesca de toda bandera y color, carlistas sitiadores y liberales liberadores, pamploneses que lo cruzaron para ir en busca de fortuna y que no volvieron jamás, seminaristas, religiosas de las Josefinas que subían a la ciudad a hacer los recados, miles y miles de vecinos de la Txan en su cotidiano sube y baja y un innumerable catalogo de personas a los que últimamente se han sumado los Reyes Magos y todo su séquito.

Al llegar al final del puente, he seguido contra corriente por el agradable paseo que ha sustituido a las huertas, he llegado a las pasarelas y por ellas he cruzado, el río estaba negro como la propia noche que lo envolvía. He tomado el ascensor y por el fortín de San Bartolomé he llegado de nuevo a la esquina de los Escolapios. Al pasar por la plaza de toros me ha venido a la memoria una fuente que había en el muro que da a los corrales y que estaba formada por un mosaico cuyas teselas dibujaban una cabeza de toro orlada de hierros de ganaderías, delante tenía un parterre y un pequeño estanque con peces de colores ¿recordáis?

He llegado a Carlos III de nuevo y a casita que ya era hora.

Qué tengáis una buena semana. Abajo hay una dirección mail, escribidme porfa; a mí también me gusta leeros.

Besos pa’tós.

Facebook : Patricio Martínez de Udobro

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